Usted está aquí: lunes 10 de abril de 2006 Cultura Radar: péguele a la lata

Juan Arturo Brennan

Radar: péguele a la lata

Desde que Walter Carlos (hoy Wendy Carlos) hizo vibrar nuestras asombradas orejas hace tres décadas con sus sabrosas transcripciones de Bach interpretadas en el legendario sintetizador Moog, convertir todo tipo de música acústica en música electrónica ha sido una práctica relativamente común. Sin embargo, la proposición opuesta es inusual, y digna de ser meditada y analizada. De camino a Bellas Artes la noche del sábado, me preguntaba retóricamente: ¿tiene sentido transformar en acústica una creación que fue concebida fundamentalmente como electrónica? La pregunta era pertinente porque ésa era la propuesta principal del grupo Bang on a Can que se presentó en Bellas Artes como punto final de Radar, el brazo de música contemporánea del Festival de México en el Centro Histórico. La idea central del concierto de Bang on a Can era presentar cuatro secciones de la emblemática Música para aeropuertos de Brian Eno en una transcripción sustentada principalmente en instrumentos acústicos (con algo de amplificación y modificación electrónica) y complementada por algunos de los samplings vocales de la versión original. Mi retórica pregunta fue contestada de manera inmediata y contundente por el grupo: no sólo tiene sentido, sino que la sesión resultó un oasis de evocación sonora, así como una muestra audible de que las versiones alternas realizadas con inteligencia y sentido musical profundo pueden resultar tan ilustrativas como los originales. El sexteto instrumental que encabeza Evan Ziporyn transitó por las secciones de la Música para aeropuertos con una enorme intuición para matizar las mezclas tímbricas, controlar los balances dinámicos, y sobre todo, para mover sutilmente los campos armónicos estáticos que son el sustento de la música de Brian Eno. El concepto de "música ambiental" tiene muy mala reputación, adquirida sobre todo gracias al Muzak del supermercado y al sonido que decora la antesala de mi dentista. Sin embargo, en una vertiente como la que propuso Brian Eno en Música para aeropuertos, y en una versión tan inteligente y comprometida como la de Bang on a Can, la música ambiental puede reclamar un nicho valioso y de importancia dentro del discurso contemporáneo del sonido. Una parte sustancial del éxito de esta versión acústico-electrónica de la Música para aeropuertos se debió a que Bang on a Can cumplió cabalmente su intención declarada. Decía Evan Ziporyn: "Lo que queremos es insuflar un poco de vida humana en esta magnífica música electrónica creada por Brian Eno." Y vaya que lo lograron.

Antes, la sesión había arrancado con una muy buena ejecución del Contrapunto Eléctrico de Steve Reich, para guitarra (eléctrica, claro) y cinta. El guitarrista Mark Stewart se fajó enérgica y concentradamente con los laberintos rítmicos repetitivos propuestos por Reich en la cinta pregrabada, y moduló los timbres de su instrumento para complementar elegantemente los colores surgidos del sistema amplificador. Obras como ésta, en ejecuciones de este nivel, contradicen una vez más a los clasicistas que afirman que el minimalismo es papilla sonora facilitada. Nada más lejano a la verdad.

Después, otro inteligente trabajo de transcripción: cuatro de los Estudios para pianola de Conlon Nancarrow, transformados en piezas para sexteto acústico. Formidable manejo de las complejas líneas contrapuntísticas y una disciplina rítmica envidiable fueron las características de la ejecución de las piezas de Nancarrow en las que, una vez más, se percibe con claridad la deuda del compositor con el blues y otros lenguajes análogos. Se trató, fundamentalmente, de un muy interesante trabajo de deconstrucción y rensamble sonoro, en el que destacó de manera sutil pero efectiva la coordinación entre la pianista Lisa Moore y el percusionista Eduardo Leandro. Este último, por cierto, mostró en la música de Brian Eno una gran sensibilidad para el manejo de un arsenal que incluyó marimba, vibráfono, glockenspiel y campanas tubulares. La primera parte del programa concluyó con Arapua, del brasileño Hermeto Pascoal, pieza llena de músculo, fibra y adrenalina, pero sin duda menos efectiva y menos estructurada que las otras tres músicas ofrecidas por Bang on a Can. Exitoso en cuanto a asistencia, música, y reacción de un público dispuesto a dejarse hipnotizar y emocionar por estas músicas que tienen mucho de ritual, el concierto de Bang on a Can sirvió también para refrendar la solidez y continuidad de Radar como un muy valioso espacio de exploración sonora alternativa.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.