La Jornada Semanal,   domingo 19 de marzo  de 2006        núm. 576

MANUEL STEPHENS
.
GISELLE

Giselle representa la perfección de la danza del romanticismo. Este ballet fue concebido por Théophile Gautier, a quien Charles Baudelaire califica como "poeta impecable y perfecto mago" cuando le dedica Las flores del mal. Giselle nace cuando Gautier entra en contacto, a través de H. Heine, con la leyenda de las wilis, doncellas a punto de casarse que mueren antes de su boda. Gautier piensa en Carlota Grisi para el papel principal, bailarina étoile de quien estaba enamorado. En un tiempo récord de tres días, Gautier y Jules-Henri Vernoy, marqués de Saint Georges, escriben el libreto, y el compositor Adolphe Adam entrega los sketches musicales y la partitura completa en ocho días y tres semanas, respectivamente. Con Lucien Petipa como el amante de Giselle y con coreografía de Jean Coralli y Jules Perrot, Giselle se estrena el lunes 28 de junio de 1841, con tal éxito que un estilo de sombrero y un tipo de tela serían nombrados como el ballet, situación similar a la manera en que los jóvenes habían copiado el frac azul de chaleco amarillo y botones dorados del Werther, de Goethe.

Giselle narra la historia de amor traicionado de su protagonista, condenada a convertirse en una de las wilis, espíritus aéreos vengativos que bailan por las noches en los bosques. Las implicaciones simbólicas de esta anécdota ya resuenan como material profuso para la interpretación. El tono patético del teatro romántico permea esta historia de seducción, pasión y muerte, razón por la cual su simbolismo ha pasado a segundo término para el público neófito, dejando en su lugar, aparentemente, un edulcorado cuento de amor. Pero Giselle permanece como obra maestra, entre muchas razones, porque en este ballet fueron implementadas cuestiones técnicas que son definitivas para la danza. Todo en Giselle está en función de la puesta en escena: el primer acto delimita los personajes y el conflicto, enmarcándolos en las fiestas de la vendimia, logrando que las danzas no se den como entrées y colaboren al desenvolvimiento de la historia. Este acto desarrolla el plano de lo real y en él se hace abundante uso de la mímica, ya que los espectadores podían literalmente leer la gestualidad de los bailarines. La división entre "diálogos" y danzas del primer acto, se reitera entre éste y el segundo, el cual pasa al plano fantástico. Siendo las wilis seres definidos por la danza, los personajes y la narración del segundo continúan siendo verosímiles. El montaje "realista en lo fantástico" de Giselle también se observa en el bailar en pointe, un medio de expresión para definir al personaje y no sólo una muestra de virtuosismo; en el uso del tutú que llega debajo de la rodilla, el cual da la calidad etérea a las bailarinas, quienes inclusive aparecían volando al inicio del segundo acto por medio de recursos de tramoya. En cuanto a la partitura, Adam recurre al uso del leitmotiv como apoyo narrativo, la música dice la historia.

Actualmente se presenta Giselle sí es él, versión libre de Alicia Sánchez y Jorge Ballina. El espectáculo cuestiona si un amor como el de Giselle está vigente y su protagonista es un hombre. Los directores hacen una lectura en función de su planteamiento que evidentemente se dirige a la imposibilidad de encontrar un amor absoluto.

Sánchez y Ballina siguen en lo general la estructura del ballet. La acción tendrá lugar tras bambalinas retratando los intríngulis amorosos en una compañía que representa Giselle y en un hospital tras un accidente del protagonista. Giselle sí es él es efectivo a lo largo del primer acto, que paradójicamente prescinde del movimiento, dibuja personajes y entramado, y atina en algunos gags. Pero el segundo acto no repunta. La obra expone un extremo contraste entre la música de Adam y la de Marcelo Gaete, borra el carácter de los personajes sin perfilar su nueva naturaleza y hace hincapié ahora en el movimiento, pero el vestuario limita la percepción del cuerpo de los bailarines, al igual que el juego de espejos para duplicarlos ensucia el espacio. Desafortunadamente, las posibilidades creativas en el uso de muletas son poco exploradas y abandonadas. El espectáculo decae a pesar de contar con bailarines como Carlos Martínez, Virginia Amarilla, Daniel Delgadillo y Alberto Pérez. No hay necesidad de ser fiel al ballet original y muchísimas veces la superficialidad se agradece, pero es de lamentar el abandono de la coherencia que un espectáculo requiere y más con un telón de fondo del tamaño de Giselle. Lo que hay que encomiar es una labor escenográfica impecable… Ballina sí es él.