Usted está aquí: miércoles 19 de abril de 2006 Opinión Duelo:unas palabras

Arnoldo Kraus

Duelo:unas palabras

He leído varias veces la siguiente idea: "cada vez única (la muerte significa) el fin del mundo. O cada vez único, el fin del mundo (es la muerte)". Las he leído y he jugado con ellas en muchas ocasiones: ya sea modificando el orden, intercambiando las palabras, comentándolas con algunos enfermos o recordando lo que dicen las personas que tienen claro que pronto morirán.

La idea pertenece a Jacques Derrida y forma parte de un texto dedicado al duelo y a evocar la presencia y la ausencia de algunos de sus colegas fallecidos. Escribirle a los amigos muertos es escribirse a uno mismo y es hablarle a la muerte. A la muerte propia, a la de los seres queridos, a la muerte como fenómeno universal. Escribir, empapados por el duelo, significa, también, contemplar y llenar las páginas en blanco, reflexionar acerca del tiempo ido, del tiempo vacío y de las implicaciones del final. Se escribe y se habla no para aminorar el tufo del dolor por medio de otra aflicción, sino para entender los límites del dolor a partir de las palabras. Quizás, también, para comprender, que después de la muerte y del vacío, la vida vuelve a nacer.

Hay que leer en voz alta la frase del filósofo francés: "Cada vez única la muerte significa el fin del mundo" y dejarla suspendida en el aire el tiempo suficiente para desmenuzar sus mensajes. Por ejemplo, decir que tras la muerte perecen muchos mundos: el de la persona y el de la tierra que lo albergó. Decir que con cada ser que fallece finaliza una historia. Decir que cada individuo es un mundo y aceptar que, en ocasiones, el final de la vida de los seres queridos impide zurcir el mundo, pues éste continúa fracturándose cuando los deudos se sienten invadidos y rebasados por la ausencia de la persona muerta. Hay que leerla en voz alta: a pesar de todo, entre la muerte y el fin del mundo queda la vida.

"O cada vez único, el fin del mundo es la muerte." Para Derrida mundo quiere decir "infinito, único, irreversible, irremplazable, un imposible significado total". El fin del mundo es una vivencia singular por ser el habitat que nos contiene y, es, asimismo, una de las razones para dar sentido a la existencia. Unico el mundo, única la muerte. Insertados en el mundo, la historia profunda de cada persona y sus vivencias, muchas veces intransferibles, otorgan a cada persona su cartilla de identidad y un sino, muchas veces, incompartible. Por eso, el fin del mundo pequeño, del mundo particular, el de las calles y de los árboles vecinos es el fin de una vida.

Como habitante de Auschwitz, Imre Kertész tiene derecho de decir: "si quisiera contar mi vida, debería contar mis muertes". Lo mismo sucede con los pacientes terminales, que, aunque siguen habitando su propia vida, saben que pronto se les escapará. Cito a una paciente: "la mirada de la vida que se extingue repasa las historias de todas las vidas, de todos los tiempos y de todos los caminos que conformaron nuestros mundos". Y recuerdo otra expresión, distinta, ensalzada con una dosis de optimismo e incluso de belleza: "morir es regresar". Regresar al imaginario de quienes quedan y a la vida de quienes nos habitaron. "Vivir es ver volver", decía Azorin. Y morir, quizás, es regresar.

El duelo -no hablo en términos freudianos- es una herida que se anida en las porciones anímicas del ser humano -el amor, el afecto, el deseo- y que detiene por momentos la vida. El duelo es sinónimo de sufrimiento, ausencia, falta. Es una pérdida, usualmente transitoria, de lo que se quiere. No siempre se logra que el duelo se convierta en un trabajo de aceptación, de separación progresiva y de reconciliación con uno mismo, con quien se fue y con el mundo. En ocasiones queda la herida abierta. En ocasiones la espera no termina. Quizás por eso Derrida sostiene que "cada vez única la muerte significa el fin del mundo. O cada vez único, el fin del mundo es la muerte".

 
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