Usted está aquí: sábado 8 de abril de 2006 Opinión Salvador Elizondo

Elena Poniatowska/ IV y última

Salvador Elizondo

Ampliar la imagen Salvador Elizondo, ca. 1971 Foto: Paulina Lavista

La muerte de Salvador Elizondo adelanta la mía. El y Juan García Ponce, Víctor Flores Olea, Vicente Rojo y yo éramos del mismo año. No doy los nombres de las mujeres por discreción y porque siempre me dicen que es un error decir la propia edad. A Salvador Elizondo lo entrevisté de nuevo cuando vivía en uno de esos viejos y maravillosos edificios que me producen inmensa nostalgia. Su departamento era precioso. La última entrevista se la hice en su casa de Tata Vasco, en Coyoacán, al lado de Paulina Lavista, pero curiosamente no la localizo entre papeles amarillentos. Paulina, gran fotógrafa, quien tiene una notable colección de retratos (entre otros los mejores de Jorge Luis Borges), y Pía Elizondo, otra espléndida fotógrafa, hija de Salvador. Tanto ella como Gonzalo García Barcha, hijo de Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha, fueron mis vecinos en la calle de San Sebastián, en Chimalistac, ellos en el 16 y yo en el 10. Ahora viven en París.

En Novedades, el 6 de mayo de 1971, Elizondo me concedió otra entrevista:

-A ver, estoy a tu disposición.

Salvador Elizondo se echa para atrás en su silla mecedora.

-¿Quieres un café? Te lo traigo servido porque no tengo servicio.

-¿Y tú?

-Yo me voy a tomar una cerveza.

Salvador va a la cocina y me deja sola en su mundo de lecturas, de estantes y pisos de madera, de mesa rectangular ancha y poderosa, de corredores y de ventanas que dan al parque México. Salvador es sumamente ordenado. En un pizarrón tiene escritas las cosas que ha de hacer, las cartas listas para el correo -aéreas todas-, las que le falta contestar; una para su agente literaria Carmen Balcells, por ejemplo, que se ha encargado de las traducciones de Elizondo al francés, al inglés, al alemán, al italiano. El departamento tiene un estilo antiguo que le va a Salvado, como le van sus anteojos de arillo redondos a la Toulouse Lautrec.

Los árboles se columpian afuera con las tolvaneras que anuncian una lluvia que jamás llega, y Salvador Elizondo se columpia en su mecedora, entre su grabado antiguo de El Coliseo y su caballete con el cuadro que pinta en ese momento y que representa el propio corredor de la casa que Elizondo ve desde el asiento en su estudio. ''Pinto -dice Salvador- porque el departamento tiene perspectivas que me lo permiten''. En este mismo edificio Hipódromo, de la avenida México, vivió el padre Gallegos Rocafull, colaborador de Novedades. Ahora vive Salvador Elizondo, autor de Farabeuf y El hipogeo secreto, dos novelas rituales y enigmáticas que en mucho han contribuido a hacer de él un personaje único y poco frecuente en la literatura mexicana.

Los indios son los únicos que saben ver el sol

-Salvador, ¿te acuerdas cuando me dijiste que Benito Juárez era un zapote prieto horroroso?

-He cambiado de opinión radicalmente. Ahora creo que los indios son la única gente culta y maravillosa que hay en nuestro país. Manejan instrumentos infinitamente mejores que los nuestros...

-¿Qué instrumentos?

-Por ejemplo, los de modificación y utilización de la percepción.

-Pero, ¿cuáles son esos instrumentos?

-Son muy sutiles, como la manera de ver el sol, de utilizar la naturaleza...

-¿Cómo ven el sol?

-No sé explicártelo, pero no ven más que el Sol, y esto para mí es muy importante. No se puede ver nada mejor en el mundo. Ven el Sol, como dice Artaud, en una función sacrifical fantástica, con la intermediación de un sacrificio...

-¿Te refieres al libro Pueblo del Sol, de Alfonso Caso, quien tanto estudió a los indios?

-Me refiero a mis propias comprobaciones, a los múltiples viajes que he hecho a Yucatán, a Oaxaca, a Veracruz.

(Ante mi desconcierto, Salvador afirma):

-Todo esto te lo digo en serio, muy en serio, porque todos nosotros estamos ya al borde de los 40, y esto hace que tengamos que asumir nuestra responsabilidad. Si antes éramos la vanguardia de la literatura mexicana, ahora ya no lo somos; ya no podemos opinar a lo tonto.

Los intelectuales deben protestar siempre

-¿Por qué?

-Porque la cosa se está poniendo muy seria en el orden de la literatura mexicana.

-Te refieres a las actitudes que se toman frente a distintos problemas? ¿Te refieres, por ejemplo, al caso del cubano Heberto Padilla?

-Sí, ahí todos quedamos mal; Fidel Castro, Heberto Padilla y los que protestamos en el mundo. Pero de todos modos, creo que había que protestar; hay que protestar. Pero has cambiado Elena, ¿por qué no haces tus preguntas usuales?, ¿por qué ya no interrumpes? ¿Tú has visto el Sol bien visto? Estoy seguro de que no. Sabes, los indios manejan la materia prima que las drogas permiten ver. También lo hacen tipos como Huxley, que escribió Las puertas de la percepción. A propósito de las drogas indígenas, no saben ver, no saben percibir: en cambio, los hombres que (nosotros los del DF llamamos los indios), ven el espacio desde perspectivas que no conocemos para nada.

-Entonces, ¿has canjeado la literatura china, los tormentos chinos, la filosofía china, por la filosofía nahua?

-Lo chino me interesa mucho por su método, pero el escritor que me importa es Valéry.

-¿Por qué crees que es importante un método?

-Porque es la única forma en que se puede trabajar.

En México no hay ningún poeta comparable a Xavier Villaurrutia

-Y, ¿qué más te interesa ahora?

-No hay ningún poeta mexicano que pueda compararse con Villaurrutia, ni se ha producido nunca una obra pictórica comparable a la de Bernardo de Ortiz de Montellano. (Salvador se levanta de golpe de su mecedora y mira hacia afuera. Luego me explica: ''Oí que alguien como que gritaba'': ''¡Salvador!''... Se sienta de nuevo y yo me entristezco. Yo también cuando estoy sola oigo como que me gritan: ''¡Elena!''). José Trigo -continúa Salvador- es muy importante a pesar de que Fernando del Paso funda la estructura lingüística de la novela en un equívoco acerca de Joyce. En la literatura mexicana, José Trigo, de Del Paso, y las novelas experimentales de Carlos Fuentes, como La región más transparente, Cambio de piel, Aura y, sobre todo, Cumpleaños, que es la que más me gusta, constituyen los eventos más importantes de los últimos años. Es lo mejor que se ha hecho, lo único que tiene trascendencia. Rulfo es el más grande maestro de la literatura mexicana. No ha sido superado Pedro Páramo jamás. No lo digo por tradición, lo digo porque yo sé de literatura.

-¿Escribir Papillón es importante?

-Obviamente no.

-¿Y Love Story?

-¿Qué es eso?

-Una historia de amor.

-Tampoco. Yo no creo en los escritores que venden mucho. Pienso que es muy difícil superar los primeros éxitos muy rumbosos, porque los escritores creen que ya han llegado, y en el fondo, todo les ha sido dado. Además, vivimos en una época muy difícil. El otro día en la universidad di una conferencia sobre la función de la literatura en la sociedad tecnológica, y no llegué a ninguna conclusión.

Las madres: bellas durmientes del bosque el día 10 de mayo

-¿Por qué Salvador? ¿Cuál es la función de la literatura en la sociedad tecnológica?

-Ninguna, en mi opinión.

-¿Por qué?

-Porque la literatura trata sobre todas las cosas del lenguaje en un nivel que aún no es accesible a la gente que forma la llamada sociedad; una sociedad a la cual le interesa que su mamá se convierta en la Bella Durmiente del Bosque el 10 de mayo.

-¿Qué es eso?

-Eso lo oí en el radio: ''Haga que su mamacita se convierta en la Bella Durmiente del Bosque el 10 de mayo, con 300 pesos de enganche". Yo a la mía la mato, la mataría.

-¿Matarías a tu mamacita sin causa justificada?

-Sobre todo, nunca le daría el beso que la despierte. ¿Cómo crees, Elena, que una sociedad que inventa y responde a este tipo de estímulos va a leer y consumir ideas? Por eso sólo tienen éxito los best-sellers que le dan al público exactamente lo que busca: aventuras, amor, sexo en dosis necesarias.

-Entonces, ¿qué les toca hacer a los escritores mexicanos?

-Sobre los escritores recae una tarea extraña: crear un fundamento para que podamos sentirnos orgullosos de ser mexicanos.

México es para mí el país mejor del mundo

-Y, ¿tú estás orgulloso de ser mexicano?

-Sí, lo estoy. México, que antes me parecía horrible, es ahora para mí el país mejor del mundo. ¿Por qué? Porque descubrí a los indios. Mira: los franceses, los ingleses, los alemanes, comparados con los indios, no saben nada. Los intelectuales europeos son esencialmente necios. ¿Por qué? Porque no veían el Sol.

-¿Camus no lo veía?

-Ese era un africano, cosa que no hay que olvidar nunca. Me gusta mucho. Pero me gusta más Valéry. Valéry y Nietzsche. (Me mira, tras sus anteojos redondos). ¿Sabes?, lo malo de las entrevistas es que nunca transcriben el tono en que uno dice las cosas. Por ejemplo, una cosa muy significativa en México y que nadie dice, es que los escritores tenemos hambre, aunque queremos esconderlo. De acuerdo con las tablas de la nutrición, los escritores estamos al borde de la anemia perniciosa. (Salvador se pone a caminar un poco encorvado para demostrármelo. Y de nuevo se asoma a la ventana frente a la cual bailan los árboles impulsados por el torbellino.) ''¿Qué no oyes a alguien gritar mi nombre, Salvador?"

 
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