Usted está aquí: domingo 16 de abril de 2006 Sociedad y Justicia El asesinato de Digna Ochoa

Harald Ihmig*

El asesinato de Digna Ochoa

Ampliar la imagen La defensora de derechos humanos, el 12 de abril de 2000 Foto: Carlos Cisneros

Se ha hecho silencio en torno al asesinato de la abogada mexicana Digna Ochoa y Plácido, encontrada muerta por disparo de arma de fuego en su despacho el 19 de octubre de 2001. Al principio el hecho había ocupado los titulares de la prensa en México junto con la guerra de Afganistán y había incluso atraído la atención en Estados Unidos y la Unión Europea. El intento de la procuraduría de presentar el asesinato como suicidio no habría convencido a mucha gente; eran demasiado evidentes las inconsistencias en la verificación e interpretación de los hechos, igual que las maniobras para convertir el homicidio de una luchadora por los derechos humanos en el suicidio de una candidata a atención siquiátrica. Sin embargo, se habían sembrado dudas, y si no hubiera sido por los inquebrantables esfuerzos de la familia en una revisión del proceso, se habría dado carpetazo al caso.

Por eso sorprendió que Linda Diebel, una periodista canadiense renombrada, corresponsal del Toronto Star y varias veces honrada por el Media Award de AI, lo retomara en un libro de más de 500 páginas. El resultado de varios años de sistemáticas pesquisas y entrevistas, que empezaron pocos meses después de la muerte de Digna, se refleja con toda claridad en el título: Traicionada. El asesinato de Digna Ochoa. En su reconstrucción minuciosa de los acontecimientos, antes y después de la muerte de Digna, no sólo rebate persistentemente la versión oficial, sino que no rehúye hacer desagradables revelaciones sobre el comportamiento de pretendidos amigos de Digna en el ámbito de la defensa de los derechos humanos.

La búsqueda minuciosa de pistas, y el enredo y desenredo de hilos, llena al libro del suspenso de una novela policiaca. En la trama se le da no sólo a la protagonista, sino también a los demás personajes -adversarios, familiares, amigos, periodistas, activistas por los derechos humanos, funcionarios del Poder Judicial y políticos-, la oportunidad de darse a conocer. El resultado, más que una biografía, es un documento de la historia contemporánea mexicana, que la autora vivió y presenta con vividez en extractos de más de 100 entrevistas a personajes en momentos dramáticos, enfocada como Digna misma hacia la injusticia que se comete.

Linda Diebel capta con sensibilidad quién era Digna y para qué vivía, entretejiendo eso con la vida política en México. Eso es lo que distingue su relato de la Historia de Digna Ochoa, que Margarita Guerra y Tejada, la última de los tres fiscales especiales, había puesto temporalmente en Internet. La ex fiscal trazaba la imagen de una mujer desmesuradamente ambiciosa, que inventa una serie de secuestros y amenazas para hacerse la importante y que por último sacrifica su propia vida simulando un homicidio. Las andanadas desde el arsenal siquiátrico, que Margarita Guerra soltó en el docudrama de Felipe Cazals Digna hasta el último aliento, consiguieron carcajadas en la Berlinale de 2004. La salvaje sicologización culminó con la conclusión de que la caída en un pozo cuando era niña le había causado a Digna un daño cerebral que provocó su personalidad suicida. El convertir víctimas en victimarios y asesinatos en suicidios tiene tradición en México.

Nos enteramos en el libro de que ya en el caso del juez Abraham Polo Uscanga, ejecutado en 1995 después de amenazas y un secuestro, la ex fiscal Guerra había contribuido a que la investigación quedara en nada. Dicho sea de paso, en el caso del juez -igual que en el de Digna- no se hallaron huellas digitales en el lugar de los hechos y la pistola se encontró bajo el cuerpo.

Linda siguió paso a paso esta primera línea de la traición: la campaña de difamación. Esta empezó, según Linda, mucho antes de marzo de 2002, cuando con el fiscal especial Renato Sales se publicó de repente la hipótesis de suicidio y se difundió con un celo casi misionero. Que el arma utilizada fuera la propia pistola de Digna no justificaba ese giro en la línea de investigación.

De la oficina de Sales la periodista sacó por primera vez a la luz un documento que había sido mantenido en secreto, y que sólo había sido filtrado selectivamente. En él, dos sicólogos oficiales hacían conclusiones descabelladas por las declaraciones de Digna sobre los asaltos sufridos en 1999 y le adjudicaron una "personalidad esquizo-paranoide, con rasgos narcisistas, pasivo-agresivos y antisociales". Ella sublima su propia agresividad en la defensa de derechos humanos de los que considera maltratados... Independientemente de que este "perfil" atribuido a Digna hubiera tenido una influencia decisiva en el curso del proceso y fuera "pieza clave", como le llama la autora, ya no se puede negar que la hipótesis del suicidio estaba acompañada desde un principio de una estrategia anterior de despolitizar y de patologizar la persona y la obra de Digna.

Desde entonces, bobadas seudosicológicas plagaban una "charada de justicia". En ese contexto no se mostraba interés alguno en la búsqueda de los autores del crimen. No fueron motivo suficiente las numerosas cartas amenazadoras, actos de agresión o los delicados casos que Digna como abogada había llevado, y tampoco los hallazgos en el lugar de los hechos o los indicios concretos que señalaban un complot en los órganos ejecutivos y que fueron abordados en una publicación de la periodista Maribel Gutiérrez en El Sur. Como no hubo interés, estas líneas nunca se investigaron a fondo, a pesar de que se se reiteró lo contrario. En lugar de ello se escudriñó la vida íntima de Digna desde su infancia, buscando pruebas para una sentencia previamente determinada y para reforzar el veredicto con el que en julio de 2003 Margarita Guerra pensó poder cerrar el caso en la pose de un verdugo.

Linda Diebel siguió críticamente no sólo esta línea de la difamación y de una despolitización impulsada por Sales y continuada por Guerra, sino que verificó también otra vez los hechos, que esta línea había pasado y debía pasar por alto. Las periodistas Blanche Petrich y Pilar Noriega (colega y amiga de Digna), el sub Marcos y otros ya habían aportado mucho a esta línea.

Yo menciono sólo la alteración en el lugar de los hechos después del asesinato, las huellas de un enfrentamiento encontradas a pesar del intento de encubrirlas, el disparo al muslo, las declaraciones que señalaban a una persona sospechosa en el lugar y a la hora del crimen, amenazas en las que se encontraron rastros de ADN masculino, citas para el día siguiente y, por último, pero no menos importante: los testimonios de todas las personas allegadas a Digna, que atestiguan que no se encontraba en una fase de depresión sino por el contrario: enamorada, llena de ganas de vivir y de dinamismo para abordar sus nuevas tareas. Incluso yo mismo fui testigo de ello. La hermana Brigitte, de la Congregación de Monjas Dominicas, en la que Digna estuvo ocho años, resume: "Suicidio es desperación... Pero no había nada de ello en el carácter de Digna... absolutamente nada. Es bárbaro dar tal cosa y entonces dirigir la investigación hacia ese rumbo."

Sales mostró ante la autora las grotescas suposiciones que la procuraduría estaba dispuesta a hacer a favor de su hipótesis favorita, segun las cuales Digna se había disparado con la pistola virada en la temporal izquierda con la mano derecha (en la que tenía medio puesto un guante de plástico). Igual de ridícula la búsqueda del mismo fiscal en la martirología católica para encontrar algún ejemplo de suicidio de monjas, posiblemente camuflado como homicidio, por supuesto sin éxito.

Linda Diebel sigue también otra línea de la "traición": una pista de desconfianza, envidia y sospechas clandestinas en el círculo de amigos, que aún queda manifiesta en entrevistas en las que se disimula poco una actitud hostil y se tiende hasta a maniobrar para minimizar la importancia de Digna en el "equipo" o "entre cientos de defensores de derechos humanos". Hay indicios de que el descrédito de Digna -dicho con buenas palabras-, que llega hasta el extremo de considerarla capaz del suicidio, ha sido apoyado en círculos del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro (Prodh), y posiblemente apuntado a la procuraduría. La teoría de Sales, dice Linda: "tenía en mi opinión el apoyo moral de jesuitas de alta estima, quienes fundaron y dirigieron el Centro Pro". Desde el lugar de los hechos salió ya la oscura afirmación de que Digna se había suicidado. Contra la voluntad de la familia, el Prodh se ha hecho cargo de la coadyuvancia, basándose en la aprobación de un solo pariente de Digna y en la nota amenazadora en el lugar de los hechos -que, por cierto, no se investigó nunca-, y mantuvo esta coadyuvancia demasiado tiempo. El director, Edgar Cortez, seguía apoyando a Sales, para que siguiera en el cargo, aun cuando la obsesión de éste por difundir su teoría del suicidio lo había hecho desde hacía tiempo indigno de credibilidad. Se ocultó mucho tiempo que Digna se había separado del Prodh en discordia. En agosto de 2000 fue "decisión única" de Edgar Cortez el exiliar a Digna a Washington, contra su voluntad, sosteniendo ante ella y públicamente que lo hacía por su seguridad. Mientras frente a Digna guardaba silencio, expresaba dudas a sus anfitriones sobre su credibilidad, por lo menos con respecto a la última amenaza. Fue por ellos que Digna se enteró por fin de las sospechas sembradas a sus espaldas. Linda Diebel investigó también este juego de falsedades y documentó las cartas desgarradoras de Digna desde Washington. Yo mismo sé, por los diálogos con ella, que nada la había torturado tanto como el trato alevoso de su jefe y de otras personas allegadas, lo que ella no se explicó nunca. "Ojalá supieran qué tonta y estúpida me siento ahorita creyendo esto (que tenía que salir de México por su seguridad). Tal vez fuera mejor así, es decir para ustedes... Sobre todo, ¿por qué no fueron sinceros y honrados y hablaron desde un principio abiertamente conmigo?... Le dije a Edgar y te lo digo ahorita a ti -Chuche Maldonado-: lo que más me lastimó es el haber perdido a todos ustedes, que quiero y que consideraba mis amigos". Edgar necesitó ocho días durante su visita oficial a Washington, para que -ante la insistencia de los amigos- por fin se mostrara dispuesto a hablar con Digna.

Linda tampoco nos ahorra la vergonzosa escena, casi un retrato del trato a Digna, en la que Edgar Cortez le niega firmemente haber tenido alguna duda sobre ella a pesar de que Digna le reprocha los testimonios contrarios de los amigos en Washington. Aparentemente, la institución y su director le rechazaron a Digna la lealtad, que ella les guardó hasta el último momento. Hasta la fecha, los hechos que provocaron su salida de la institución no han sido revelados por el actor principal, que mientras tanto dirige la red de derechos humanos más grande de México. Uno debería preguntarse si la tendencia al liderazgo autocrático, combinada con desinformación de los colaboradores y de la opinión pública, podrían servir adecuadamente a la tarea de las organizaciones de derechos humanos.

Linda Diebel hace revivir a la verdadera Digna. La reconocemos con su familia y en su relación amorosa, y sobre todo en sus compromisos en Ejido Morelia y Huasteca, contra la persecución de los presuntos zapatistas, por la defensa de los campesinos ecologistas y en su viaje a través de la Sierra de Guerrero. El asumir todos estos riesgos pronto le hizo ganar la clasificación por el Cisen (Centro de Investigación y Seguridad Nacional) -no tan indigna- de enemiga del gobierno, de la policía y del Ejército, subversiva y amiga de los indios. En este contexto, la obstrucción del Cisen y del Ejército en el proceso de investigación es comprensible; ni siquiera una procuraduría bajo la dirección del PRD ha tocado estos tabúes mexicanos.

El libro descubre detectivescamente el encubrimiento y pistas de los autores del crimen que deberían ser seguidas. La lectura es obligatoria para quien se interesa en un verdadero esclarecimiento del caso de Digna Ochoa. Se recomienda también a quien se interese en la última década de este país, por los acercamientos a los actores, la abundancia de miradas concretas en la estructura de poder de Mexico, los paréntesis políticos y documentos hasta ahora no publicados. En marzo se publicó otra edición en Estados Unidos; la traducción al alemán, y sobre todo al español, es muy de desear. Linda Diebel ha compuesto un estudio con maestría, escrito con la competencia profesional de una periodista experta y con la pasión de una mujer que ha aprendido a ver a México con los ojos de Digna: con la mirada vuelta hacia la gente olvidada. Después del intento de envilecer públicamente a Digna, el libro es su memoria pública; es un libro digno de Digna.

* Defensor de derechos humanos. Ha trabajado intensamente en México Traducción: Valeria Tapia Díaz

 
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