Usted está aquí: jueves 23 de marzo de 2006 Opinión Pragmatismo en las campañas

Octavio Rodríguez Araujo

Pragmatismo en las campañas

La unidad y el robustecimiento de los partidos, en estas campañas electorales, están fincadas más en la oferta de cargos de elección popular probables que en principios ideológicos y proyectos de gobierno claramente establecidos y diferenciados. Ninguno de los partidos contendientes, ni los grandes ni los pequeños, ha hecho a un lado esta actitud pragmática, que también podríamos calificar de oportunista, aunque sea producto de negociaciones incluso legítimas.

Las listas hasta ahora conocidas de candidatos a senadores y diputados, sobre todo de los primeros lugares en donde la elección será plurinominal o por cuotas partidarias seleccionadas en la cúpula, demuestran que el pragmatismo ha sido la clave para mantener la unidad de los partidos. Pero esta unidad es un tanto artificial, por ser de coyuntura, exclusiva y típica de los tiempos prelectorales. Nadie puede garantizar que después de los comicios esa unidad se conserve, como tampoco que las alianzas interpartidarias sean mantenidas en las Cámaras una vez que los implicados sean senadores o diputados. Se trataría, pues, de unidades y fortalecimientos con fuerte dosis de circunstancia a conveniencia, efímera y eventualmente artificial, que no necesariamente engrandece a los partidos ni los desarrolla, aunque crezcan.

No se me escapa que, a la vez, existen millones de afiliados y militantes de los partidos que creen en sus líderes, confían en ellos y suscriben principios y programas más o menos explícitos, impuestos en unos casos y discutidos con consejos ciudadanos no partidarios en otros. Pero el pragmatismo y las negociaciones son característicos de los distintos dirigentes en toda la escala burocrática de los partidos, desde el nivel municipal hasta el nacional. Son los dirigentes los que hacen alianzas y los que, finalmente, determinan quiénes serán candidatos y dónde. En la otra campaña, dicho sea de paso, también son los dirigentes (en este caso del EZLN) los que dicen quiénes pertenecen a ella y quiénes no, al margen de adherencias a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona que son más flexibles y abiertas.

Sabemos que así es la política: pragmática para alcanzar determinados objetivos. Nadie, por lo visto, escapa al pragmatismo en el momento de hacer campañas, así se trate de las campañas electorales o de la otra campaña antielectoral. En ambas se crean escenarios ad hoc en los que no participan -de ser posible- los opositores, los disidentes ni los críticos: sólo monólogos a varias voces, como en las misas concelebradas, en las que hay obispos, sacerdotes, monjas, monaguillos y fieles, y curiosos en el lado opuesto (como ha ocurrido en Guadalajara recientemente). Pero una cosa es que la política sea pragmática y otra que los ciudadanos de a pie no esperen conocer proyectos y compromisos de que serán cumplidos. Tan pragmático es ofrecer lo que el público espera oír como estar en contra de todo sin proponer nada en concreto. Tan pragmático es convocar a un mitin a los que están de acuerdo con un candidato como sólo realizar mítines en donde se sabe de antemano que la gente está de acuerdo. Sí, la política es pragmática, pero sólo para los que la hacen, no para quienes la sufren, que quisieran algo más (por ejemplo soluciones a sus problemas y no sólo buzones multicolores de quejas y peticiones).

El diputado constituyente Pastrana Jaimes (el mismo que se opuso a que los indios se rigieran por reglas propias, como por ejemplo en asuntos de autonomía jurisdiccional) fue uno de los que defendieron, en enero de 1917, la hegemonía del Poder Ejecutivo argumentando que un régimen parlamentario no podría ser realidad mientras no hubiera partidos políticos. Y tenía razón, pero sólo en parte, pues sabido es que la existencia de partidos no garantiza un verdadero sistema parlamentario, como tampoco que la representación popular auténtica sea garantizada en el parlamento. Ahora hay partidos políticos más o menos competitivos, y la composición del parlamento (nuestro Congreso federal) es, en los hechos, un reparto de cuotas en el interior de los partidos con el principal objetivo de ganar, paradójicamente, la titularidad del Poder Ejecutivo y, de paso, sólo de paso, tratar de que el presidente de la República pueda garantizarse un alto grado de gobernabilidad sin el estorboso principio democrático del equilibrio de poderes y de los contrapesos a su poder unipersonal.

Todos los candidatos a la Presidencia están haciendo llamados a que los ciudadanos voten por sus candidatos al parlamento, pero el mayor énfasis lo han puesto los presidenciables que saben o intuyen que no ganarán, pues piensan que así podrán presionar desde la representación nacional al que ocupe la silla más importante del país. Todos, también, han aceptado a ex militantes de otros partidos con el fin de ganar votos de y fuera de sus formaciones políticas. Ninguno se escapa de esta tendencia (larga sería la lista). Todos, en fin, buscan el voto de quienes no militan ni simpatizan por ningún partido. Estos han adquirido tal importancia que incluso se los disputa la otra campaña, con menos éxito que los candidatos presidenciales, pues, en última instancia -y esto todo mundo lo sabe-, uno de ellos será el que gobierne y en buena medida el futuro del país estará en sus manos mientras persista el presidencialismo.

El parlamentarismo del que hablara Pastrana hace 89 años no será realidad, a pesar de que existen partidos competitivos, entre otras cosas porque éstos no han logrado ser lo que la gente, incluidos muchos de sus militantes, quisiera o porque ya no son lo que eran. Ahora son más pragmáticos y sus campañas también.

 
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