La Jornada Semanal,   domingo 5 de marzo  de 2006        núm. 574

Y AHORA PASO A RETIRARME

Ana García Bergua

EXPIACIÓN

Ian McEwan es uno de los narradores ingleses contemporáneos más sobresalientes, junto con Martín Amis y John Banville. En el año 2002 salió publicada en español su novela Expiación (Anagrama), cuya primera parte transcurre en el seno de una familia inglesa de la burguesía —la familia Tallis— en los años treinta, poco antes de la segunda guerra mundial. El personaje principal de la novela es Briony, la hija menor de la familia, una adolescente con dotes literarias, que hace una acusación muy grave respecto a una violación que ve en la oscuridad. En realidad no ve con claridad al violador, pero interpreta la escena de sombras echando mano de una serie de elementos que la llevan a conjeturar: una escena en una fuente entre su hermana mayor, Cecilia, y Robbie —el hijo de la sirvienta a quien su padre ha ayudado a estudiar—, una carta que Robbie le entrega para Cecilia, una escena en una biblioteca. Ciertas ideas preconcebidas bastan para que Briony haga una acusación terrible que convertirá la vida de Robbie en un infierno y sumirá en la infelicidad a su hermana mayor. Expiación es también una dura novela sobre la guerra —cuenta el estallido de la segunda guerra mundial y la retirada de los soldados ingleses cuando la toma de Francia por los alemanes—, la destrucción y la desesperanza que acarrea, sobre la naturaleza de las vidas y los cuerpos que destroza. También trata sobre el amor y el descubrimiento del erotismo.

Pero Expiación no es sólo eso: es también una novela sobre literatura, o más bien, sobre lo que significa narrar y sobre el papel del escritor como testigo. Un narrador es, de alguna manera, un testigo que une pedazos e interpreta los hechos que le toca contar siguiendo la particular lógica de los elementos que posee.

Lo que le pasa a Briony es también lo que le sucedería a un narrador, y en el error que comete se encuentra, amén de la confusión adolescente, la petulancia de quien ha armado una historia uniendo fragmentos, sin prever las consecuencias. Y tan terrible como el hecho de jurar una historia falsa es que a ella se amolden los demás, porque cada quien encuentra en la mentira algo que le conviene, incluida la víctima, algo que a fin de cuentas salva las apariencias. Años después, cuando se percate de ello, Briony buscará enmendar su error de distintas maneras, lograr la expiación a través de la literatura y a través del enfrentamiento con el dolor de los soldados heridos en la guerra.

Expiación es asimismo, de manera declarada, un homenaje a Las olas, de Virginia Wolf: la narración de MacEwan —y la de Briony, en su primer intento serio de escritura— busca que los actos, las sensaciones, los pensamientos, las palabras, los recuerdos, todo lo que ocurre a los personajes, transcurra de manera simultánea, en oleadas, como sucede en la realidad. En esa medida es una novela de enorme belleza y profundidad. Uno de los capítulos más hermosos es cuando Emily, la madre de Briony, Cecilia y Leon —el hijo varón, cuya llegada a la casa de campo en las vacaciones es el pretexto que desencadena toda la acción—, piensa acostada a oscuras en su cuarto, agobiada por la migraña. Alrededor de la migraña, a la que Emily percibe como un animal agazapado en su cabeza, y de los distintos sonidos de la casa que llegan a ella a través de la oscuridad, nos damos cuenta de lo que sucede con los demás personajes como a través de latidos, a través de la fuerza reveladora de la intuición que se abre paso en medio del miedo al dolor —el dolor real, físico, y el dolor de enfrentar la realidad. La cabeza de Emily es en esa escena como una transposición de su casa, algo muy lewiscarrolliano.

Pocas novelas contemporáneas nos hacen sentir, al terminarlas, que estamos frente a una gran novela; Expiación, a mi modo de ver, es una de ellas. Podría decirse que esta novela de Ian McEwan habla de la narrativa al igual que lo hacen muchas novelas contemporáneas con sus cambios de narrador, sus cortes bruscos, sus cambios de tiempo, la puesta en escena elaborada o truculenta. McEwan no utiliza recursos teatrales. Parece decirnos este autor inglés —y ya lo dijo V irginia Woolf— que el sentido de la narración se encuentra fundamentalmente en las historias mismas, en todo lo que puede decir la historia, que para el narrador es materia de búsqueda profunda e infinita y constituye el verdadero fondo de su literatura: el fondo de la ficción y la literatura misma, que siempre será, para nuestra alegría, algo fascinante, misterioso e inacabable.