Usted está aquí: lunes 3 de abril de 2006 Opinión Rice y Straw en Bagdad

Editorial

Rice y Straw en Bagdad

Los jefes diplomáticos de Estados Unidos e Inglaterra, Condoleezza Rice y Jack Straw, respectivamente, viajaron de improviso a Bagdad para tratar de moldear un gobierno iraquí más presentable que el surgido de las elecciones realizadas en diciembre pasado bajo ocupación. La apresurada presencia de los funcionarios en un país invadido hace más de tres años ­en el que, según los pronósticos formulados entonces por los gobiernos agresores, debería florecer una democracia sólida, estable y pacífica­ ilustra el fracaso de la aventura bélica emprendida por George W. Bush y Tony Blair en marzo de 2003 y la inviabilidad de la ocupación militar en la nación asiática.

En Gran Bretaña, antes de viajar en compañía de Straw al país invadido, Rice admitió que el gobierno del cual forma parte ha cometido "miles de errores tácticos" en relación con Irak, y acto seguido añadió uno más a la lista: ir a Bagdad para forzar la conformación de un gabinete que responda a los intereses de Washington y Londres. Con ello las potencias agresoras destruyen cualquier viso de legitimidad que hubieran podido tener los procesos electorales y de construcción de instituciones organizados por las tropas extranjeras.

De esta forma, los gobiernos de Bush y Blair se adentran en el callejón sin salida en el que ellos mismos se metieron: si fructifican los esfuerzos de Rice y Straw por marginar del poder al chiíta Ibrahim Al-Jafari ­promotor de la violencia y el linchamiento contra civiles sunitas­ se evidenciará que el presunto gobierno nacional instaurado en la zona verde de Bagdad es una mera criatura de los invasores, y que la democracia y la soberanía que ambos prometieron son tan imaginarias como las armas de destrucción masiva que sirvieron de pretexto para arrasar al país árabe; si, en cambio, Al-Jafari logra mantenerse en el puesto de primer ministro, se ahondará la confrontación fratricida en Irak.

Los medios occidentales están empeñados en un debate: si esa confrontación merece o no el nombre de guerra civil. Más allá de polémicas de carácter semántico, el hecho es que decenas de personas mueren todos los días en la nación ocupada por la violencia entre comunidades, las criminales acciones bélicas de los ocupantes contra la población civil o por fenómenos delictivos originados en el descontrol y el desgobierno que caracterizan esta circunstancia de posguerra.

Existen crecientes indicios de que, pese a los discursos oficiales, la generalización de la violencia entre iraquíes es, si no un designio, sí al menos un escenario conveniente para los invasores, quienes de esa forma podrán impedir el resurgimiento de un Irak unificado y tener un pretexto para prolongar indefinidamente su presencia militar en la antigua Mesopotamia.

Como quiera que fuere, es claro que la ocupación de Irak no resolverá ninguno de los problemas de ese país; por el contrario, mientras más tiempo permanezcan allí las fuerzas angloestadunidenses, mayor será la catástrofe política, militar y humana.

La salida de los agresores es impostergable. Rice y Straw podrán contar con el apoyo de tanques, aviones y divisiones, pero carecen de poder real para resolver la pesadilla iraquí.

Es tiempo de permitir que otros actores internacionales emprendan esfuerzos para revertir el desastre en Irak; por ejemplo, la secretaría general de Naciones Unidas, en coordinación con la Liga Arabe. Lo único positivo que pueden hacer por Irak a estas alturas Washington y Londres es ordenar el retiro de sus fuerzas militares.

 
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