La Jornada Semanal,   domingo 5 de marzo  de 2006        núm. 574
 

Tres ensayos

BÚSQUEDA DE UNA TRAMPA
(FRAGMENTO)

MEI JIE

En la primavera de 1967 viajé al sur, a la ciudad de Wuhan, para ver a L. Después de haber formalizado nuestro noviazgo por carta, no nos habíamos visto. Extrañaba mucho a L. Los estudiantes universitarios de aquella época no podrían parecerse a los de ahora. Ahora, durante las vacaciones de invierno y de verano, pueden reunirse con sus padres a pesar de distancias de miles de kilómetros. En nuestro caso, por las dificultades económicas, muchos de nosotros no podíamos volver a casa durante los cinco años que permanecíamos en la universidad. Me despedí de mis padres a los quince años de edad y sólo pude volver a verlos siete años después, es decir en 1967. Así que no habría tenido valor para ver a mi novio L si no hubiera sido por las "grandes ligas revolucionarias".

Los vagones iban atestados. La gente que participaba en las acciones de las "grandes ligas revolucionarias" se apretujaba en los vagones, debajo de los asientos y hasta encima de las rejillas para el equipaje. En cada estación del tren, los guardias rojos, con sus brazaletes también rojos, su uniforme militar, sus mochilas amarillas marcadas con el carácter zhong (fiel) y sus insignias con el retrato de Mao sujetas al pecho, agitaban las banderas de sus organizaciones rebeldes: la estación se llenaba de rojo y amarillo. Cuando el tren se detenía, los nuevos pasajeros trepaban como locos por las ventanillas...

En todo el país se dejaron de impartir clases y cesó la producción económica para apoyar la Revolución. Los grandes carteles y los grandes comunicados se extendían para cubrir el cielo y la tierra. El sonido de las consignas y el coro de las citas de Mao se alzaban como un maremoto. El gran debate, la gran crítica y el gran allanamiento de las casas derribaban los montes y revolvían los océanos. "No tiene culpa alguna la Revolución; hay razones para la rebelión"; "Arrasemos con los monstruos y demonios"; "Mueran los dirigentes que buscan el camino del capitalismo dentro del Partido": la Revolución era una tormenta. Quienes participaban en las organizaciones ostentaban sus brazaletes rojos: "Oriente rojo", "Bandera roja", "Montañas de Jinggang"...

Pero yo no llevaba brazalete. Era la hija de "reaccionarios"; pero una "muchacha que podía ser educada". Me sentía como un pájaro aterido que se acurrucaba, sollozaba y luchaba con miedo. Sentía que mi vida había caído en un pozo seco. Sólo el amor que existía en mi corazón por L me proporcionaba un poco de calor.

Compré un boleto de tren por 3.40 yuanes para ir de Beijing a Baoding. Durante un día y una noche permanecí debajo de un asiento, sin comer ni beber. Viajé mil kilómetros para llegar a Wuhan. Los guardias rojos podían subir al tren sin boleto, pero no me atreví a hacer algo así.

Me alegré mucho de ver a L; él también se mostró muy contento cuando me vio. L llevaba su brazalete rojo. Todos sus compañeros también llevaban brazalete. Noté algo en la expresión de la mirada de L. Me sentí mal por no llevar el brazalete rojo. Me sentí culpable. Me pareció que me devaluaba ante L. En aquellos momentos llevar el brazalete rojo indicaba una actitud; expresaba una posición política.

L y sus compañeros me preguntaron animados cómo se encontraba la situación en Beijing. La pregunta me cayó como un pesado y doloroso mazazo en el corazón; pasó un buen rato, pero en mi ignorancia no supe qué contestar. No provenía de una familia "buena", es decir revolucionaria; no participaba en organización alguna. No tenía derecho a contestar. Tampoco podía explicar "cuál era la situación de Beijing".

L estaba muy ocupado, muy activo, corriendo de un lado a otro en el edificio. L me consiguió una habitación cerca de la planta baja. Limpié el cuarto y zurcí la frazada. La frazada se veía muy deteriorada. L no tenía padre. Su madre padecía esquizofrenia, así que L vivía con su abuela. "L es un pobre muchacho", pensé mientras alzaba el cuarto. L encontró después la bandera de una organización popular para que sirviera como cubierta de la frazada. Pensé que esa organización ya habría roto con la organización de L. Permanecí sola en la habitación. Ansiaba que L fuera a verme para quedarnos juntos, pero L no llegaba. Cuando al fin llegó, se fue después de un instante.

MANERAS DE BEBER
FRAGMENTO

BEIDAO

Anochece. Apago la luz y me siento frente a la chimenea; destapo una botella de vino tinto y saboreo un trago mientras escucho el susurro del viento y miro la leña arder. Estos son los momentos más relajados de mi jornada.

La cultura alcohólica difiere de una civilización a otra. Un ermitaño chino y un aristócrata francés tienen actitudes por completo diferentes respecto al vino. La luz del sol, la tierra y su fruto se transforman en códigos culturales cuando el alcohol se disuelve en la sangre. Así que no vale la pena molestarse en tratar de encontrar equivalentes en inglés para adjetivos chinos que describen las virtudes del vino: chunhou (vino añejo y con cuerpo) y mian (vino suave y con buen regusto), y viceversa. Una vez acompañé a Napa a un par de estadunidenses catadores de vino. Con manifiesta devoción alzaron sus copas para dejar que la luz del sol traspasara el vino, tomaron un sorbo, agitaron un poco el vino dentro de la boca y lo escupieron; luego soltaron una retahíla de palabrejas sobre el vino. Pienso que la mayor parte de esta terminología se deriva del francés, pero en el proceso de traducción al inglés quedó simplificada por los hábitos groseros de los puritanos para beber. Cualquier traducción depende de la racionalidad del asunto. En la mayoría de los casos, asuntos irracionales como el vino y el humor no pueden traducirse.

Las antiguas civilizaciones a menudo se dividen en dos tipos: las dionisíacas y las apolíneas. En principio la cultura china bien podía ubicarse bajo la protección del dios de los vinos. En las dinastías Xia y Shang imperó la dipsomanía: "lagos de vino y bosques de carne". Los gobernantes bebían y también lo hacía el pueblo; muchas veces lo hacían hasta morir. Decían que en esas épocas el aceite resultaba demasiado caro para encender las lámparas; por eso en las noches la mayoría de los lugares quedaban a oscuras. ¿Qué más podían hacer sino beber? Más tarde, estas dinastías cayeron para dar paso a una dinastía más sobria, la Zhou. El gran señor de Zhou abogó por "crear los rituales y establecer la música". Cuando el pueblo chino abandonó el vino, sus genes también cambiaron.

No soy buen bebedor, pero bebo con avidez. Esto al parecer tiene que ver con las primeras veces que padecí hambre. Durante la hambruna de 1959-1962, a menudo iba a un bar cerca de mi casa para comprar algunos entremeses. La comida era escasa y el bar había cambiado las reglas: no puedes comprar entremeses a menos que también compres cerveza. Entonces apenas tenía diez años de edad. Aún ahora todavía recuerdo esa pequeña tienda, en la esquina de una intersección en el barrio Ping’an de Beijing. Su puerta y sus ventanas eran de un azul pálido. Permanecía sucia y en su interior sólo había un par de pequeñas mesas y unos cuantos bancos. Muchos entremeses atiborraban una vitrina. Pagaba con un billete arrugado, vaciaba el entremés en mi portaviandas de aluminio y luego, con cuidado, llevaba mi vaso de cerveza hasta la entrada, donde permanecía de pie bebiendo y mirando los coches pasar. La cerveza estaba helada y tenía un sabor a moho. Al regresar a la casa, mis piernas parecían de hule y no podía caminar en línea recta. En esos días todavía no había experimentado las ventajas del alcohol; sólo lo veía como el precio que tenía que pagar para no tener hambre.

La primera vez que de verdad me emborraché fue al principio de la Revolución cultural. Mis compañeros de clase y yo fuimos de paseo a una montaña cercana a Zhoukoudian, en las afueras de Beijing. Pasamos la noche al pie de la montaña, en un paraje al abrigo del viento. Era abril y hacía frío: "la ligera frazada no resiste el frío de la quinta hora", como escribió el poeta Li Yu. No podíamos dormir; permanecíamos sentados en círculo, tiritando. Alguien sacó un par de botellas de vino barato que recorrieron el círculo. Bebí con ganas; pero como no había comido me emborraché demasiado rápido. Esa ebriedad resultó inolvidable. En la viveza de la montaña, con las sombras agitadas de la noche y las estrellas que rompían el cielo, floté como si fuera un inmortal de otro mundo, con sentimientos heroicos que se disparaban al cielo. Me pregunto si la pasión de los que se dicen revolucionarios surge de este tipo de intoxicación: un deseo de liberarse de los límites de una vida anodina y mundana; un deseo de entregarse por completo a una gran causa.

MOGAOKU
(FRAGMENTO)

YU QIUYU

La madrugada del día siguiente, de nueva cuenta llevé al grupo de visitantes hasta Mogaoku.* Quería que descubrieran algunos detalles importantes, pero no estaba muy seguro de tener éxito.

Los visitantes son de muy diverso tipo. Algunos permanecen a la zaga. Escuchan la historia del budismo que comenta el guía. Algunos copian las pinturas de estos altares cavados en la roca. Otros anotan algunas frases y discuten con sus compañeros en términos académicos. Parecen la lente de una cámara fotográfica que acerca los objetos. Apuntan a las partes nítidas y a las partes fuera de foco del objeto que necesitan.

Mogaoku tiene profundidad de campo en diversos planos, según lo requiera cada visitante. Se puede escuchar los relatos, aprender el arte, buscar la historia y la cultura. Cualquier arte en verdad grande no sólo muestra un aspecto de la vida. Las cuevas existen por los visitantes y esperan el respeto de las masas. Las pinturas al fresco, los sollozos y los suspiros forman la vida tridimensional de la pintura. Los visitantes que observan las pinturas al fresco también se observan a sí mismos. Hay dos galerías frente a mí: la galería con las piezas de arte y la galería de corazones de los visitantes. Dos aspectos de la profundidad de campo: la historia y la psicología de la nacionalidad.

Si la pintura al fresco sólo existiera para contar la historia del budismo, malgastaría sus figuras y sus bellos colores. Si sólo fuera para aprender las técnicas de la pintura, no atraería al común de los visitantes. Si sólo por la historia y la cultura, se limitaría a ilustrar libros famosos. Es más profunda y complicada; es mágica.

Constituye una reunión, un impulso. Deifica a la humanidad; la modela y al modelarla la humanidad comienza. Es un sueño de color dentro del corazón de la nacionalidad, una sedimentación santa y pura, una aspiración perpetua.

También es un tipo de juerga, una juerga de libertad. Dioses y seres humanos en armonía. El tiempo vuela en su regazo, pues la persona ingresa al mito y a la fábula; entra al neón de la conciencia mundial. Aquí la juerga es de orden natural, la libertad es la personalidad ingénita. El reino de los cielos del arte se aloja en el palacio de la libertad.

Es una ceremonia, una religión que supera la religión. De la filosofía budista, destilada por el fuego de la belleza, sólo resta el misterio, la pureza, la excelencia. Quienes la conocen recurren a esta ceremonia toda la vida; aceptan su bautizo y su influencia.

Esta ceremonia es grande, inmensa. No hay desierto, ni Mogaoku, ni Dunhuang. La ceremonia empieza en el filo del desierto. Está en las huellas profundas de los pasos; vive bajo los toldos en las noches de viento. Está en los huesos blancos de los muertos; en el pelo que agita el viento en el lomo del camello. Los ojos han vertido demasiadas lágrimas. Están embotados por el viento y la arena, pero no importa. Quienes regresan después de haber presentado sus respetos vienen con los ojos brillantes. Creo que todos vienen por la religión. Seguro tendrán sentimientos que superan la religión. Los tendrán en el inconsciente toda la vida. Será la herencia para que los turistas de las próximas generaciones sigan llegando. ¿Por qué un paso de baile que salió de los artistas de Gansu provocó el entusiasmo nacional? ¿Por qué unos trazos que llevó de aquí Zhang Daqian se pusieron de moda en el ámbito de la pintura mundial? Sólo es la ceremonia, la humanidad y el contenido profundo. No sirve de mucho si sólo se dedica uno a verificar sus técnicas. La gloria se encuentra en presentar con todo el cuerpo y todo el corazón los respetos a Dunhuang. A principios del siglo xx Cai Yuanpei sugería que se sustituyera la religión con la educación estética. Aquí puedo advertir que la educación estética superior también tiene el estilo y las formas de la religión. Quizá el futuro de la humanidad se halla en alcanzar una religión basada en la belleza de este planeta.

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* Mogaoku designa las cuevas de Mogao, cerca de la ciudad de Dunhuang, provincia de Gansu, en el oeste de China. Estas cuevas son en realidad galerías cavadas dentro de una montaña que se alza en pleno desierto de Gobi. Las galerías alojan esculturas y pinturas exquisitas inspiradas en el budismo. Datan del sisglo IV dC.

Traducción de Alejandro Pescador