La Jornada Semanal,   domingo 23 de abril  de 2006        núm. 581
CINEXCUSAS
Luis Tovar
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 LAS TIJERAS DE ROSARIO

Entre el amor y todo aquello que lo rodea... ¿qué será más decisivo?, ¿cuál de los dos acaba por determinar en mayor medida el sendero por el cual andarán no únicamente los sentimientos sino también los acontecimientos? El contexto es todo aquello que yace, vive, se mueve o muere más allá del muro llamado amor con el que se quiere preservar lo valioso, lo bello. Pero el contexto también es el muro...

Rosario Tijeras, la mujer medio leyenda y medio real que le da nombre al primer largometraje de ficción del mexicano Emilio Maillé, demuestra que cada quien somos uno y nuestra circunstancia. Rosario indisoluble, consustancial, contextualizada por su medio socioeconómico y, sobre todo, por un carácter forjado a golpe de dificultades y carencias. Exploradora del mundo que no le tocó al nacer, a manera de ejercicio reivindicatorio válido para los que son como ella, es decir, los que quisieran conocer en carne propia qué se siente no tener todo el tiempo a cuestas el hambre, el miedo a morir demasiado pronto, el terror a la posible traición de quienes son de donde ella es, o la de quienes son de allá, de aquel otro contexto que también es Medellín, uno donde a nadie le pisan los talones para sobrevivir... o quizá sí, pero no en el plano material, sino al nivel de las razones y las pruebas para sentirse realmente vivo, como le sucede a Antonio y a Emilio, los dos compañeros de Rosario en esta historia basada en la novela homónima del colombiano Jorge Franco.

EL TAMAÑO DEL DESTINO

Quién sabe si será verdad en todos los casos que infancia es destino. Es lo que pareciera creer tanto el autor de la novela como Maillé. En una ciudad que no es sólo eso, pero que ha alcanzado la condición de mito por la vía pedregosa del tráfico de drogas, el encumbramiento de los cárteles y la violencia que viaja en Vespa de la mano de un sicario, la mítica Rosario Tijeras pudo haber existido. En el cementerio de Medellín hay una cripta sin nombre donde la fotografía de una mujer apenas veinteañera se deslíe todos los años. Junto a ella están Ángelo Yamil y Hernando de Jesús, muertos en 1988; Andy Fernando, en 1990; y B. Alexander, "el Tyson", considerado el brazo derecho de Pablo Escobar, muerto en 1992. Todos ellos paisas, comuneros, berracos y sicarios.

Rosario Tijeras --la sicario que besaba a sus víctimas mientras les disparaba, para que no se fueran al otro mundo sin sentir algo bonito-- vale como arquetipo de una emancipación sin salidas, una liberación por la puerta falsa, y también como comprobación acelerada de un silogismo cruel: si infancia es destino y en los barrios bravos de Medellín la infancia concluye con lo abrupto del estupro y del dedo en el gatillo, el destino es necesariamente breve.

Un entorno adverso procrea seres que, en la búsqueda de un cambio sólo para ellos, consiguen sin querer la perpetuación de la adversidad de ese entorno. Me salvo yo, sálvese el que pueda. El entorno me ha golpeado. ¿Cómo evito que lo siga haciendo? Tengo que detenerlo porque puede llegar a matarme. Pero si no tengo lo necesario para darme cuenta de que hay otras opciones, lo único de lo que seré capaz es de devolver el daño. Reproduciré aquello que me hicieron y no sabré siquiera si llamarlo venganza o reivindicación. ¿Qué tan sensato es querer ganarle a un contrincante así de poderoso? Es su terreno, son sus reglas, y juega mucho mejor que yo.

Si Medellín me vuelve rencorosa, diría Rosario, le respondo con rencor; si me violó siendo niña, voy a violarla; si me ha hecho sentir miedo a punta de pistola, responderé aterrorizándola a balazos. Si me hizo asesina voy a contestarle asesinándola, aunque en el fondo sepa que no voy a lograrlo y lo único que conseguiré es que los demás vean que soy, cuando ella me mate, una nueva pieza del entorno.

MIRAR CON OJOS PROPIOS

En esta Latinoamérica tan necesitada de hacerse visible y ser ella misma a partir de lo que la define culturalmente, el cine es un vehículo ideal. La producción de Rosario Tijeras pone de manifiesto que, en un contexto similar para mexicanos y colombianos en el ámbito social, cultural, artístico, histórico... de lo que se trata, si se es cineasta nacido aquí o allá, es de hacer películas, y no esperar a que otros las hagan —i.e. Barbet Schroeder y su Virgen de los sicarios. Rosario Tijeras nació a partir de una postura de cooperación basada, como es obvio, en una serie de puntos de coincidencia y rasgos de identidad compartidos, y es ejemplo de algo que debe suceder más frecuentemente en el ámbito cinematográfico latinoamericano.