La Jornada Semanal,   domingo 2 de abril  de 2006        núm. 578
 

Entrevista con Juan Soriano

Debutar todos los días

En 2000, Juan Soriano cumplía ochenta años y era objeto de una serie de homenajes que lo hacían ruborizarse puesto que, en sus palabras, nunca lo convencieron los reconocimientos ni la fama. Sin embargo, con ese pretexto busqué una cita para entrevistarlo y conseguí que me recibiera, una lluviosa tarde de primavera, en su casa de la colonia Condesa. A esas alturas su salud ya era frágil, pero eso no mermaba su sentido del humor. Entonces recordé que recién le habían hecho alguna entrevista "banquetera" para la televisión, y él, sin comprometerse demasiado con la prensa, contestaba que su única aspiración, después de tantos años de creatividad artística, era morir haciendo el amor. Estos son los temas que abordó con generosidad.

JALISCO EN LA MEMORIA

Después de salir de Jalisco me tardé cuarenta años en volver, y eso de visita, pero nunca regresé a vivir allá. Sin embargo, esos pocos años de infancia y adolescencia son la piedra angular de mi persona, significan toda mi tradición: la manera de hablar el español, la manera de pensar, las fisonomías de las personas, los monumentos de Guadalajara. No era una ciudad con muchos monumentos como otras: se había fundado varias veces y se había cambiado de lugar, pero sí había algunos edificios preciosos, sin ser de esas ciudades como Oaxaca y Puebla. Guadalajara es una ciudad gigantesca y ha habido muchos pintores y escritores de allá, pero lo provinciano no se le quita. No es tanto el tamaño, sino las costumbres tan fuertes. Y con el tiempo no han variado mucho en lo esencial. Nunca me he sentido a gusto en Guadalajara.

Por eso, cuando crecí un poco, me propuse salir para desarrollarme. Allá la vida era muy estrecha, llena de límites por la influencia tan fuerte de la Iglesia católica. Además, en mi niñez vi la guerra cristera, que fue muy nociva para el país. En todo mexicano hay una idea horrible que a mí entonces me causaba tristeza, horror y la sensación de desamparo: era la prohibición de que no vivieras para la vida en que estabas, sino que tenías que prepararte para ir al cielo cuando te murieras.

Eso me repugnaba porque yo quería vivir la vida de todos los días y no me importaba que se acabara. Si pasaba así, pues parecía muy lejano a esa edad, y en todo caso no me iba a importar. Ahora voy a cumplir ochenta años y sigue sin importarme, porque he vivido, y muy contento, y no he hecho ni un gesto para tener vida eterna. No me interesa. La vida con nosotros los humanos y con los animales me parece maravillosa. Ojalá y ahora que me muera me dejen ahí en el agujero y ya, ¿no? Ya viví, ya desaparecí y ya. No me gustaría empezar otra vida y menos ya viejo. Qué bueno si llegas en la flor de la edad, pero a estas alturas no sé qué podría hacer, porque volver a la juventud de repente sería terrible.

De joven no me interesaban las cosas que ilusionaban a mis amigos. Sufrí el amor y las pasiones, pero como fueron tan dolorosas, horriblemente huecas y falsas, al final de cuentas las evité. Después ya no hice nada para enamorarme y apasionarme con la gente. Hice algo que me parecía mejor: hacerme amigo de las personas, tratar de entenderlas y dejar que fueran como eran, sin intentar cambiarlas o hacerlas que reaccionaran como yo quería. Evité entonces lo que era como una especie de esclavitud amorosa, pues no me gustaba. Esa es la historia del principio de mi vida.

MEXICANO DE TODAS MANERAS

Hice mi primera exposición después de estar un periodo muy breve en Guadalajara, en el taller Evolución. Quien lo dirigía organizó una exposición en el Museo de Guadalajara con la obra de sus discípulos, conmigo incluido, sin importar que yo hubiera estado muy poco tiempo en el taller. Lo que pasaba es que me aburría con mis compañeros, sobre todo porque nunca tuve la disciplina de aprender de libros o de un profesor.

Entonces me di cuenta de que las personas vemos diferente, que es falso que alguien te pueda enseñar a dibujar. Lo más que te pueden enseñar es a lanzarte como puedas. Te enseñarán sobre materiales, pero tienen que respetar cómo se te presenta el fenómeno de la expresión. Los hombres posábamos desnudos, ya que no teníamos dinero para pagar modelo. Nos reíamos de nosotros, pero las muchachas casi se morían al verlo a uno encuerado. Y en Guadalajara, imagínate.

En fin, resulté un alumno incómodo que se negaba a aceptar los señalamientos del profesor, hasta que le propuse trabajar en mi casa y sólo ir a enseñarle los resultados y oír sus comentarios, nada más. Los cuadros ya iban terminados y no admitían cambios. Pero también él aprendió que no podía mandar en los discípulos matándoles el alma, que cada discípulo es sagrado y que el maestro no debe torcerlo, sino dejarlo en libertad.

Por el museo pasó una pintora que ya era famosa: María Izquierdo, quien iba acompañada de Lola Álvarez Bravo. Ellas se fijaron en mi trabajo y me animaron a que viniera a México. Ahí nos hicimos amigos y las llevé a casa de Chucho Reyes Herrera, un anticuario que nos había enseñado muchísimo a mí y a Luis Barragán, pero sin cátedras. Le gustaba mucho cualquier objeto: si era tela, admiraba que fuera de manta o de seda; todas sus cualidades le impresionaban. Te decía por qué eran bonitas, te hacía ver que los objetos estaban llenos de belleza.

Al llegar a México tenía más fuerte cada vez mi afición por todas las cosas relacionadas con la creación artística, pero no me atraía la imagen del pintor revolucionario, de "yo cambio el mundo", como decían Picasso y casi todos los de la época. Todos querían ser diferentes y ninguno pudo escapar a la historia del arte. Picasso hizo montones de Las meninas, de Velázquez, mal hechas, ¿no?, caricaturescas. Los tres grandes muralistas mexicanos pintaron una falsa historia nacional, las mujeres se empezaron a vestir de indias. Era antiestético, feo y horrible negarse a vivir tu tiempo, o hablar tu idioma. Las cosas no se podían revivir artificialmente. Por ejemplo, hay idiomas que enriquecen y el español es una lengua muy poderosa que se habla en la mitad del mundo, no en tres provincias. Lo que para mí era motivo de orgullo, la gente lo negaba políticamente: "Los españoles hicieron pedazos nuestra cultura." No, las culturas no se hacen pedazos. Todo lo que pudo sobrevivir, sobrevivió, y lo consiguió transformándose. Un gran artista es eterno. Todas las experiencias políticas y lo que nos heredan, si es bien usado será un arma maravillosa para vivir bien, no para vivir mal.

Entonces México era terrible porque en ese momento se ponía un énfasis enorme en seguir la tradición de "los tres grandes". Ellos mismos se bautizaron, como lo hacían los políticos, como Hitler o Stalin. Hacían pintura nacionalista y seudopopular, con temas que según ellos reflejaban el alma mexicana, con un noventa por ciento de cosas indias, pero falsas, porque México es un pueblo mestizo, de europeos y de gente que formó culturas antiguas, venidas también de Europa y de Asia hace miles de años por el estrecho de Bering. La Conquista fue una inyección de vida nueva a toda esa cantidad de razas. Los aztecas dominaban una gran parte, pero no era todo, porque había otras culturas. Había ya muchísima historia cuando llegaron los europeos. Además, al llegar los europeos a la Ciudad de México, ya venían mezclados con las mujeres de las localidades por las que atravesaban. El mestizaje se hizo de inmediato y lo que tardó más tiempo fue que la gente mestiza se reconociera en el idioma español, lo aprendiera y lo hablara.

Todo mi trabajo de años consistió en no mezclarme con las luchas falsamente reivindicativas. Yo ya sabía lo que iba a pasar cuando organizaban una exposición: llegaba Fernando Gamboa y me pedía un cuadro que fuera "mexicano", porque yo no pintaba "mexicano". Y yo decía: "Soy mexicano y todo lo que hago es mexicano", porque en el lugar de origen de uno hay un código y una cantidad de cosas que no se pueden cambiar. Había unas discusiones enormes y no tenía yo la cultura para defenderme y sostenerme. Me preparé y lo sigo haciendo, si tomas en cuenta que no llega uno nunca a combatir esos prejuicios pesados y absurdos.

RECONOCIMIENTO Y LIBERTAD

Hace tanto tiempo que empecé a ser reconocido… pero no porque fuera mi intención. Casi toda mi vida rehuí de la fama. Al llegar a la Ciudad de México estaba seguro de mi proyecto personal, pero no hice algo para conseguirlo. Al contrario, quise pasar desapercibido porque los compromisos, las entrevistas y los comentarios de la gente que empieza a hablar de ti, te orillan al negocio. Ya no pintas para desarrollarte tú ni tu manera de ser, y menos tu vocación, sino que te quieren desarrollar como un ejemplar único que inventó una manera de pintar, con la nariz o hincado.

Los reconocimientos te quitan libertad. La gente actúa de buena fe y con ansia de situarte en un lugar privilegiado, pero no está bien porque no debe haber hombres privilegiados. Los demás te miran con estupor, se crea una distancia y lo que yo hago me es tan natural... No he hecho nada especial que no sea seguir mi vocación. Ni siquiera me gusta que me pregunten: "¿Y cuándo y cómo se te ocurrió este cuadro?" o "¿qué sentiste cuando llegaste a México y viste esto y lo otro?" Me divertía responder al principio, pero luego te ves obligado a repetir o a inventar. Repitiendo te sientes muy falso, como disco rayado. Además, no es cierto que recuperes el recuerdo, o por lo menos es muy difícil. Si estoy de buen humor, invento cosas chistosas, pero si no, hasta puedo ponerme grosero porque me siento como acosado en algo muy íntimo. La verdad absoluta de cómo has vivido no la puedes contar porque está llena de cosas muy emotivas o fuertes que no se pueden exhibir. Mostrarías llagas. Las cosas que son muy interesantes en una vida personal, no lo son para los demás.

Me han ofrecido pertenecer al Colegio Nacional y cosas por el estilo, pero me sentiría mal de tener que dar conferencias y decir cosas que no creo. Es decir, no puedes ser absolutamente sincero en una institución que respeta ciertas reglas y cánones de vida, entre maestros y gente que sabe. Y yo creo que sólo se sabe una cosa: que no se sabe nada. Es el único tesoro verdadero. Investigas el conocimiento, lo lees a lo mejor, pero esto no significa que lo hagas tuyo. Tendrían que ocurrir muchas alquimias para que sea así. Has leído un libro del que todo mundo comenta que es maravilloso, pero a ti te parece horrible y no te atreves a decir lo que piensas. Pasarán muchos años para que puedas comprender por qué sí o por qué no te gusta. No me gustan las academias o los cotos cerrados en los que se mete la gente para protegerse. Me gusta ser libre y debutar en la vida todos los días.

PINTURA Y ESCULTURA

En la vida he hecho casi puras retrospectivas, y es que nunca he sido capaz de pintar para una exposición, sino que de pronto se juntan los cuadros. Durante muchos años regalé mis obras. Me parecía que vender algo que había hecho con gusto no estaba bien. Sin embargo, también llegó la hora en la que necesité dinero y es más fácil vender un cuadro que a tu hermana. Hice algunos retratos y los regalaba, pero luego la gente se sentía ofendida porque no se parecían, según ellos, y de inmediato pasaban al insulto: "Lo hiciste así porque odias a mi familia." Las relaciones humanas son tremendas. Luego, los dueños de una galería te dicen: "Te voy a dar todos los meses esta cantidad" y antes de que te puedas gastar el primer dinero, ya te están diciendo: "Mañana me tienes que entregar tres cuadros como éste, que gusta mucho." Entonces te vuelves un empleado. Nunca fui un amante de la buena vida o del dinero como para renunciar al gusto de pintar lo que me diera la gana. El dinero lo tienes un ratito, te da lo mismo gastarlo hoy que no gastarlo nunca. Piensa que lo tienes guardado en el banco aunque no tengas nada.

La escultura es un género que empecé a hacer antes que la pintura. Siempre fue reseñada, estuvo en mis exposiciones, pero nunca se hizo pública hasta que tuve setenta años. Aceptaron poner un toro en un lugar público de Tabasco y a partir de entonces me pidieron más.

Las esculturas que se expusieron en el Zócalo de la Ciudad de México eran de seis, siete y ocho metros. Y el arquitecto del Museo de Monterrey me pidió una paloma para su proyecto, aunque no fue fácil por los prejuicios de la gente, que son tremendamente poderosos. Además, a mí tampoco me importaba tanto. Hay una fuente en uno de los Sanborns de Slim que era difícil de instalar porque tenía chichis y nalgas. "Ponle un brasier", decían. Era divertidísimo.

En la obra importa quién la ve y hay una inmensa variedad de interpretaciones: cada persona tiene una experiencia, una edad. Miran con todo lo que tienen guardado y que es factible de despertar por la obra. Y, sin embargo, hay un mensaje legible porque tenemos algo en común: nuestra condición humana. Sólo si alguien no la ve, muere la obra. El arte es absolutamente indispensable en la sociedad, porque sin él no nos comunicaríamos.