La Jornada Semanal,   domingo 16 de abril  de 2006        núm. 580
LA CASA SOSEGADA

Javier Sicilia

LA CRUZ Y LA ANESTESIA

La fiesta de Semana Santa gira en torno al misterio de la Cruz y de la Resurrección de Jesús. Es una fiesta del dolor y del gozo en la gloria que el liberalismo moderno ha domesticado reduciéndola a vacaciones planificadas por la industria del turismo. No hay probablemente un periodo vacacional más intenso en desmadres, hacinamiento, aumento de precios, frivolidad y vacío que esta fiesta otrora profunda y magnífica.

Todavía, al recordar mi infancia puedo sentir el peso de ese doble rostro del misterio: el viernes, el ayuno, el silencio de los aparatos eléctricos, el viacrucis, la procesión, la virgen dolorosa, el tam-tam, las capuchas sobre los rostros y la asfixia del sufrimiento y la muerte, del don del más alto amor, el ágape, entregado a las tinieblas. El sábado, el ahondamiento del silencio, el pasmo ante la Ausencia del Dios asesinado, para al final, al filo de las doce, cuando el punto más oscuro de la noche se abre a la primera e imperceptible luz, llegar al atrio en tinieblas de la iglesia, mirar encenderse el fuego nuevo y, precedidos por el cirio de la Resurrección, entrar en la entraña renovada de la iglesia con el corazón lleno de un indecible gozo: Dios ha resucitado y el mundo está transfigurado.

Aún es posible vivir eso en los pueblos y en los templos. Sin embargo, año con año, esas experiencias, junto con el crecimiento del comercio y la oferta de nuevas gratificaciones, van siendo desalojadas. Ya pocos leen en esos símbolos, preservados en los nichos de los templo y de los pueblos amenazados por la modernidad, esas misteriosas resonancias. Sólo el rito va quedando en pie. Y es que para entender la fiesta de Semana Santa se necesita no sólo una mirada simbólica, sino también un mundo encarnado, es decir, un mundo como el que Jesús asumió y vivió, con sus alegrías, sus sufrimientos y su muerte, no deseados, pero asumidos con la intensidad de la vida y la profundidad de la fe.

Nuestro mundo es su antítesis. El transporte —que rompe nuestra relación con el suelo—, la medicina —que tiende constantemente a anestesiar el dolor y a prolongar la vida—, la oferta indiscriminada de diversiones y placeres planificados, el horror al sufrimiento, el miedo a la muerte, la incapacidad de gozar la sencillez de la vida, el hastío —ese "odio de sí", como lo definió Pascal—, son lo contrario de los misterios de la Encarnación. No importa que esa incesante búsqueda del hombre moderno por aumentar el placer y disminuir el displacer genere más cargas de dolor: hacinamiento, contaminación, aumento de enfermedades nerviosas, prolongación sufriente y artificial de la vida y de la juventud, violencia cotidiana, frustración, mecanismos cada vez más sofisticados de control, pérdida de nuestros sentidos con lo real, administración institucional de nuestras vidas, de nuestro trabajo y de nuestros ocios. No lo notamos. Habitados por un mundo que lentamente va borrando la línea que separa el bien del mal, nuestra carne —esa carne en la que para Occidente el Verbo, Dios, se encarnó, vivió, sufrió, murió y resucitó— se ha vuelto una especie de experiencia cibernética de la que queremos abolir la íntima relación que hay entre el sufrimiento, el goce y sus reacciones saludables, es decir, la relación maravillosa que hay entre el mundo y la carne. Quizá no ha habido en la historia de la humanidad una época en la que el placer haya estado tan profundamente imbricado con el dolor y en la que ya no reconozcamos los límites en los que la salud es posible. No un mundo feliz, sino anestesiado. De allí el horror que nos causa la Semana Santa; de allí la incomprensión frente a la Resurrección con la que concluye; de allí también la búsqueda desesperada, que caracteriza a esta semana, de huir, de escapar, de sumergirse en el embrutecimiento del ocio planificado en las playas, los balnearios, las discotecas, los restaurantes, en síntesis, de buscar la anestesia no para el sufrimiento de la Cruz, sino para el dolor que nuestros sueños de placer desmedido han engendrado y que la Cruz nos recuerda y la Resurrección ilumina, no con el esplendor artificial del neón, sino con la tenue luz de un cirio que una humanidad sin misterio desdeña.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro.