La Jornada Semanal,   domingo 2 de abril  de 2006        núm. 578
LASARTESSIN MUSA
Jorge Moch
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 CÁUSTICOS, GÁSTRICOS IBEROS

Confieso que me fui con la finta. Mal acostumbrado que lo tienen a uno las televisoras mexicanas, tendientes a siempre quedar bien, no usar la mofa como herramienta crítica —salvo honrosas excepciones como Víctor Trujillo y aun a él lo vemos a veces morigerante— y que en cambio echen mano, más que del humor y el ingenio, de la sumisión tácita y la estupidez explícita para apenas enderezar tímidas burlas contra la derecha, la iglesia católica, los muy iracundos señores como el prior Abascal o el beato Fernández de Cevallos, y ni qué decir del innombrable príncipe orejón de la oscuridad jefe de todos ellos, pero sí en cambio proclives al golpeteo machacante y difamatorio contra la única verdadera oposición política mexicana de los últimos veinte o treinta años. Me aburre hasta el encono la televisión políticamente correcta. Así que iba a cambiar de canal pero algo me hizo detenerme; uno de los conductores —son tres— dijo algo que hubiera sido imposible en la televisión mexicana (y de hecho, en general, también en la española): maricón imbécil o al revés. Y más interesante, se lo había dicho a sí mismo.

Descubrí un programa de reportajes desmadrosos y reporteros chacoteros hecho para picar alegremente el hígado a sus entrevistados —políticos, actricitas y figurines de moda, empresarios temibles por sus muchos dineros y sus pocas pulgas y figuras del quehacer cultural, como taumaturgos, pintores o poetas— en que el denominador común es dialéctico: o te caen de pelos o los odias con odio de acero toledano. Se trata de Caiga quien caiga (CQC), producción de la española Telecinco que no respeta ni a su propia madre, o sea la televisora misma. Creí ver, en CQC, la inspiración de Planeta tres, a chaleco, de Televisa —porque no puede uno pensar a estas alturas que tales producciones son cosa del ideario de casa, sino consabidas copias de programas extranjeros, aunque, como siempre ajadas, consuntas, quebradizas— pero el alcance del programa español, su exquisita vulgaridad y su malevolente puntería dejan lejos, lejísimos, cualquier intento de comparación. Basten tres ejemplos: atreverse a decir en cadena nacional, emulando noticieros amarillistas de farándula, que la mujer del rebuznante Aznar, Ana Botella, es posiblemente un chico transexuado, de nombre... Ano. O ir y plantársele en una gala de alfombra roja del Partido Popular en Madrid al mismo Aznar y preguntarle a gritos si siente nostalgia de sí mismo. O improvisar a cuadro, durante la convención del partido, un rap con nombres de dirigentes y voceros para rezar, en palíndromo perversamente equívoco, que el vocero del partido, Zaplana, goza de paz anal. Ya quisiera uno ver a los colegas de Planeta tres haciéndole una bromita así a Manuel Espino...

CQC es conducido por tres viejos conocidos de la radio y la televisión españolas: Manel Fuentes que es, por así decirlo, primera voz, Arturo Valls (el otro primera voz), dueño de un cinismo digno de diputado verde, y Juan Ramón Bonet, Juanra (el del rap) quien con su pinta de inofensivo hace sudar frío a quienes pesca a la entrada de los principales actos de la sociedad española. En el grupo de reporteros —desde el que se hace cargo de la sección Proteste ya, una especie de mini No se deje como el de Garralda en TV Azteca pero menos solemne y claro, menos trágico, hasta el que se dio tremendo beso de trompa con Pedro Almodóvar en una de las presentaciones manchegas de Volver —el programa cuenta con la astucia de Fernando González, Gonzo ("A Bush le diría que deje de tomar y de drogarse de una puñetera vez"), Toni Garrido y Christian Gálvez.

Debo confesar que lo que me gustó de CQC es precisamente lo que critico en la tendencia más bien pro prianista de P3: se ensañan —aunque poco y no siempre, con calculada falsa sutileza— con los del pé pé. Y es que sí hay diferencia, porque como resume Manel Fuentes, "el humor y el poder no se llevan bien": en un gobierno izquierdista puede ser más fácil, sin embargo, ejercer el derecho al pitorreo, mientras que en uno de derechas ese ejercicio se resume, por aquello de las demandas, en poder informar al público. El pitorreo es más sabroso, así que, por decir lo menos y como soltaría el Ché, es lindo que va de lo mismo pero en sentido contrario, nomás para verlos compartir con uno los achuchones de la úlcera que ellos mismos, cuando fueron gobernantes, causaron a quienes tuvieron que padecerlos.