Usted está aquí: lunes 20 de marzo de 2006 Opinión Juárez y nosotros

Luis Martínez

Juárez y nosotros

Con ocasión del bicentenario de Benito Juárez tenemos que resaltar su condición de ciudadano ejemplar, de su obra durante la Reforma y la intervención francesa. Entre los más grandes atributos de Juárez está haber sido jefe de los hombres de su generación, donde influyeron sus cualidades de dirigente y guía de aquel selecto grupo que conformaban 18 letrados y 12 soldados. Fue ésta la generación de la Reforma, donde sobresale Juárez como guía, ideólogo y constructor del México moderno.

Su personalidad permitió que cristalizara la dispersa República. De hecho no existía. Ajenos hoy a cualquier idolatría, debemos, como quería Justo Sierra, "limpiar del negror del humo" al gran representante de nuestro derecho, en una época en que la República luchó para vivir y agonizó vencida; al gran indígena a cuya memoria la gratitud del pueblo le rinde homenaje con ocasión de su bicentenario, porque su vida es suprema lección de moral cívica. Puedo engañarme, pero no sé engañar, diría don Justo, pero pensar en Juárez requiere de una sinceridad inmensa; no hacerlo sería como presentarle una frente manchada a los besos de mis hijos.

La lección que nos deja Juárez radica en que el cumplimiento de la ley no admite simulaciones. La defensa de la Consti-tución representa la vigencia del estado de derecho. Juárez sabía que sólo existe el cambio perdurable a través del derecho. Su herencia moral y política es enorme. Su pensamiento y su conducta, necesarios en nuestros días. Los ideales por los que Juárez luchó son hoy principios universales: la libertad de conciencia, la igualdad ante la ley, la seguridad ciudadana y el respeto mutuo de los pueblos.

Para mi maestro Daniel Cosío Villegas, Juárez tenía muchas prendas y muchas facetas, que en mayor y menor grado se dan en todos los hombres; pero, por lo menos, una de sus virtudes se dio en tal grado excepcional, que parece increíble: fue la capacidad de entender, de asimilar, aun de adelantarse a su época.

En Juárez, agrega el historiador, se dieron en una proporción finamente equilibrada el estadista y el político, es decir, el hombre de Estado, capaz de concebir grandes planes de acción gubernamental, y el hombre ducho en la maniobra política.

Sobresale el pensamiento del estadista en su discurso al triunfo de la República, cuando postula: "no ha querido ni debido el gobierno, y menos debiera en el triunfo completo de la República, dejarse inspirar por ningún sentimiento de pasión contra quien lo ha combatido. Encaminemos ahora todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la paz, y aquí, solamente aquí, entra la celebrada frase: el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos, pues entre los individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz".

Su coetáneo, amigo y crítico Ignacio Manuel Altamirano nos refiere que ninguna de las leyes que él promulgó lleva el sello de su pensamiento, aunque sí todas llevan el sello de su firmeza incontrastable. Tardaba en decidirse y en aceptar consejos de sus ministros o de sus amigos, pero, una vez aceptados, no retrocedía jamás.

Juárez era conciliador con los adversarios nacionales, pero intransigente con los enemigos extranjeros; cuando se convencía de que la conciliación no daba resultados, entonces se convertía en inflexible; de ninguna manera, como lo han querido presentar los conservadores, los mochos y el Yunque, como un ser obcecado, rígido, testarudo, sordo y ciego.

La historia, el mito y la leyenda nos explican, por qué sin que lo hayamos conocido los mexicanos lo sentimos tan cerca de nosotros desde la temprana infancia. ¿Qué indio del México profundo, al salir de su tierra, no sentirá que viene a repetir la historia y la leyenda de Benito Juárez?

Los homenajes al señor Juárez, que en este año se le consagran, tienen y tendrán frutos ciertos. Como dice su biógrafo Andrés Henestrosa: todos por virtud del alfabeto, por razón de la perseverancia, pueden escalar dignidades. Los niños indios, los huérfanos de la tierra, ya saben que se puede llegar a todo: que la acción vence al destino, que el amor a la justicia, a la independencia, a la patria, obra milagros.

Regresemos, como quería Ralph Roeder, a San Pablo Guelatao, en busca del hombre que se fue. Para que recojamos su fe en la capacidad de superación del hombre, para que recojamos su vitalidad póstuma, porque su ejemplo sigue vivo y tenaz como el progreso incansable de la humanidad.

El indio Juárez es una figura señera de nuestra historia. Ese indio huérfano que un día fue capaz de huir, de fugarse hacia adelante, hoy puede decirnos que sus palabras eran acciones y sus acciones palabras. Quisiera que se me juzgara, -dijo él-, no por mis dichos, sino por mis hechos. Simboliza la venturosa conjunción de hombre de acción y pensamiento. Rescatemos su ejemplo, lo que pudiera ser útil en este tiempo crucial; hagamos nuestro el hecho increíble de su honradez y de su honestidad personal, casi congénita, que jamás se atrevió a ostentar, porque era simplemente un modo de ser.

 
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