La Jornada Semanal,   domingo 16 de abril  de 2006        núm. 580
CINEXCUSAS
Luis Tovar
[email protected]

 ALMA DE PROVINCIANA (I DE II Y ÚLTIMA)

La doble vocación del Festival Internacional de Cine en Guadalajara, de la que se habló aquí la vez pasada, podría verificarse felizmente con el sostenimiento irrestricto de la sección de largometraje mexicano, así como con el enriquecimiento de la sección de largometraje iberoamericano.

Pero no bastaría con eso, pues respecto de la primera de las secciones mencionadas, habría que hacer algo para acabar con la división entre películas en competencia y fuera de ella. Desconocidos para todo aquel que no forma parte del comité organizador, los criterios que mueven a poner ciertos filmes de un lado y dejar al resto atrás de la raya quizá sean útiles en términos logísticos o de programación, pero invariablemente hacen que Uno se pregunte qué le vieron a esta cinta que no le vieron a esta otra, o si la inclusión/exclusión se debió a que no cumplía con determinados requisitos, y si éstos se basan en la exhibición previa en otras instancias, en el año de producción o en alguna otra variante.

Desde afuera y a primer golpe de vista, la zanja que separa unas de otras no tiene razón de ser, máxime si se piensa que el Festival quiere seguir siendo, como ya se dijo, la más abierta de las ventanas por donde asomarse a ver el cine mexicano reciente. En efecto, ese cine puede verse en Guadalajara, una vez al año al menos —y no todo, por cierto, pues queda en la oscuridad el dato de cuáles y cuántas películas buscaron ser incluidas sin lograrlo--, pero resulta incomprensible que no todas las finalmente admitidas puedan competir por un premio establecido precisamente para reconocer su valía. Si esto no fuera suficientemente válido para cuestionar la existencia de una sección "panorama fuera de competencia", añádase que, en virtud de no estar en liza por el Mayahuel, esos filmes son colocados de manera desventajosa en la cartelera del festival, traicionando en cierta medida la intención de ponerlos al alcance de un público más numeroso.

El valor originario del Festival de Guadalajara consiste, pues, en acoger al cine mexicano y repartir un premio tan o más importante que el Ariel, así que, siendo un cine todavía escaso y muy necesitado de apoyos como el que implica un reconocimiento festivalero, ¿de verdad tiene lógica o hace falta dividirlo por razones técnicas, organizativas o por unas bases de participación revisables?

RATOLEÓN

El valor añadido al Festival, con el que se cumplimenta su doble vocación, es su apertura al cine iberoamericano. Como se dijo antes, este cine fue abriéndose lugar hasta instalarse en un sitio preponderante, cambiando de manera definitiva no sólo el nombre sino la naturaleza del evento. Bien por éste, y mejor por el público, que así tiene acceso a la exhibición de un cine igual de arrinconado que el mexicano a las pocas salas, las pocas semanas y las todavía más pocas condiciones de igualdad para competir contra la hegemonía que todos sabemos.

No está nada mal que la sobadísima globalización deje de significar, en este caso concreto, un espacio más para el apabullamiento de un cine sobrerrepresentado y voraz, para convertirse en la oportunidad de ver y escuchar a las cinematografías latinoamericanas, que comparten con la nuestra no sólo la condición arrodillada, sino también y por ventura, un pasado similar, una historia cercana, un devenir hermanado y, claro está, un lenguaje que siendo uno es a la vez diverso y complementario, incluidos el tenés argentino, el tenéi chileno, el portugués del entrañabilísimo Brasil y todas las demás voces que conforman lo que se antoja una suerte de bolivarismo horizontal, que no emana de los discursos ni de las conveniencias u oportunismos políticos, sino de aquello que puede verse en la pantalla —como por lo demás se lee en nuestros libros y se escucha en nuestra música-- y que sin ser nosotros, es igual a nosotros.

Al Festival de Guadalajara no le quitaría nada perder el apellido "internacional" si la sensibilidad de quienes lo organizan los mueve a percibir que el otro, que tuvo hace tres ediciones, de ningún modo va en su detrimento sino más bien lo singulariza. Festivales internacionales hay como para echar parriba; festival iberoamericano, con muestra de cine mexicano incluida, no hay más que éste. Para ser internacional como los otros debería perder la particularidad de ser el representativo de Iberoamérica, pues debería admitir, en competencia, filmes de todo el mundo. Entonces volverían los tiempos de aclarar qué es el de Guadalajara, si cabeza de ratón o cola de león.