Usted está aquí: sábado 25 de marzo de 2006 Opinión Juárez a 200 años; liberalismo y comunalidad indígena

Carlos Roberto Martínez Martínez*

Juárez a 200 años; liberalismo y comunalidad indígena

Doscientos años de existencia liberal reclaman de los mexicanos una seria autocrítica. No es momento de exaltar la forma, para enterrar la esencia de los tiempos de la reforma. Un ejemplo es la defensa de nuestra soberanía, que se ha convertido en un discurso vacío que daña los más entrañables principios heredados de Benito Juárez.

El despotismo racista de los conservadores que enfrentó y venció Juárez no se ha terminado de ir, más bien pareciera volver sobre sus pasos. Portamos en la actualidad una ideología tan nebulosa que ni la laicidad puede aclarar. Nuestros pasos revelan cansancio de una democracia electoral sin identidad, cuantitativa y de imposición mediática.

Resulta lógico, espiritualmente entendible, que Juárez haya encontrado en la libertad, en la justicia y la democracia, el camino para engrandecer al hombre. No es rara su fe en el individuo, cuando el pensamiento clerical encadenaba la razón y la esencia de un hombre que podía darse a sí mismo un estadio de mayor felicidad y bienestar. No es raro que haya proseguido la separación del hombre de la naturaleza, esencia del pensamiento occidental, horizonte al que se ha dado continuidad situando en peligro de muerte a todo el planeta.

En la liberación humana del dogma religioso Juárez encontró una sociedad civil democráticamente constructora de una república federada. Entendió también la legitimidad de nuestras municipalidades como la fuente misma de la organización política. Sus tiempos no lo eran para el reconocimiento del valor profundo de la comunidad y de los pueblos originarios, lo que urgía era dar bases a una república naciente, sobre los leños todavía ardientes de un periodo colonial que había sometido durante siglos las almas, la energía, y la creatividad que hoy por hoy se sigue queriendo en la oscuridad. En Oaxaca, esta oscuridad empieza a desaparecer con el reconocimiento de 418 municipios de usos y costumbres. Historias y razón de ser que ofrecemos al mundo actual.

La honorable medianía que Juárez exigía a los funcionarios públicos, hoy la han convertido en un laberinto de disipación que empobrece la moral del mejor de los ideales, del mejor ejercicio de la representación pública. La distribución de la tierra que imaginó como cimiento para la sobrevivencia, usufructo que los mismos liberales volvieron mercancía, hundió en el silencio la seguridad de Juárez de que "el hombre soporta la adversidad, pero la prosperidad lo deprava".

El Benemérito nos dejó un territorio intacto. El istmo siempre lo pensó para los mexicanos. Sin embargo, hoy la globalización se nos cuela por todos los poros, contamina nuestra sangre, nos impone gustos nuevos, con iniciativa impuesta se adueña de todo nuestro cuerpo.

Los tiempos de Juárez García eran tiempos en que se requería del esfuerzo homogeneizador, eran de juntar, integrar; sin embargo, ahora seguimos negando la riqueza de la diversidad, de nuestras raíces, de nuestras cosmovisiones, como si el discurso no tuviera, frente a la historia, su propia fuente de transformación.

La educación se sigue diseñando desde el centro, se nos siguen imponiendo haberes y deberes, obstaculizando la riqueza cultural que ofrece la diversidad del pensamiento.

La ideología de mercado, fincada en la espiral interminable de la fuente de empleo, del desarrollo tecnológico, nos conduce al simple obedecer y consumir una producción basada en la explotación de recursos, principalmente energéticos, que pulveriza el planeta. El bienestar ya no es nuestro, es tan sólo lo que se nos impone.

Cuando ya no quieren que los recursos vitales, como el agua y la biodiversidad, sean gratuitos para todos, es que entendemos que la instrucción también haya dejado de ser laica, obligatoria y gratuita, tal y como lo señaló el gran patricio.

No olvidemos que Juárez fue un indio que superó todos los obstáculos, y por evitar que se formen nuevos Juárez o Garcías hoy se le pone precio a todo, incluso hasta a los sueños.

El liberalismo descubrió al hombre en su plenitud de obligaciones y derechos. Pero el mercado, la industria, lo masificó, lo despersonalizó convirtiéndolo simplemente en un número.

Conceptos como liberalismo social o democrático se convirtieron en abstracciones de una masa mediatizada en partidos y religiones, todos consumidores de oligopolios financieros y tecnológicos.

Pensar en un liberalismo que respeta la comunalidad quizás permita entender las utopías del Benemérito, que partieron de un territorio de raíces de calidad. Con ello podemos salir a flote de este mar cuantitativo que esteriliza el espíritu, que mata la poesía, convirtiendo nuestra existencia en una máquina remedo de humano.

La libertad, la justicia y la democracia sólo pueden existir cuando se comparte el bien común. Por eso sigue siendo válido el apotegma juarista, sin confundir la pequeña propiedad con la propiedad privada, como tampoco el derecho propio con el derecho ajeno.

Los pueblos originarios ofrecemos nuestra comunalidad para detener la voracidad del mercado. Solo deseamos oídos prestos a nuestra creatividad, a nuestra reciprocidad, a nuestra sustentabilidad. Una muestra de esta decisión está en el plan comunalitario que se le entregó al gobierno federal y fue autorizado por el Poder Legislativo para el presente año.

Mientras nos entendamos todos como ciudadanos de la Tierra y entendamos al universo como destino común, la estrategia para conservar nuestra sobrevivencia seguirá teniendo como lema central: entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz, estrategia que nos hemos trazado como tarea intensa y a realizar comunalmente durante los próximos 10 años.

La razón nos asiste, la experiencia nos obliga, la patria desea nuevos mañanas. Escarbemos el pasado y encontraremos a Juárez trabajando a nuestro lado, y enseñando a nuestros hijos labores de un nuevo futuro compartido.

Presidente municipal de Guelatao de Juárez, Oaxaca. Discurso leído el 21 de marzo en la celebración del bicentenario de Benito Juárez García

 
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