La Jornada Semanal,   domingo 26 de marzo  de 2006        núm. 577
LAS RAYAS DE LA CEBRA
Verónica Murguía

RACHEL CORRIE Y TOM FOX

Hace poco más de tres años, el 16 de marzo de 2003, la activista norteamericana Rachel Corrie fue atropellada por un bulldozer cuando, en su papel de escudo humano, se interpuso entre la máquina y la casa de un dentista palestino que iba a ser destruida. Corrie pertenecía a la organización pacifista International Solidarity Movement, que unos meses después habría de perder al inglés Tom Hurndall, baleado por un soldado israelí. Esto sucedió dos días antes de que las bombas comenzaran a caer sobre Bagdad y las noticias del fallecimiento de Corrie y Hurndall se confundieron rápidamente con las de la muerte de miles de civiles iraquíes y, en general, con los horrores que se suceden diariamente en Palestina e Irak.

A pesar de las atrocidades que se han sucedido en estos tres años —la prolongación de una guerra basada en embustes, que además se está convirtiendo en una guerra civil; desastres naturales, terrorismo y la amenaza de pandemias—, Rachel Corrie no ha sido olvidada. Alrededor de su imagen y de la historia de su muerte han sucedido muchas cosas, como el suicidio de su novio Colin Reese y la deportación de la mayoría de los activistas que con su presencia tratan de aminorar las presiones a las que se ve sometida la población palestina. Cada día su trabajo es más difícil: el asalto a la cárcel de Jericó y el espectáculo de los presos palestinos encuerados frente los rifles del ejército israelí, provocó una serie de secuestros que seguramente harán más daño a la inerme población de Gaza. Como en Irak, pagan justos por pecadores.

Para tratar de entender cuáles son los motivos por los que una persona es capaz de cambiar la seguridad de un barrio suburbano en Estados Unidos por la miseria y opresión de Gaza, se ha escrito una obra de teatro: Mi nombre es Rachel Corrie, dirigida por Alan Rickman y escrita por Rickman y Katharine Viner. Se usaron los emails que se escribieron Rachel y sus padres mientras ella estaba en Gaza, su diario y una entrevista. De acuerdo con la obra, la calidad de la escritura de Corrie revela un pensamiento complejo, pleno de cuestionamientos éticos y una sorprendente capacidad para asumir el riesgo que corría, muy distinta de la imagen de pacifista incauta y estridente con la que se le ha querido asociar.

Cuando Mi nombre es Rachel Corrie se presentó en Inglaterra, se añadió a un conjunto de propuestas teatrales que han combinado la información política con el discurso escénico como Guantánamo, de Gillian Slovo y The Permanent Way, de David Hare. Estas obras han añadido a la discusión sobre el pacifismo y la guerra una dimensión nueva (la puesta en escena de esta obra en Estados Unidos por el New York Theater Workshop acaba de ser cancelada).

La Historia, con mayúsculas, suele ser irónica. El padre de Corrie manejó bulldozers en Vietnam. Antes de la muerte de su hija, según sus propias palabras, "apoyaba de forma incondicional las acciones del ejército israelí". Justo después de la muerte de Rachel, Ariel Sharon prometió a los Corrie que habría una investigación "minuciosa, creíble y transparente". Finalmente, el estado de Israel culpó a la víctima por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Sólo que para Corrie estar allí no fue fruto del azar sino de un trabajo arduo y deliberado. Cada pacifista que viaja a Medio Oriente debe enfrentar a las burocracias de países diferentes, problemas económicos y, claro, peligros mortales.

La casa que Rachel defendía cuando murió fue arrasada siete meses más tarde. En esta zona —Rafah— el ejército israelí ha destruido mil 700 hogares.

La lista de los pacifistas muertos en estos tres años en todo el mundo es larga y heterogénea. El más reciente: Tom Fox, de la organización Christian Peacemakers Team fue encontrado muerto el jueves 9 de marzo cerca de Bagdad. Su cuerpo llegó a Estados Unidos con el cadáver de un preso iraquí que murió mientras era interrogado por el ejército norteamericano y cuyos restos serán examinados para determinar si hubo "exceso de celo" por parte de sus interrogadores. Así, dicen sus colegas que "Tom acompañó en la muerte a un preso iraquí, como tantas veces lo hizo en vida".

Dice Umberto Eco que "aceptar lo intolerable pone en cuestión nuestra misma identidad". Ni Corrie ni Fox lo aceptaron. Por eso escribo estas líneas, para honrar su memoria.