Usted está aquí: jueves 13 de abril de 2006 Opinión Comicios en Italia, principio del fin de Silvio Berlusconi

Editorial

Comicios en Italia, principio del fin de Silvio Berlusconi

Tras un lustro en el poder, parece haber llegado la hora de Silvio Berlusconi, actual primer ministro de Italia y uno de los empresarios más poderosos de Europa, dueño de medios de comunicación, equipos de futbol y otras compañías de diversos rubros, quien gobernó ese país con autoritarismo. De acuerdo con los resultados electorales del pasado fin de semana, confirmados el martes último, el candidato de la coalición de centroizquierda, Romano Prodi, consiguió la mayoría en ambas cámaras legislativas, con un estrecho margen, pero suficiente para gobernar Italia durante cinco años.

Sin embargo, el aún primer ministro no está dispuesto a aceptar su derrota y ha iniciado una ofensiva para cancelar los resultados electorales: denunció que existió fraude durante los comicios y exigió un recuento de votos. Berlusconi está seguro de que un recuento lo favorecerá y cambiará el resultado de la elecciones. Para Prodi, "es curioso que Berlusconi tenga tantas dudas, dado que sigue teniendo en su mano el Ministerio del Interior y controla todo, todo, todo. No tiene confianza en él mismo, parece que tiene una crisis de identidad".

El rechazo de Berlusconi a reconocer el triunfo de sus rivales políticos ha dejado a ese país en el limbo político, hasta que se aclaren las supuestas irregularidades en el proceso electoral y se forme un nuevo gobierno, presumiblemente en mayo próximo.

En todo caso, las acusaciones del aún primer ministro parecen demostrar su desesperación ante la inequívoca decisión de gran parte de la población de sacarlo del gobierno y ante el fracaso de su intensa campaña de miedo y desprestigio, que cobró especial virulencia a pocos días de realizarse las elecciones. En este contexto de guerra sucia, el empresario incluso insulto a los electores, a quienes advirtió que si votaban por Prodi eran unos "pendejos", porque no cuidaban sus intereses, refiriéndose, tal vez, a los suyos propios.

Si bien la estrategia de insultos y descalificaciones de Berlusconi consiguió reducir la desventaja que tenía frente a la coalición de Prodi, de todos modos salió derrotado, gracias en gran medida a los votos de los italianos residentes en el exterior. Perdió incluso con una ley electoral diseñada por su partido, Forza Italia, para asegurar su permanencia en el poder.

Es claro que la mala reputación de Berlusconi tuvo mayor peso. No hay que olvidar que este empresario ha sido vinculado a innumerables hechos de corrupción, acusado de abuso de poder e, incluso, involucrado en actividades de la mafia. No es de extrañar que cientos de miles de italianos perciban a Berlusconi como una persona hipócrita, mañosa y poco confiable. Además, la gestión del líder de la derecha italiana ­una coalición en la que participan partidos de corte fascista­ ha generado gran descontento entre la población, pues involucró a Italia en una guerra injusta y sangrienta, en Irak, y ha provocado un preocupante estancamiento económico y dejado un enorme déficit fiscal, que sin duda será un lastre muy pesado para el próximo gobierno.

Así, de ratificarse los resultados electorales (que por otro lado no tienen por qué cambiar, pues de acuerdo con analistas gran parte de las irregularidades denunciadas por Berlusconi apuntan a la derecha), Prodi deberá enfrentarse no sólo a un país dividido y a un Congreso prácticamente empatado, sino a un entorno económico muy complicado.

Aunque los resultados de los comicios muestran a una nación partida por la mitad y confirma el poder de la derecha en Italia, también existe una lectura más alentadora. Ante el perfil reaccionario del gobierno de Berlusconi, que impulsó contrarreformas de legislaciones sociales, aprobó leyes represivas (sobre drogas y migración, entre ellas) y criminalizó las protestas cívicas, entre otras medidas de índole similar, la coalición de centroizquierda de Prodi se convirtió en una alternativa civilizada, democrática e incluyente, en la que los principios de restauración y recuperación de valores morales y constitucionales tienen mayor peso que cualquier disposición neoliberal.

 
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