Usted está aquí: sábado 22 de abril de 2006 Sociedad y Justicia Vengan por él, retó un federal cuando cayó el primer minero

Fue un asesinato a mansalva, acusan obreros de Sicartsa

Vengan por él, retó un federal cuando cayó el primer minero

"Ultimo pase de lista" a los dos fallecidos en la refriega

FABIOLA MARTINEZ Y ERNESTO MARTINEZ ENVIADA Y CORRESPONSAL

Ampliar la imagen Ataúd con el cuerpo de Mario Alberto Castillo, asesinado durante el operativo policiaco para recuperar las instalaciones de Sicartsa, en Lázaro Cárdenas, Michoacán Foto: Alfredo Domínguez

Lázaro Cárdenas, Mich., 21 de abril. Cuando Mario Alberto Castillo se desplomó, tras recibir la bala que le destrozó el cráneo, un policía le puso el pie en la cabeza y, envalentonado, gritó frente a los otros obreros que se hallaban a unos metros: "¡A ver, vengan por él. ¿Lo quieren?, pues vengan por él!"

Es el testimonio de trabajadores que vieron caer a su compañero de la planta de cal de la Siderúrgica Lázaro Cárdenas Las Truchas, uno de los dos jóvenes que murieron ayer en la ofensiva protagonizada por cientos de elementos de las policías estatal y federal, que intentaron romper el paro que mantienen los integrantes de la sección 271 del sindicato minero, desde el pasado 2 de abril.

La narración se repite, se escucha por aquí y por allá. Todos coinciden, palabras más, palabras menos, en la escena que les cala, en esa ráfaga de imágenes cuando los agentes llegaron por la retaguardia y casi los vencen, pero, sobre todo, en las palabras del policía "de la federal", quien todavía se atrevió a encajar la culata de su arma en el cuerpo del caído. "Esto fue un homicidio, un asesinato a mansalva".

Los obreros de la 271 no se amedrentaron; por el contrario, siguen en guardia, furiosos, coléricos contra el gobierno del presidente Vicente Fox y contra su secretario del Trabajo, Francisco Salazar. A este último lo ubican perfectamente como "el que impuso al traidor y cobarde Elías Morales", el "esquirol", para destituir a su líder nacional, Napoleón Gómez Urrutia, a quien respetan pero distan de venerar.

Luego, con una rabia que no pueden ni quieren ocultar, dicen apretando los puños: "¡que venga Elías, que venga a levantar el paro, que venga a hacer una asamblea, que venga... pero para partirle su puta madre". Así se desahogan, en seco, con el lenguaje franco del michoacano de la costa.

Mientras avanza la mesa de negociación que ya aceptó el gobierno federal, justo con los trabajadores de la fracción sindical que las mismas autoridades habían destituido, los obreros y sus dirigentes locales dejan en claro que no luchan sólo en defensa de Gómez Urrutia, están muy lejos de oponerse a que la autoridad investigue las finanzas de éste, sino "por el respeto a la autonomía sindical".

Los afiliados a la sección 271 respetan y entienden ese concepto. Algunos, los que más hablan de ello, explican al que está a su lado que se trata de un derecho constitucional irrenunciable: la libertad básica de asociación y de elegir a quien deba representarlos: "Si nosotros decidimos algún día que él no nos cumple, tenemos el derecho de elegir a otro, el que nosotros escojamos, no el que la empresa o el gobierno nos quieran imponer para hacer un sindicato blanco".

Otros, también a su modo, tratan de encontrar analogías en lo cotidiano para demostrar que saben lo que están defendiendo: "Mire, es como si un día de tantos, sin motivo alguno, una mujer recibiera en su casa al juez que la casó y, sin mediar pruebas o explicaciones, le dijera que le ha traído a otro señor que desde ahora será su marido, y nomás le dice: ahora con éste te vas a acostar".

Aquí, el nombre de Gómez Urrutia se usa en las consignas, pero la principal bandera de lucha, de ese ánimo combativo que distingue a los obreros de la región, es no permitir atropellos de la empresa o del gobierno. Lo dicen desde temprana hora, en todos los tonos: "¡Ni con esto nos vamos a rajar. Si vamos a caer más, pues ni modo, pero vamos a hacer respetar nuestros derechos", expresa el dirigente seccional, Martín Rodríguez, ante unos 2 mil obreros reunidos en el auditorio sindical, donde se ha hecho una asamblea extraordinaria, el último "pase de lista" de sus compañeros muertos. Con el puño en alto para cantar el Himno Nacional, rinden homenaje a los caídos: "¡Mario, Héctor te fuiste, pero nunca te vendiste!"

Todavía con el coraje de ver a sus compañeros en los ataúdes, a ratos algunos rompen en llanto y agarran parejo, lo mismo en contra de los reporteros que de los uniformados, y una y otra vez piden la renuncia del jefe del gobierno federal.

"¡Fox, asesino, genocida, si te queda un poco de dignidad, renuncia! ¡Tarde se nos hace para que sea el 2 de julio, para mandarte a ti y a tu partido a la chingada!", expresan.

Es el desahogo y la impotencia, luego del encontronazo de la víspera. Después de las palabras vienen las lágrimas por sus compañeros muertos y por los otros que se debaten (en Morelia y la ciudad de México) entre la vida y la muerte.

Las consignas se leen en sus pancartas y se escuchan afuera de la planta siderúrgica Las Truchas, la principal productora de varilla en América Latina, que ahora luce más como un gran predio destruido, como si hubiera pasado un huracán: montones de piedras por aquí y por allá, fierros retorcidos, automóviles calcinados y árboles derrumbados.

"Mayito" mantenía a sus padres

A varios kilómetros del lugar del choque, en la comunidad Gaviotas, periferia de este municipio, en el sitio donde hasta el miércoles guardó su camioneta, yace Mario Alberto, el joven soltero y trabajador que a sus 21 años no tomó la previsión de contratar un seguro individual en su trabajo como obrero de la planta de cal.

A unos metros de la caja gris de metal y de varias cubetas que contienen los racimos de flores blancas, don Eduardo Castillo, el padre de "Mayito", a paso lento, apoyado con un bordón de madera, se esfuerza por llevarse un pañuelo de papel a los ojos. Padece reumatismo crónico.

Como sea, a sus 65 años, él es el fuerte. Su mujer, diabética, casi no se puede levantar, pero ambos tratan de reponerse por un momento para encabezar la hilera de amigos y vecinos que van rumbo a la iglesia de la comunidad a la misa de cuerpo presente.

El calor de la tarde sofoca. Ahí van unas 100 personas, casi todas mujeres con huaraches y sus niños en brazos. Muchas están preocupadas porque "Mayito", con todo y su juventud, era el que mantenía a sus padres y a su hermana de 15 años.

La única comisión que ha llegado al funeral es la del sindicato. El secretario de Previsión Social les ha dado 20 mil pesos para hacer frente a los gastos del entierro y, "después" el gremio -afirma- les dará 80 mil por concepto del seguro colectivo.

El señor Castillo es quien atiende a la gente que va llegando, porque su hijo mayor, también obrero, quien vio morir a su hermano, fue al panteón San Blas a pagar a los sepultureros. "¿De qué me sirve pedir justicia si nadie me puede devolver a mi hijo?", dice el padre, antes albañil, pero ahora incapacitado por la enfermedad. Se lleva las manos a la cara y murmura algunas palabras, casi para sí mismo: "Es él quien nos mantenía, era muy buen hijo, muy amoroso".

Sus parientes sí hablan, se arrebatan la palabra y piden justicia, "que no quede impune, como tantas cosas que pasan por aquí... Nadie ha venido a dar la cara, y pues, ¿cómo se van a arrimar aquí los del gobierno si fueron ellos quienes lo mataron?".

El señor Castillo sólo escucha, asiente con la cabeza. Atrás, tres ancianos acompañan a los dolientes con música..."Te vas angel mío, ya vas a partir, dejando mi alma herida, y el corazón a sufrir... Te vas y me dejas un inmenso dolor, recuerdo inolvidable me ha quedado de tu amor".

Los parientes no dejan de llorar, la mamá de Mario Alberto sigue sin poder levantar siquiera la mirada. Demasiado dolor. El papá del minero caído pregunta a los reporteros: ¿y esto (hablar con ellos) para qué; sirve de algo? Oiga, ¿qué podría hacer yo para que las autoridades hagan justicia? -se pregunta mientras sus primas le ayudan a levantarse para ir a darle el último adios a su joven hijo.

 
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