Usted está aquí: jueves 13 de abril de 2006 Opinión El anticristo

Olga Harmony

El anticristo

Mario Cantú Toscano es un joven -y ya premiado- dramaturgo regiomontano quien, al decir de Bárbara Colio, tiene grandes influencias cinematográficas que se advierten en este texto al denominar Damián a su protagonista, como el personaje de La Profecía II, esa película hollywoodense que sin duda sitúa al anticristo en nuestra época, como muchas otras igualmente malas que no dudan en darle a la bestia algunas de las extrañas acciones que en los Evangelios Apócrifos -el Protoevangelio de Santiago- comete el mismo Jesús. Cantú Toscano juega con esas ridiculeces cinematográficas y elabora un caso muy violento de neurosis a partir del Apocalipsis: ''El que tenga inteligencia calcule el número de la bestia, porque es número de hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis'', que el desdichado Damián toma literalmente, ya que el autor lo presenta como un ateo muy versado en citas bíblicas.

Se pueden rastrear los datos que hacen del personaje un desequilibrado, desde el odio que confiesa a su posesiva madre, hasta el terror que le produce el sexo y el asco a su propio miembro viril. Los otros personajes están también bien delineados, aunque quizás la obsesión de Paloma por la masturbación sea excesiva. Marcos es el clásico machista mexicano, el menos ambiguo de todos los que conforman el cuarteto de amigos, y Ariadna, que relata la historia a una grabadora, resulta maligna y antipática al no decir, por despecho, al cada vez más enloquecido Damián la broma de la que fue objeto, al mismo tiempo que es la que oculta su pasado aunque sea la que está presente en todo momento. Es a ella a la que mejor cuadra la idea de que el mal está en todos nosotros.

Lo más interesante de este texto, a pesar de un final sorpresivo y efectista que se aviene mal con toda la propuesta, es la construcción circular, a veces con círculos concéntricos que devienen una espiral, con que se juegan los tiempos. Del presente se salta a un pasado y de éste a otro tiempo anterior y luego a uno posterior, en un rompecabezas que va tomando forma, y en el que se escenifican algunos de los cuentos de horror que escribe Damián, siendo el del doctor Vergara el que explica muchas de sus manías y sus fobias. El dramaturgo mezcla el humor realista, las palabras y hechos soeces, con citas culteranas que incluyen el falso nombre de Ariadna, la que lleva el hilo de la historia por el laberinto de los tiempos, cuyo juego está tan logrado como en pocos autores. Dosifica hasta el final la locura de Damián, cuyo suicidio conocemos desde un inicio, aunque las razones del mismo se nos vayan dando.

Gabriela Lozano, la directora, hace algunos cambios, el más importante de todos en la ubicación de la acción escénica. El autor describe muy detalladamente el departamento de Ariadna -me imagino que se conservó en su montaje en Monterrey- que en este montaje es sustituido por la sala de espera de un hospital, en escenografía de Hugo Miguel González y logra ambientarlo con un personaje mudo, inicial, y con los paramédicos, médicos y enfermeras -encarnados por los mismos actores a excepción del protagónico- que tampoco hablan. Logra, con el girar de las bancas de esta sala de espera, y con el aparato de café que resulta ser el refrigerador de la cocina, dar todos los momentos que pide el texto, aunque incluye títeres para narrar un recuerdo. Su trazo es ágil y limpio, dando todos los tonos, y su dirección de actores muy lograda e inteligente.

En entrevista dada a Tania Molina Ramírez de La Jornada, la directora explica que llevó a sus actores al diván del psiquiatra para explicarse los recovecos de la psicología de sus personajes. Quizás es algo excesivo, pero el resultado es muy bueno. Iván Olivares, como Damián, da todos los matices del personaje y logra convencernos de sus fobias y filias y del horror de lo que cree ser y que lo hace volarse la cabeza. Pilar Cerecedo es una muy convincente Ariadna en sus relaciones con los otros y en los momentos en que habla a su grabadora. Irving Corral tiene un excelente momento cuando su pareja describe los modos de Marcos, sus celos y sus excusas, y él las actúa. Claudia Trejo, justa como Paloma, por momentos insinuante, por momentos débil y solitaria. La obra está editada por Anónimo drama editores, la colección debida a Carlos Nóhpal apoyado por el imprescindible Helénico y vale la pena leerla y verla en su escenificación capitalina.

 
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