Ojarasca 108  abril 2006

 
Viajes al país de lo real

Hasta cuándo lo real será evidente para esta país de fantasía. México vive una ilusión sostenida; no por nada el "gran" parto legislativo del año fue en beneficio de los fabricantes de telenovelas y noticias, que son a fin de cuentas los gobernantes del país de la fantasía. El país que parece ser.

Allá donde viven los dueños del dinero, poderoso caballero que nunca tiene suficiente territorio en sus reinos, y quiere más.

Para desmayo del gobierno y la barones de los medios de producción, comercio y comunicación, la tierra, el agua y otras características de los lugares verdaderos todavía pertenecen en demasía a los que no cotizan, no tienen dinero, y extrañamente lo necesitan menos de lo que les han hecho creer.

El poder ya no pretende repartir o proteger las tierras nacionales. Tiene como función abrir puertas al campo para la especulación financiera internacional y una geopolítica imperial e imperiosa que no considera necesaria la existencia de México como tal. Mas el país carga algunas inconveniencias históricas (revoluciones, guerras de reforma y contra intervenciones extranjeras), se han hecho demasiadas concesiones a la plebe, en aras de eso que llamábamos soberanía. Derechos ejidales y comunales, educación gratuita, derecho de huelga. Si los del poder consiguen que el país real no exista en sus planes, van diciendo: "vamos a cambiar las leyes que estorben, como si las conquistas de la plebe no existieran".

Los pueblos indígenas han sido tratados como una anomalía demográfica cuyo desvanecimiento final es deseo recurrente del poder. Para el foxismo son inviables. Lo eran para el PRI del "bien morir" indigenista. Lo seguirán siendo allá en las cimas del México imaginario.

Lo que hay, lo firme, lo real de México comienza y sólo puede comenzar por sus pueblos originarios y sus territorios. Resulta alucinante que cuando ellos deciden asegurar su territorio, defender sus lenguas y darse una vida digna, el Estado los acusa de "balcanizadores" y les declara nada menos que la guerra.

Vivimos en la gran mentira, por eso no permiten que la gente, el Público, vea que la única defensa que nos queda a todos son los pueblos que las estadísticas desprestigian y quieren borrar. Son el último fusible, los que hacen tierra (bueno, sus tierras) y mientras las posean serán nuestras. Después, quién sabe. Los procedes bancomundialeros y las expropiaciones para autopistas, hidroeléctricas, minas, zonas residenciales, industriales o turísticas, nos garantizan mucho menos que esos territorios vayan a ser cuidados y, mucho menos, mexicanos.

Al negar leyes que reconozcan los derechos y las culturas indígenas, los Poderes de la Unión detuvieron la verdadera amenaza para los negocios; de haberse "aprobado" una legislación decente, los inversionistas no hubieran amarrado "certidumbre" mercantil. No hubieran podido pergeñar el bonche indecente de Nuevas Leyes Neoliberales que el Congreso ha parido en estos pocos y desafachatados años. De haberse aprobado los derechos indios, toda esa "construcción" depredadora sería imposible. Y luego que desde Salinas los señorones tienen prisa.

Urgencia tienen por su parte los pueblos, y en general los mexicanos, de cambiar el curso de los acontecimientos. En manos de los ricos, México va directo al despeñadero como un tren sin frenos. Entre el narcotráfico, el amafiamiento de los poderes políticos y económicos y la canallización del imaginario colectivo (consumismo, nota roja y entretenimiento imbécil), ¿quién manejará esa máquina?

Los pueblos, el pueblo, necesitan detener el suicidio histórico de la Nación. En primer lugar y como siempre, para sobrevivir ellos mismos. Pero también para la sobrevivencia del resto. Y si el poder, el país de las cimas, no les va a conceder sus derechos, ni las leyes que los autoricen a ser autónomos y autogestivos, ya comprendieron que no les queda otra que dárselos por sí mismos.

Cuidándose, cuidan eso que llamamos México. Libres ya son. Les falta nomás practicar su libertad pacíficamente y con dignidad. O sea sin la guerra que hoy es literal. Esto, aunque el México de ensueño lo niegue, como si con eso dejara de existir este país real y verdadero, nuestro.

umbral

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