Usted está aquí: lunes 10 de abril de 2006 Cultura Escasa asistencia al cierre del festival del Centro

Generosa respuesta a la pieza de danza El sur

Escasa asistencia al cierre del festival del Centro

La concurrencia a los festejos superó las expectativas

ARTURO JIMENEZ

El escaso pero generoso y atento público que asistió la noche del sábado al Zócalo, a la clausura del Festival de México en el Centro Histórico, despidió la fiesta con exclamaciones de asombro ante los fuegos artificiales y poco antes, de pie, brindó un largo aplauso a los bailarines y bailarinas del Víctor Ullate Ballet, que presentó la obra El sur, interesante fusión de danza clásica, contemporánea y flamenco.

Sin embargo, el ánimo no era el mismo al comienzo, alrededor de las ocho y media de la noche, aunque el tesón y las cualidades técnicas de la compañía del reconocido bailarín y coreógrafo español fueron ganándose a unos espectadores que, en su mayoría y a contracorriente de los ruidos y distracciones de ese espacio abierto, sobre todo de los pregones de los vendedores ambulantes, poco a poco comenzaron a meterse a la historia de amor, desamor, violencia y muerte de El sur.

Ullate, los bailarines y la obra, que se había presentado en días pasados en el Palacio de Bellas Artes, tuvieron que enfrentar el reto de cerrar el festival con un espectáculo de danza en un espacio como el Zócalo, con un público proveniente sobre todo de sectores populares, aunque teñido de ciertos segmentos clasemedieros y de algunos turistas extranjeros.

A cambio, la compañía, y con ella la apuesta de los organizadores del festival, tuvieron de su parte la atención y la paciencia de ese público dispuesto a ingresar, en su mayor parte quizá por primera vez, a los universos que propone la danza.

Un vistazo a ese público: obreros, oficinistas, dependientes de comercios, algunas familias completas, parejas de novios, grupos diversos de chavos: hiphoperos, fresones y hasta darketones, aunque había bastantes con pinta de universitarios, así como los solitarios de siempre que suelen cobijarse en el Centro Histórico, además de estudiantes, artesanos y aficionados a las percusiones, de los que tocan sus tambores y bailan en plazas y calles.

Por ahí andaban también un grupo de cuatro soldados rasos y otro de tres japoneses, extrañamente estridentes y risueños, cada uno con su boing en la mano. Y también, turistas gringos y europeos, de los que tiene la suerte de hospedarse en los hoteles de las calles cercanas.

Fue un público atento con algunas excepciones, como un niño regordete de unos 10 años, quien, atormentado, se arremolinaba en su lugar mientras su joven madre se mostraba interesadísima en lo que pasaba en el escenario con las "flores que bailan en el aire", como describieron a las bailarinas y sus largos vestidos.

O un señor cincuentón, cansado tal vez de la jornada laboral, que prefirió dormirse en el hombro de su señora, quien junto con su hija, una adolescente, parecían atisbar otros mundos en el escenario: no el de la violencia contra las mujeres, problema actual no sólo de España y de México, sino el de la sospecha de que el arte puede rompe candados.

Así, mientras para unos lo anterior puede considerarse como una clausura deslucida por la poca asistencia, para otros bien podría significar lo contrario, sobre todo si se toma en cuenta el contexto, las condiciones y el reto de cerrar en el Zócalo con un espectáculo de danza.

Al final de los fuegos pirotécnicos, tras el escenario, José Areán, director general del festival, adelantó que esta edición ha sido una de las mejores en venta de taquilla, la cual fue una tercera parte mayor de la expectativa. "Por ejemplo, en Bellas Artes tuvimos una ocupación de 91 por ciento".

Acerca de la asistencia a la clausura en el Zócalo, el funcionario y director de orquesta calculó más de 10 mil personas, aunque La Jornada pudo observar una ocupación aproximada de 70 por ciento de las 2 mil sillas instaladas y varios cientos de personas paradas y de paso, como suele ser el ajetreo cotidiano en ese lugar.

 
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