Usted está aquí: jueves 30 de marzo de 2006 Gastronomía Vinicultores nipones, resueltos a invadir el mercado mundial

Aunque no tienen apoyo del gobierno, su esperanza no decae

Vinicultores nipones, resueltos a invadir el mercado mundial

Los críticos sólo consideran los vinos franceses e italianos, lamentan

AFP

Ampliar la imagen Un trabajador recolecta uvas durante la cosecha de Juanico, en los alrededores de Montevideo. Productores y vinicultores uruguayos buscan elaborar vinos de calidad para ingresar al mercado internacional Foto: Reuters

Katsunuma, 29 de marzo. Los viticultores japoneses están convencidos de que algún día sus vinos conquistarán el planeta, aunque ahora se excusan por contar sólo con un siglo de historia y cosechar sin ayuda una uva considerada "agria".

En el reino del sake (aguardiente de arroz) y la cerveza, un adulto sólo bebe en promedio 2 litros de vino al año.

Sin embargo, desde hace una década crece el consumo y el mercado se encuentra inundado de vinos de todo el mundo.

Unos cientos de kilómetros al oeste de Tokio, al pie de relieves alpinos, los productores nipones cuidan la viña y sueñan con el día en que se aproveche su entusiasmo.

"No queremos que el vino japonés se quede atrás", explica Hidekazu Akamatsu, gerente de explotación vitícola de Yamanashi.

Esta es la primera región productora de la uva de Koshu, cepa única, y al mismo tiempo sede histórica del cultivo vitícola japonés, conocimiento importado de Francia a finales del siglo XIX.

La tarea de los viticultores japoneses no es nada fácil, ya que consideran que la uva Koshu no es bastante ácida ni bastante dulce.

Cuando madura deben protegerla de sobrehidratación, si la temporada de lluvias anual se prolonga al final del verano.

Y sobre todo, el Estado japonés, generoso con sus productores de arroz, ignora a los vinateros, quienes llevan años viendo cómo se desploma la producción.

Masahiro Sakai, de 61 años, invirtió en un centro de vinificación cerca de un viñedo de ocho hectáreas, frente a la majestuosa cadena de los Alpes del Sur japoneses.

El año pasado, él y sus colegas recobraron la esperanza después de una ayuda inesperada del célebre crítico estadunidenese Robert Parker, quien elogió el vino blanco de Koshu 2004 y lo sacó del anonimato.

"Parker apreció su carácter natural", afirma Shigekazu Misawa, productor del vino enaltecido por Parker y director general de la compañía Chuo Budoshu (2 millones 300 mil euros de volumen de negocios en 2004), una de las primeras explotaciones vitícolas de Yamanashi, situada en la ciudad de Katsunuma.

Al frente de un equipo de 25 empleados, Misawa exporta su vino a Asia y Francia, principalmente para restaurantes japoneses.

El viñador, quien cuenta con la ayuda de un experto en vinos de Burdeos, produce un blanco ligero que pega bien con la cocina japonesa, de sabores discretos.

También produce un Chardonnay más fuerte, adaptado a la cocina europea, única manera de seducir a los sumilleres nipones.

En Japón, "los líderes de opinión en materia de vino sólo tienen ojos para los crudos franceses e italianos. Si no haces ese tipo de vino no tienes ninguna posibilidad de llamar la atención", lamenta.

La exportación a Francia "espanta" a uno de sus competidores, Yuji Aruga, quien dirige la compñía vinícola Katsunuma (3 millones 500 mil euros de volumen de negocios), y a quien le gustaría que sus vinos se degusten en Nueva York, San Francisco o Londres.

"Dentro de 10 años haré todo lo posible para que el vino de Koshu tenga nombre internacional", confía.

Los profesionales nipones, enfrentados a un mercado mundial con exceso de producción y a la competencia de vinos extranjeros que gustan a sus compatriotas, no pierden la lucidez.

"Nuestra única oportunidad es producir un vino que sorprenda por su originalidad", admite Aruga.

Reconoce la dificultad de competir con la riqueza de la tierra francesa o con los grandes y soleados valles de California desde un territorio exiguo, comido por los bosques y las montañas, con las tierras árabes dedicadas al cultivo de arroz.

No obstante, Masahiro Sakai persevera: en dos años su pequeño negocio será rentable, y con ayuda de sus cinco empleados un día producirá un gran caldo.

 
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