La Jornada Semanal,   domingo 19 de marzo  de 2006        núm. 576


HUGO GUTIÉRREZ VEGA

INSTANTÁNEAS DE MONTALE (II DE IV)

Me despidió en la puerta de su casa con el cigarrillo en la mano. Ahora recuerdo con afecto su noble rostro de dura piedra, su hermosa voz, su amor por la música —especialmente el melodrama lírico del ochocientos— y su humilde y humorística manera de enfrentarse a su propia e inevitable importancia.

Unos años más tarde, ya en México, traduje algunos de sus poemas para una pequeña antología de poesía italiana. Lo hice con descuido y cometí una buena cantidad de equivocaciones. Esto me apenó mucho, pues mi admiración por su obra crecía con cada lectura. Más tarde, Guillermo Fernández y José Emilio Pacheco se encargaron de traducir la poesía de Montale. Espero que persistan en sus empeños, pues esa obra exige una traducción al español que no hemos logrado ni los mexicanos ni los españoles ni los argentinos. Me dirá alguien que las dificultades provienen de su hermetismo. No es cierto. No hay poesía hermética. Sólo hay lectores indolentes. Quiero suponer que los traductores (el que esto escribe es un traductor ocasional que pide perdón por sus audacias a los profesionales y canónicos) no hemos podido trasladar al español esa delicada tensión espiritual que se desprende del riquísimo italiano de Montale. Alguien muy pronto lo conseguirá. Estoy seguro.

Uno de los poemas de Montale que más me iluminan es "Dora Markus". Ahora me entero de que, de la mujer inspiradora del poema, sólo conocía una fotografía de sus hermosas piernas, tomada por su amigo Bobi Bazien. Montale sabía además que su dueña era una perturbadora judía austríaca. "Escribe un poema sobre esas piernas", le pidió Bobi al enviarle la foto y Montale lo hizo...

"Tal vez te salve el amuleto que guardas al lado del
tubo de labios, la pluma fuente y la lima de uñas:
un ratón de marfil; ¡es así como existes!..."

En "Dora Markus", Montale nos entrega algunos aspectos de su relación con el mundo femenino y, por otra parte, nos habla de su "quieta desesperación" ante el paso del tiempo. La desconocida de las hermosas piernas, a su vez, entregó a Montale un poema sobre el misterio de lo femenino que avizoró en su trato con Gerti Fránkl Tolazzi ("asburgica come Dora"); con su esposa Drusila ("Mosca"); con Esterina Rossi, y Anna degli Uberti, amores de juventud y, de manera muy especial, con Irma Brandeis, a la que llamaba Clizia ("una mujer que vivía a tres mil millas de distancia") y a quien dedicó los "Motetti" del libro Occasioni. En uno de esos motetes, nuestro poeta habla de la distancia que separa a los amores:

"Te libro la frente de la escarcha que recogiste atravesando las altas nebulosas; tienes las plumas destrozadas por los ciclones, te diste al sobresalto..."

Sin embargo, tal vez la relación más importante fue la que se dio con María Luisa Spaziani (la Volpe), a quien Montale escribió cerca de mil cartas llenas de ternura, admiración por su belleza y respeto por su despierta inteligencia. Firmaba estas cartas como el Oso y muchas de ellas pasaron a formar parte de la atmósfera de la poesía montaliana a la que dieron el sentido y la angustia de la separación de los amantes.