Ojarasca 107  marzo 2006


¿Qué quedará por perder cuándo todo lo que importa se haya perdido? No se trata de cálculos apocalípticos, sólo de sentido común respaldado con la abrumadora información a la mano. El agua se va convirtiendo en oro, pretexto de las guerras en un futuro que nadie imagina pacífico, ni siquiera los publicistas. Y peor cuando el petróleo se acabe. Las tierras labrantías no serán de nadie de verdad, sino de los hombres de mentiras, los dueños del aire, del dinero en los bancos, de las inmobiliarias y las constructoras, de las ondas telefónicas/televisivas, de las leyes a su modo, de los gobiernos Inc. Un porvenir lleno de Robocops para contener a tanto pinche pobre, a tanta humanidad sobrante.

Las semillas intervenidas genéticamente avanzan incontenibles en un mundo cada día más hambriento, sobre campos erosionados, deshidratados y despoblados. Amenazan con "sustituir" (blando eufemismo de aniquilar) a las semillas y los cultivos "tradicionales" (blando eufemismo de naturales), transformar la vocación de los suelos (blando eufemismo de envenenar lentamente la tierra) y convertir a la agricultura en junkie de los insumos industriales: semillas con copyright y plaguicida incluido. Súmese la maquinaria "inteligente" como único arado viable para campos deshumanizados, es decir sin seres humanos, quienes habrán emigrado a ciudades donde no caben ni los necesitan, o a países prósperos que necesitan mano de obra barata y poco exigente en materia de derechos.

La mentira del consumo, la droga del entretenimiento hueco. Y al que no le guste, represión o exilio. Bienvenidos a la Edad Media, donde los gobernantes y los ricos gozan de derecho de pernada sobre las niñas y los niños, donde los varones abandonan por necesidad o por necedad sus pueblo dejando tras de sí madres solas, desesperadas y explotables. A fin de cuentas, el criminal desarrollo de las maquiladoras se basa en buena medida en estas mujeres despojadas de sus derechos, con hijos que alimentar y, como dirían los clásicos en clave sexista, sin un hombre que las defienda.

Los pueblos indígenas, locales en extremo, los últimos de la fila, van resultando los más preparados para resistir los embates terminales del neoliberalismo universal. Por su apego a la tierra, por sus raíces verdaderas y no retóricas, porque de tanto vivir abajo ya sólo pueden subir, porque conservan su mayor tesoro civilizatorio: la comunalidad; más que una solidaridad, el arma secreta de su sobrevivencia de siglos.

El apetito capitalista por comprar o robar para poseer y coleccionar se retrata deliciosamente en la fábula jakalteca que acompaña esta página. Desde un rincón de la frontera entre Chapas y Guatemala, en la voz de un pueblo maya que al menos en el lado mexicano es muy pequeño, los pájaros hermanos enseñan cómo se pueden engañar al enemigo, como se le derrota dejándolo combatir a solas contra su sombra.

En el terreno práctico, también de Chiapas nos llega el testimonio del antídoto de la autonomía rebelde. Desde un municipio zapatista emblemático, desde sus límites económicos y su grandeza en la lucha, es la propia gente la que reitera que ya empezó la derrota del neoliberalismo.

***

Este mes nos acompaña en
Ojarasca uno de nuestros primeros amigos y colaboradores, Francisco Mata Rosas, quien acaba de recolectar su trabajo fotográfico en la ciudad de México de los de abajo, la de los crucificados en Iztapalapa, la de los balnearios populares, los danzantes, los disfrazados por la imaginación o por la miseria, la de los que luchan en defensa propia. Suma de su trasiego por esta ciudad de palacios y agujeros, de apaches urbanos y aztecas legendarios, donde naco is beautiful, y si no te aguantas. Con su ya reconocido talento para la composición y el hallazgo surrealista, y la limpidez legendaria de su lente, Mata Rosas suma aquí la Tenochtitlan que sigue siendo y el Distrito Federal de nunca jamás. Muchas de estas imágenes son ya justamente legendarias, y forman parte del paisaje fotográfico del fin de siglo.

 umbral



regresa a portada