Número 117 | Jueves 6 de abril de 2006
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

 

Los antiguos dioses del placer
Erotismo en Mesoamérica

En las sociedades indígenas prehispánicas el sexo no era un tabú. El deseo era regalo divino y había muchas maneras de contenerlo o de saciarlo. Xochiquétzal, Tlazoltéotl y Xochipilli eran los dioses principales del erotismo. Una historia poco conocida, pues lo poco que ha llegado a nosotros es a través de la visión de los frailes del siglo XVI que impusieron la moral sexual judeocristiana.

Por Enrique Dávalos López
*

A diferencia de la católica, las religiones mesoamericanas no disociaron el erotismo del campo de lo divino. Una tradición como la prehispánica, donde todos los procesos sociales y naturales, cósmicos e individuales, favorables y perjudiciales eran incomprensibles sin la intervención de fuerzas sobrenaturales, el deseo sexual era inexplicable sin la participación divina.
Los dioses incitaban al placer sexual, castigaban las transgresiones y perdonaban sus excesos. Su influencia puede imaginarse como una especie de fuerza, un efluvio que recorría el mundo de hombres y mujeres azuzando los deseos, provocando los placeres y vigilando las conductas. Desde principios del siglo XX, los investigadores han identificado en los panteones del centro de Mesoamérica un número importante de deidades con dominio sobre lo sexual, de los cuales se han reconocido tres mayores: Tlazoltéotl, Xochiquétzal y Xochipilli.

Tlazoltéotl. La diosa de la carnalidad

Tlazoltéotl era una deidad asociada con la zona huaxteca, también conocida como “provincia de Pánuco”. Fue conocida con varios nombres, el más conocido, Tlazoltéotl, significa, literalmente, “divinidad de la basura”. Tlazolli es un concepto complejo que el fraile franciscano Alonso de Molina tradujo como “basura que se echa al muladar”. Pero el campo semántico de tlazolli abarcaba, además, el dominio de lo sexual. Por poner un ejemplo, Bernardino de Sahagún, en la Historia general de las cosas de la Nueva España, tradujo “anca ie ueli in iz tinexoxopeuililo, anca ie uel in teuhtli, tlazolli ic timilacatzotiaz” como “¿no será posible por ventura apartaros de las borracherías y las carnalidades en que estáis envueltos?”.
Identificada como mujer la mayoría de las veces, Tlazoltéotl fue señalada como varón en algunos pasajes de los frailes. Su atuendo característico era una banda de algodón en la cabeza con dos husos textiles a los lados; también traía la boca teñida de negro, como las prostitutas y “malas mujeres”.

Los huaxtecas, habitantes de una zona productora de algodón conocida como Xochitlalpan, “lugar de las flores”, por su clima cálido y fértil, fueron identificados como un pueblo notablemente erótico. Sus varones no vestían el atuendo típico de los pueblos del centro de Mesoamérica. “Los hombres no traen maxtles con que cubrir sus vergüenzas, aunque entre ellos hay gran cantidad de ropa”, de acuerdo con Sahagún. Los autores, especialmente soldados, los denunciaron como un pueblo entregado a la lujuria. “En todas las provincias de la Nueva España otra gente más sucia y mala y de peores costumbres no la hubo como ésta de la provincia de Pánuco, porque todos eran sométicos (1) y se embudaban por las partes traseras, torpedad nunca en el mundo oída... [y eran] borrachos y sucios y malos, y tenían otras treinta torpedades”. (2)

Xochiquétzal.
La de flores y plumas preciosas

La diosa Xochiquétzal también estaba asociada al algodón y al trabajo textil femenino. Ella fue, probablemente, la deidad patrona de los tlahuicas, un pueblo náhuatl que vivió en las tierras calientes del hoy estado de Morelos. Xochiquétzal fue identificada con la juventud y con la maternidad temprana; “la figura de esta diosa Xochiquétzal era... de una mujer moza”, escribió Diego Durán en su Historia de las Indias. Su nombre significa, según el dominico, “plumaje de rosas”, en la actualidad, algunos estudiosos la conocen como “La de flores y plumas preciosas”. Su atuendo se distingue por su corona de flores o por un tocado con plumas erguidas.

Xochiquétzal fue una deidad con presencia notable en los relatos míticos de los nahuas, asociada a los dioses creadores. En los tiempos primordiales, ella aparece como esposa del ser humano inicial. Otra narración indica que era mujer de Tláloc, señor de las lluvias, hasta que “la hurtó Tezcatlipoca, y la llevó a los nueve cielos y la convirtió en diosa del bien querer”. (3) Asimismo se cuenta que, cierto día, Quetzalcóatl expelió su semen sobre una piedra. De ahí “nació el murciélago, al que enviaron los dioses que mordiese a una diosa que ellos llaman Suchiquezal, que quiere decir rosa, que le cortase de un bocado lo que tiene dentro del miembro femíneo y estando ella durmiendo lo cortó y lo trajo delante de sus dioses y lo lavaron y del agua que de ello derramaron salieron rosas que no huelen bien”. El relato del Códice Magliabechiano explica cómo las flores fueron llevadas al mundo de los muertos para que obtuvieran buen olor.

En una hermosa lámina del Códice Borgia, Xochiquétzal aparece desnuda, situada entre los surcos del maíz, recibiendo lluvia y semen que, desde los cielos, Tláloc arroja sobre la diosa y sobre las tierras de labor. De esta manera se simboliza el matrimonio sagrado cósmico del Cielo que fecunda a la Madre Tierra. En otra lámina, la diosa aparece envuelta en una de las pocas representaciones abiertamente eróticas de los códices pictóricos del centro de Mesoamérica. En el medio de la imagen aparece un joven, probablemente el dios Xochipilli. A su derecha Xochiquétzal, desnuda, lo incita. En correspondencia, él le acaricia los senos. A la izquierda, otra imagen de Xochiquétzal, esta vez vestida, castiga al joven, jalándole los cabellos. Así Xochiquétzal suscita, a la vez que castiga, los comportamientos sexuales. Deidad por excelencia de las hilanderas, tejedoras y bordadoras, Xochiquétzal les transmitió su afición por el placer sexual: “Decían que las mujeres labranderas eran casi todas malas de su cuerpo”, escribe Sahagún.

Xochipilli. El señor de las flores
Xochipilli ha sido ampliamente reconocido como deidad del erotismo por los estudiosos modernos. Sahagún lo sitúa como un dios con dominio sobre las flores –lo que le confiere ya cierta connotación erótica- y como una divinidad con capacidad para enviar enfermedades “en las partes secretas” a quienes “ensuciaban su ayuno” con actividades sexuales. Xochipilli era patrono de aquellos que “moraban en las casas de los señores o en los palacios de los principales”, probablemente dedicados a la música, el canto, la danza, la escritura y artesanías finas. En cuanto a su género, aparece usualmente como varón; como hijo de Xochiquétzal, por ejemplo. Sin embargo, también es señalado como mujer de Pliltzintecuhtli y madre de Centéotl, dios del maíz.

Tlazoltéotl, Xochiquétzal y Xochipilli sólo nos introducen al complejo panteón de los dioses prehispánicos del erotismo, pues el erotismo congregaba un número importante de divinidades cuyas identidades se sobreponían unas con las otras. Así, Xochiquétzal y Tlazoltéotl se entrelazan, y sus atributos se proyectan sobre Mayáhuel, diosa del pulque –líquido sagrado asociado a los comportamientos sexuales-, y sobre Chalchiuhtlicue, diosa del agua; asimismo sobre Huixtocíhuatl, diosa de la sal, y sobre las Cihuateteo, diosas muertas en parto. Pero sobre todo se ven asociadas con Toci, la Diosa Abuela, la Madre Tierra, la deidad femenina cósmica. A final de cuentas, estas diosas eran expresiones de un mismo principio erótico y sexual, el cual encontraba sus valores metafóricos en actividades y objetos diversos, como la flor o como el trabajo de hilanderas y costureras, como el acto de introducir el huso en su base, de enrollar el hilo que va creciendo como el hijo en el vientre de la madre después del coito. Así, el acto de hilar se volvía un símbolo de sexo y fecundación, una expresión de la gran “fábrica de la vida”.

1 Somético: que practica la sodomía.
2 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera
de la conquista de la Nueva España, cap. 158, p. 385.
3 Diego Muñoz Camargo, Descripción de la ciudad
y provincia de Tlaxcala, en Relaciones geográficas
del siglo XVI. p. 203.

* El autor es historiador. Fragmento de Templanza y carnalidad en el México prehispánico. Creencias y costumbres sexuales en la obra de los frailes historiadores, en Documentos de trabajo 10. Programa de Salud Reproductiva y Sociedad, El Colegio de México, México, 2002.




El pajarito del amor


El huitzitzilin, el colibrí o chupamirto que aún se aparece en primavera en lugares tan hostiles como la ciudad de México, es el ave mítica que representa a Hutzilopochtli, el dios de la guerra.

En la Colonia, ese origen divino se transmutó en poderes mágicos ligados al amor, tradición que perdura hasta hoy en los
amuletos que se hacen con un colibrí disecado, hembra, si el apoyo es para ligarse a los hombres, y macho si lo que se quiere es tener el amor de una mujer.

En los mercados tradicionales del centro del país, como el de Sonora en el DF, se “prepara” el animal disecado de formas diversas. Por lo regular, el ave se deposita en una bolsa de tela roja, con otros ingredientes, que varían según la costumbre o el secreto celosamente guardado por cada yerbero. Los colibríes mágicos pueden ir acompañados por sándalo, alpiste, colorines,
semillas de trigo y girasol, cruces diminutas de ocote, pelos, colmillos y piel de coyote, piel de serpiente, ópalos, etcétera.

Si nadie, además del dueño, toca el amuleto, que cuesta entre 30 y 300 pesos, los resultados para conseguir el amor están garantizados, de acuerdo con la tradición y los yerberos que lo ofrecen.