La Jornada Semanal,   domingo 19 de marzo  de 2006        núm. 576
 

Angélica Abelleyra

La siembra del agua *

Josefina, Gregoria y Julia caminan de frente, mirando al horizonte. Sus huaraches sortean pastizales verdes y tierra, pero de repente el suelo se convierte en una especie de rompecabezas seco y quebradizo donde todo se agrieta. Es una superficie que pide a gritos un poco de humedad, un respiro. Las tres mujeres zapotecas lo recorren pero siguen con la vista puesta en la lejanía. Buscan ese ojo de agua, ese pequeño manantial de no más de un metro y medio de ancho donde rendirán tributo a la tierra. En su ritual ancestral, los bules les ayudarán a sembrar agua en la tierra para que ésta siga siendo fuente de vida. Para que el líquido no fenezca e impida la existencia eterna de esa explanada enjuta que sus pies, vaya tristeza, acaban de transitar.

Cargan bules sobre los hombros, junto a las trenzas o el rebozo que oculta su cabello. A veces, los guajes van enlazados como en cadena que cae entre sus pechos. Otras, los bules son su compañía entre el rebozo que los sostiene como a críos. Ríen. Son campesinas de Teotitlán del Valle, Oaxaca, que conservan esta tradición de pedimento para que el agua no falte en la comunidad.

Divisan el manantial. Se acercan con sus bules y vierten en ellos el líquido. Toman de su fuente pero luego la regresan. Porque hacen un hoyo en la tierra y luego colocan en ella los guajes colmados de agua como un símbolo de retribución vital, de devolución natural para mantener el equilibrio de su entorno zapoteca y, lo saben, del ecosistema mundial.

Lucero provoca el clic del obturador de la cámara que registra esta recreación prehispánica de una siembra líquida. Ella y las sembradoras viajaron en auto hasta arriba de la presa de Teotitlán del Valle, a una hora de la capital oaxaqueña. Y después caminaron una sesenta minutos más en la búsqueda del manantial. Al encontrarlo, presas de total libertad, recrearon esta práctica ceremonial que nos muestra el respeto por el ambiente que por generaciones se mantuvo en México pero que ya no existe más. O se encuentra en franco descenso.

Los bules o guajes son vasijas hechas de la cáscara dura de calabaza seca, con formas sinuosas y provocadoramente femeninas. Puede ser matriz o símbolo de nutrimento. Por ello, cuando la fotógrafa observó a sus amigas sembrando agua en esos recipientes, vio también una imagen de fertilidad. Y retrató a Josefina con los bules a lo largo de su torso, haciendo las veces de pechos u otras redondeces de la madre naturaleza.

Las tres participan con la fotógrafa. Dan sugerencias y atienden al arreglo de la blusa o de la trenza antes de la toma. Siempre ríen. Y el resultado es un vínculo estrecho entre una colectividad que en la vida diaria toma agüita del pozo para beber y asearse la cara cada mañana, porque el agua potable, cuando hay, está sucia o en los estanques lo que prolifera es basura.

¿Sembrar agua? Pareciera un despropósito, una acción que no ha lugar. Pero sucede. Y funciona. Es como la petición de lluvia que cada mayo congrega a las comunidades zapotecas en el intento de mejorar la vida colectiva. En este caso, La siembra del agua es el portafolio que revela la tradición de un rito rico en significados y consistencia para alertar sobre la importancia del vital líquido. Pero va más allá de la mera educación ambiental: al reconstruir esa versión ancestral de una profunda interacción con la naturaleza, nos muestra una forma de vida que se mantiene a pesar de las influencias externas.

La siembra del agua forma parte de la trilogía donde Lucero González enfoca las tradiciones de diversas culturas de Oaxaca. Primero fue el ritual del juego de pelota en la región mixteca, luego vino la ceremonia del agua en el entorno zapoteca, y en el futuro el proyecto se ubicará en tierra mixe con la dupla maíz-celebración de muertos.

BRASIL Y SUS RITUALES A IEMANJÁ

Ahora estamos en Brasil, donde los descendientes africanos mantienen sus formas ancestrales de convocar a la salvaguarda de la naturaleza. Un ritual a la diosa Iemanjá estuvo frente a la cámara de Lucero González y ella captó la alegría y la fe puestas en la deidad del agua para la religión yoruba.

La Madre Beata de Iemanjá, con su naturaleza pródiga y contenta, protagonizó la entrega de flores y frutos a su diosa líquida. Con música y tambores, las sacerdotisas lanzaron regalos al río en Belem do Para, en un tramo estrecho del inabarcable Amazonas. Al atardecer, la fotógrafa colmó sus ojos de flores amarillas, personajes que bajaban por el muelle para ocupar las barcas que les servirían para homenajear a su diosa y pedirle permiso para realizar un evento y bendecirlo. En este caso una comunidad de curanderos y sacerdotisas realizó un encuentro nacional de religiones afro caribeñas. Como en México, pero por caminos divergentes, el agua fue sendero ritual.

VIETNAM Y SUS MUJERES INMENSAS DE MAR

Cruzamos el océano. Estamos en otras aguas, las de Ha Long Bay, en Vietnam: más paisaje que ceremonia religiosa, más vida cotidiana que, sin embargo, siempre tiene algo de rito. Allí, el mar, la pobreza y la supervivencia proveen imágenes de un escenario donde la pesca y la tarea de las mujeres para comerciar son las vías. Una pequeña barca parece serlo todo: mínima bodega pesquera, centro de operaciones de la vendimia, patio, tendedero y hasta casa donde se resguardan hijos y perros.

Sí, las mujeres son pequeñas, casi diminutas en medio de tanta inmensidad de mar. Sí, también son enormes en su fortaleza y energía frente a tanta soledad, en el aislamiento que habita cada una de sus barcas de madera y bambú, tan frágiles como permanentes en su papel de islas personales donde a diario ejercen su derecho a vivir; a sobrevivir. Sí, son mujeres engrandecidas ante su enjuta canoa flotante.

* Fragmento del texto para el libro y la exposición fotográfica La siembra del agua, de Lucero González (también con participación de Sandra Lorenzano) presentados el 16 de marzo en el Claustro de Sor Juana