Usted está aquí: sábado 25 de marzo de 2006 Opinión Agricultura: ¿el villano de la película?

Víctor M. Quintana S.

Agricultura: ¿el villano de la película?

Para muchos, la agricultura resultó ser el villano de la película durante el cuarto Foro Mundial del Agua. Ahí se afirmó que son los agricultores los responsables del uso y abuso de cuando menos 70 por ciento de los recursos hídricos del planeta y que se encuentran donde se concentra la mayor parte de la pobreza mundial. En otras palabras, los agricultores, a pesar de acaparar y malgastar el agua, no salen de pobres.

Así de gruesas, estas afirmaciones resultan tan inexactas cuanto injustas y peligrosas. Porque al menos avezado de los observadores le resulta muy claro que en el planeta no hay una sola agricultura sino muchas agriculturas, con muy diferentes formas de relacionarse con el agua.

Las agriculturas campesinas e indígenas, las de los pobres, llevan milenios manejando el agua. No son ellas quienes han realizado las monumentales obras de infraestructura hidráulica. Sus trabajos rara vez van más allá del nivel comunitario: diques, presones, cárcamos, acequias, construidos con el trabajo de la comunidad. Riegan extensiones no muy grandes y parte del agua que utilizan vuelve a su cauce original. Distribuyen el agua con equidad y con participación de todos. Y como no buscan el lucro ni se orientan con un afán productivista, sino lograr la autosubsistencia y reproducirse material, social y culturalmente, no hacen uso intensivo del agua. Tienden a manejarla de manera sustentable.

Ciertamente, la expansión demográfica y la urbanización trajeron consigo la necesidad de expandir notablemente la frontera agrícola y de producir alimentos a mucho mayor escala, lo que acarreó el uso aún más intensivo del agua... Aquí empezó a perderse la sustentabilidad del recurso. Porque a la necesidad de producir más alimentos se aparejó el manejo comercial de los mismos. La agricultura ya no sólo fue una actividad para producir satisfactores, sino para generar lucro.

El problema no empezó a tomar los niveles críticos que ahora tiene sino hasta las décadas recientes. Y no sólo por la explosión demográfica, sino, y sobre todo, por la adopción a nivel planetario de un nuevo modelo de agricultura: la fase agroalimentaria global, cuyo inicio la sitúan investigadores, como Blanca Rubio, en 1985, y que tendría tres características básicas: 1) La utilización de los alimentos como mecanismo de competencia por la hegemonía económica de los países desarrollados; 2) la sobreproducción alimenticia como mecanismo de control de las trasnacionales y, 3), el dominio de las empresas agroalimentarias trasnacionales.

Las trasnacionales del agronegocio son los actores dominantes de este proceso. Ellas definen, ahora en general, no sólo qué se siembra, en qué cantidades y de qué calidades, sino también qué se come, en qué cantidad y de qué calidad. Inducen los nuevos hábitos alimenticios globales, haciendo crecer la demanda por los productos que ellas controlan: granos, lácteos, cárnicos, frutas tropicales. Presionan para que haya sobreproducción alimenticia para mantener tendencias a la baja en los precios. Esto genera mucha mayor presión sobre el agua.

Además, en el marco de los tratados de libre comercio, también impulsados por las trasnacionales, los agricultores de los países pobres o en vías de desarrollo se ven obligados a competir con las exportaciones agrícolas de los países desarrollados, reducidas de precio artificialmente. Para esto tienen que incrementar sus rendimientos y, de nuevo, tienen que utilizar más intensivamente el recurso agua. Esto genera la sobreexplotación de muchos mantos acuíferos, la intrusión salina de otros: la construcción de nuevas represas y diques, etcétera.

Con otra, los alimentos que responden a los hábitos de consumo promovidos por las trasnacionales son los que tienen las relaciones más ineficientes entre el agua empleada para producirlos y la cantidad de alimento útil que generan. Así, para producir un kilo de maíz se requieren en promedio 900 litros de agua, mientras que para producir la carne de cuatro hamburguesas se requieren 16 mil litros. La hiperindustrialización de la alimentación, sobre todo en los cárnicos, es enormemente derrochadora de agua. Un rastro tipo TIF de una ciudad de 100 mil habitantes consume en promedio 100 metros cúbicos, 100 mil litros, diarios del líquido.

Entonces no son los agricultores en general los responsables del uso y del abuso del recurso. Son las empresas trasnacionales del agronegocio, son los grandes agroexportadores, los grandes agricultores comerciales quienes se están gastando el agua potable del planeta. Ciertamente, es necesario repensar, normar el uso del líquido en la agricultura. Pero hay que priorizar su empleo en la producción de alimentos básicos y no en la generación de mercancías que enriquecen a unos pocos.

 
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