Usted está aquí: domingo 23 de abril de 2006 Opinión El Palacio Nacional

Angeles González Gamio

El Palacio Nacional

La sola mención del nombre invoca un símbolo de poder; pocos edificios como éste tienen una carga emotiva tan fuerte, con tanto significado histórico, cuyos orígenes se remontan a los esplendores de México-Tenochtitlán, la extraordinaria ciudad que levantaron los aztecas en medio de cinco lagos y que deslumbró a los españoles.

Siempre causa emoción pensar que en ese predio estuvo el palacio donde vivía el emperador Moctezuma, fastuosa construcción en la que habitaban alrededor de mil personas, y que en el área que después ocupó la Casa de Moneda, tuvo sus "casas denegridas", cuartos pintados totalmente de negro, donde se retiraba a meditar cuando tenía problemas graves.

Tras la conquista, Hernán Cortés, con muy buen ojo, se adjudicó ese soberbio inmueble y el de Axayácatl, padre del soberano azteca, ahora sede del Monte de Piedad, que fue el sitio donde en realidad vivió el conquistador y lo prestó para fungir como casa de las primeras audiencias de gobierno y de los dos primeros virreyes, en tanto la Corona adquiría de Martín Cortés el antiguo palacio de Moctezuma.

Fue el virrey Luis de Velasco quien primeramente ocupó el recién adquirido inmueble, en 1562, desde ese momento conocido como Palacio Virreinal y habitado por todos los gobernantes españoles, hasta Juan O' Donojú, quien llegó a la Nueva España cuando Iturbide acababa de consolidar la Independencia, por lo que no le quedó más que firmar los tratados de Córdoba e irse a vivir al palacio de Iturbide, en tanto podía regresar a España.

A partir de entonces la mayoría de los presidentes del México independiente se fueron a vivir al soberbio edificio, que ya se nombró Palacio Nacional. El primero en ocuparlo fue Miguel Fernández Félix, quien cambió su nombre por el de Guadalupe Victoria.

También se recuerda a Anastasio Bustamante, Melchor Múzquiz y Valentín Gómez Farías, de quien se dice que fue tan honrado que al salir no llevaba más que una jaula con canarios. Y, por supuesto, Antonio López de Santa Anna, quien lo sentía como su casa, por las inumerables veces que lo habitó; también lo ocuparon Benito Juárez y Juan Alvarez, entre muchos otros.

Hemos recordado estos datos por la noticia emitida en días recientes, de que Palacio Nacional se va a convertir en museo, con el pretexto de que es un patrimonio de los mexicanos y debe poder ser visitado, lo que de hecho ya sucede.

Hay inumerables áreas que se pueden visitar: desde luego, los extraordinarios murales que pintó Diego Rivera en la escalera y en algunos pasillos; el antiguo salón de la tesorería, el recinto de homenaje a Benito Juárez, que muestra las habitaciones donde vivió y murió siendo presidente; el primer recinto parlamentario, los patios, y un jardín botánico, todo lo cual no afectaría para nada las actividades presidenciales si aún tuviera ese uso, lo que desgraciadamente se ha perdido.

La idea de convertirlo todo en museo suena bastante extraña, ya que el recinto está rodeado de museos, todos en edificios que en sí mismos son obras de arte: el antiguo Arzobispado, la Casa de la Primera Imprenta, el X Teresa, en un antiguo templo, el Palacio de la Autonomía, la Academia de San Carlos, el museo José Luis Cuevas y el Colegio de San Ildefonso, por mencionar los que se encuentran a unos pasos y que prácticamente no es posible visitar, por las hordas de vendedores ambulantes que ocupan las calles donde se encuentran, incluido el propio Palacio Nacional; pero esto no parece causar preocupación a los que concibieron la idea que, sea o no la intención, pareciera tener un trasfondo político, que de ser así puede volverse en contra de los autores de la idea, como sucedió con el desafortunado intento de desafuero.

Pero como decía Machado en su notable poema Meditaciones rurales, recogiendo un diálogo en la botica del pueblo, entre dos parroquianos que comentan con preocupación las cercanas elecciones: "no se preocupe don Juan (....) todo queda, todo pasa, mañana vendrán otros y a otros igual que a nosotros otros los jorobarán, así es la vida don Juan (...) ¡y las habas van que son un primor!"

Y vámonos a comer al nuevo restaurante La terraza del Zócalo, situado justo enfrente de Palacio Nacional, en el piso 6, del número 13, junto al célebre Sombreros Tardán. En una amplia terraza abierta con una vista espectacular; puede iniciar con una de sus novedosas margaritas: de chamoy, mango, tamarindo o la clásica, acompañando unos "tacos de Cortés" rellenos de camaroncitos con chipotle. Una crema de frijol negro prepara para degustar el "pámpano minero", relleno de huitlacoche y elote, o si es carnívoro, una cecina de Yecapixtla. Hay que dejar un lugarcito para el toque dulce: panqué de naranja con costra de mazapán, salsa de chocolate y espolvoreado de canela.

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