La Jornada Semanal,   domingo 5 de marzo  de 2006        núm. 574
LASARTESSIN MUSA
Jorge Moch
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 MONITOS, FUNDAMENTALISMO Y CENSURA

Southpark es probablemente la serie animada más cáustica que hay. A su lado, series tradicionalmente ácidas y consideradas no aptas para niños por algunas preclaras buenas conciencias como Los Simpson o El rey de la colina no son más que dulces historietas con algo de humor. Para una serie animada como Southpark, que ridiculiza iconos presuntamente intocables en programas de dibujos animados, la censura —diría José Agustín— es una vieja clienta. Southpark ha destrozado alegremente casi todos los temas "espinosos" de la cultura mediática estadunidense y occidental. También, dándole por su lado a las fobias sociales del momento, raspa figuras orientales: Saddam Hussein aparece en Southpark como el amante pasivo de Satanás, lo que de suyo es una imagen retórica deliciosamente sardónica de la propia visión norteamericana del mundo. Así, Jesucristo es anfitrión de un reality show y conductor de infomerciales, ingenuo hasta la estupidez, y nunca se percata a cuenta cabal de lo que pasa en derredor. Grandes figuras de los medios pasan por el molino de carne de Southpark para quedar hechos fiambre: Michael Jackson, la dinastía Bush y su ex socio Osama, Elton John o figuras de ayer, como Bárbara Streisand. Ningún tema se ha quedado en la alacena; hay capítulos sobre pederastia, de un cinismo brutal, lo mismo que sobre masacres escolares. Precisamente en esa manera cínica y descarnada de abordar lo que ningún otro monito menciona, radica su éxito.

Los creadores de la serie, Trey Parker y Matt Stone están, pues, más que curtidos en ese nuevo oficio de los moneros y animadores que es torear las furibundas embestidas de la feligresía y sus religiosos adalides. El enardecimiento de los ministros de culto que han querido quemar en leña verde a los monitos de Southpark abarca todos los credos posibles, particularmente el judeocristianismo contemporáneo norteamericano. Desde luego, la pandilla dirigida por Kyle, el niño judío, y Eric Cartman, el gordito majadero y rabioso, ha sido blanco de reproches, mociones de censura y hasta procesos judiciales por parte de todas las grisuras posibles de la gama republicana estadunidense y también, porque el imperio es uno, de los demócratas. El inefable Bush, el conspicuo Clinton, el soporífero perdedor demócrata Al Gore o el histórica y recalcitrantemente conservador candidato perdedor republicano de hace una década, Bob Dole, se cuentan entre los muchos enemigos de Southpark.

Ahora, la serie enfrenta una nueva marejada de reclamos orquestada por la Iglesia católica, apoyada por ministerios protestantes, por algunos sectores del judaísmo más radical ligado a Occidente y hasta por ministros del Islam, y no, no en Estados Unidos, como sería de esperar en esta nueva era de libertades mutiladas impulsada por el pequeño fascista de la Casa Blanca, sino nada menos que en Nueva Zelanda, país que es un verdadero paraíso terrenal de las libertades humanas y que detenta, por cierto, el endeble privilegio de ser uno de los mejores lugares para vivir tranquilamente en este planeta.

La curia neozelandesa —y australiana— con el empujón del Vaticano ha promovido entre sus feligreses boicotear la emisión al aire de un capítulo de Southpark porque en él la virgen María sangra como cualquier mujer. El menstruo de María es entonces considerado una especie de antimilagro atestiguado, entre otros, por el mismo Ratzinger, que para mayor enojo de su grey también aparece en el programa. Tranquiliza saber la posición de la televisora neozelandesa Canwest TV Works, por voz de su vocero, Rick Friesen: "No creemos que ningún grupo deba dictar qué podemos transmitir y qué no".

En medio de las enfebrecidas y desmesuradas respuestas de la comunidad islámica a caricaturas que fueron publicadas en medios europeos —y otras que fueron mañosamente "sembradas" por los ministros musulmanes para enardecer al rebaño del Profeta— no es de sorprender que la Iglesia católica se lance contra Southpark y su capítulo iconoclasta y antimariano. No es de sorprender tampoco entonces el pronunciamiento de Ratzinger para que los moneros no nos atrevamos a tocar con el pétalo de una caricatura los iconos religiosos de cualquier credo. No es de sorprender, pero tampoco de arredrarse, que en estos tiempos presuntamente modernos se quiera volver a oscuras épocas en que a dios no lo podíamos tomar a broma. La insolencia, parece, es hoy el más nefando de los pecados.