La Jornada Semanal,   domingo 16 de abril  de 2006        núm. 580
 

Marco Antonio Campos

Mexicanos recuerdan el Quijote en sus 400 años

I. La muerte de su padre, Bernardo Reyes, en la plaza del Zócalo de la Ciudad de México el 9 de febrero de 1913, que sería una de las causas del inicio de la Decena Trágica, orilló a Alfonso Reyes a dejar México y vivir en Francia y en España. La gran tragedia personal representó para el mundo una dicha literaria. Fueron aquellos años de juventud acaso los más fértiles de él y cuando escribió la mayoría de los libros que sentimos más frescos y lozanos y que nos son también más queribles. Una de las fortunas póstumas de Reyes ha sido sin duda la devoción con que su nieta ha cuidado su memoria en todos los sentidos. El año pasado, para los festejos de los cuatrocientos años de la publicación del Quijote, Alicia Reyes reunió en cien páginas los textos críticos cervantinos de don Alfonso, que tituló con el nombre de uno de los ensayos (Quijote en mano), publicado en Ediciones a la Carta, que dirige Fernando Curiel. Aun en la modesta reseña, en la interpretación de un ensayo, en comentarios a artículos y conferencias, Reyes tiene destellos críticos que uno goza como una revelación o mira como una iluminación. La mayoría de los textos, salvo dos ("Quijote en mano", tal vez de finales del decenio de los cuarenta, y "Un autor censurado", que es de 1947), fueron escritos entre 1915 y 1918, es decir, cuando tenía entre veintiséis y veintinueve años.

En su reseña a la tercera edición de La ruta de don Quijote (1915), Reyes destaca "el viaje sentimental" que realiza Azorín "siguiendo las huellas del héroe novelesco". Reyes ve este libro semejante a otro del autor, Los pueblos, como "una serie de ensayos sobre la España aldeana". En su reseña sobre dos ensayos de W. Paton Ker, publicados en Glasgow, también en 1915, recuerda la acertada opinión de Hegel de que "el libro contra la caballería era esencialmente novelesco" y la equivocada de Byron de que "Cervantes negó sonrientemente la caballería de España" (Cervantes smiled Spain’s chivalry away). En los ensayos de Paton se hace ver que el Quijote, aun siendo un libro descuidado y en el que se intercalan estilos, historias y novelas, aun con "la inconsistencia de ciertos pasajes" y "su aire de casualidad", es una pieza áurea y "su doble vista genial lleva a contemplar otros cielos". El Quijote, concluye Paton Ker, se ha vuelto un libro inglés.

En su comentario a la conferencia de J. De Armas "Cervantes en la literatura inglesa", Reyes se detiene en la traducción del libro hecha por Shelton y en los autores ingleses influidos por Cervantes, de los cuales, entre muchos, (mencionemos sólo a dos grandes del siglo xviii) se hallan Henry Fielding y Laurence Sterne. A su vez, en su comentario a la conferencia "Cervantes y el Romancero", de J.M. Chacón y Calvo, observa perspicuamente: "Don Quijote nos habla de poesía en los momentos de mayor serenidad, y también en la plenitud de su locura discursiva y razonadora." Cervantes, dice Reyes, era un folclorista, y de los elementos de corte popular lo más importante para él fueron los romances españoles antiguos.

En otro comentario ("Las mujeres en el Quijote"), Reyes escribe lapidariamente: "Pero las mujeres de Cervantes son inferiores a sus hombres, acaso porque —con ser su siglo tan fecundo en tipos brillantes e intensos de mujer— Cervantes no tuvo ocasión durante su vida de conocer a una mujer verdaderamente superior." En otra brevísima reseña señala muy bien que no debería aumentarse el número de cervantistas, sino de lectores de Cervantes, y que no debe uno tomar muy en serio los ditirambos excesivos al gran español ("Leyendo el Quijote"). En el ensayo personalísimo, que da título al libro, recuerda los continuos deleites que le han dado a lo largo de muchos años las relecturas de la extraordinaria novela, la cual es una "selva cambiante y ofrece inagotables sorpresas" y donde es dable hallar "las larvas del monólogo interior", iniciado hacía poco por Edouard Dujardin y llevado a la perfección poco después por Joyce. Qué disfrutable le parece el Quijote con sus "máximas de oro y observaciones que son sondeos en las honduras de la naturaleza humana" y "los toques estéticos en que parecen compendiadas de pronto la sensibilidad y la cultura de un pueblo". En el último ensayo del pequeño volumen, el más largo, Reyes analiza a un autor, Antonio de Torquemada, qué tan bueno o malo es, del cual Cervantes mandó a la quema en un pasaje del Quijote, por manos del Cura y del Barbero, una novela de caballería titulada Don Olivante de Laura, publicada en 1564.

II. Extendiéndonos sobre las máximas de oro, Hernán Lara Zavala, otro gran conocedor del Quijote, del que incluso escribió un magnifico libro de ensayos, sacó a la luz el año pasado en una edición especial en la unam un conjunto de reflexiones y aforismos, que son una síntesis de sabiduría y ternura. Lo tituló De buena invención: una cala al Quijote. Al hacer esta suerte de espicilegios, se hace de alguna manera otro libro, o si se quiere, una proposición deleitosa de una nueva lectura. Lara Zavala ha hecho en miniatura un texto bello de un libro infinitamente bello.

En los aforismos y las reflexiones encontramos los valores e ideales de la caballería andante: la unión avenida de la pluma y la espada, la importancia de la virtud aun sobre el linaje, la defensa de los desamparados, la búsqueda de la mujer que debe reunir hermosura y fama, el anhelo del renombre, la magnanimidad en la victoria, la lealtad y la superioridad de la misericordia sobre la justicia...

Leamos algunos de estos aforismos que son también instantes poéticos: "Sábete que no es un hombre más que otro si no hace más que otro", "Porque el amor, según he oído decir, unas veces vuela y otras anda, "y entre el sí y el no de la mujer no me atrevería a poner una punta de alfiler, porque no cabría", "Ahora digo —dijo a esta sazón don Quijote— que el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho." No está de más recordar que personajes de dos novelas tiernas y sabias del xix francés, Tartarín de Tarascón y Bouvard y Pécuchet serían inexplicables sin la lectura del Quijote.

III. Como regalo de año nuevo de 2005, Vicente Rojo y Bárbara Jacobs enviaron el facsímil de un folleto, Aventuras de Don Quijote de la Mancha, con ilustraciones cordiales, que se publicó en Madrid en 1866. Es un cuaderno muy bien hecho donde se reúnen grabados y poesía. Cada grabado tiene un dístico en rima y se van contando pasajes significativos de la novela. Una breve curiosidad agradecible.