Usted está aquí: martes 25 de abril de 2006 Opinión La silla presidencial vacía

Marco Rascón

La silla presidencial vacía

"Francisco Villa, "el guerrillero de fama mundial, aunque estuvo sentado en la silla, no envidiaba la presidencia", dice el corrido, pero la transformó junto con Emiliano Zapata. "El que se fue a la villa perdió la silla", reza el refrán popular que data de los tiempos en que se cantaba lo que hoy podemos parafra-sear más o menos así: "Estaban los tres pelones sentados en una villa y uno al otro le decía: nos queda grande la silla". Alvaro Obregón murió en una cuando quiso relegirse, Lázaro Cárdenas la hizo grande y Carlos Salinas le cortó las patas y la hizo chiquita para verse proporcionado y que no le colgaran las patas.

¿Cómo será la silla presidencial en el futuro? Porque el vacío que existe en el lugar que debiera ocupar el Presidente actual presagia que así continuará en el futuro. Y no se trata de personalidades fuertes o débiles, sino de estructura. El vacío de fondo radica en la falta de una reforma del Estado que adecuara el país y la política a los cambios y presiones que existen desde la economía y la sociedad.

El viejo presidencialismo articulaba y vinculaba su poder al Legislativo y al Judicial, a las estructuras corporativizadas, al régimen de partido único y al funcionamiento mediante reglas escritas y no escritas en las que predominaba el verticalismo y la última palabra la tenía el presidente.

Desde la perspectiva de las doctrinas económicas de la integración de México al bloque de América del Norte, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo establecieron, vía la autonomía del Banco de México, llamado también blindaje de la economía frente a los vaivenes de la política, la nueva regla para el ejercicio presidencial: un poder acotado.

Si a esa pérdida de poder en los aspectos económicos se agrega que el partido del Presidente ya no tuvo mayoría absoluta en el Congreso de la Unión desde la segunda parte del sexenio zedillista y todo el foxista, la Presidencia de México es en la actualidad, y a futuro, una silla vacía, porque, según el comportamiento electoral, la perspectiva de la nueva composición de la Cámara de Diputados y senadores otra vez será en tercios.

¿Qué tipo de voluntad expresan los actuales candidatos hacia este determinismo estructural o camisa de fuerza de la institución presidencial?

Tanto López Obrador como Calderón y Madrazo se comprometen en sus propuestas centrales a respetar la autonomía del Banco de México, es decir, respetar el manejo independiente de los aspectos financieros, y con ello asumen el compromiso de mantener los criterios macroeconómicos con relación a la inflación, la disciplina del gasto, el endeudamiento, el manejo del corto, etcétera.

Más allá de la estridencia, los candidatos del PRD, PAN y PRI se han comprometido y buscan el beneplácito de los centros financieros extranjeros a sus probables gobiernos y, por ello los tres mandan a sus cabilderos a Washigton a convencer de que aquí no habrá golpes de timón ni cambios en las nuevas reglas.

En Estados Unidos y los poderes de facto que se ejercen a través de la economía, hoy agrupados en el llamado Pacto de Chapultepec, no necesitan ni desean un gobierno fuerte ni legitimado en México, sino un Estado de derecho, político y paralizado. ¿Por qué?

Un Estado paralizado, sin un Poder Legislativo funcional, adecuador y generador de leyes, en permanente disputa con los otros poderes y la interpretación de la legilación hace que las decisiones de facto, las leyes económicas y el poder del dinero, actúen sobre el vacío.

Frente a esta realidad es evidente que los partidos actuales y el discurso político de los jefes y candidatos ya no correspondan con la realidad, y ante su incapacidad para transformarse la única salida positiva para México es la ruptura constitucional para un cambio.

En el debate de hoy quedará clara la magnitud del vacío que representa el discurso de los cinco candidatos a la Presidencia, quienes no tienen empacho en insultarse una y otra vez con escaso vocabulario, pero son incapaces de articular la perspectiva política y económica a la que se enfrenta México. En presencia o en ausencia, ninguno ha ofrecido alternativas distintas para enfrentar la realidad del país, incluyendo la debilidad de la institución presidencial.

El país ha quedado atrapado entre formas políticas impuestas por el viejo régimen, cambios a medias o superficiales, y una clase política incapaz de llevar adelante una reforma, pues ésta se ha convertido en usufructuaria del agotamiento y la descomposición de las formas tradicionales.

El debate de hoy entre candidatos, con ausencia de uno, no tendrá la valentía de explicar el estado real que guarda el país ni mostrará una perspectiva clara sobre el mismo, sino que será la base para recomponer o ratificar encuestas, pues cada uno desde su posición actúa en razón de ofrecer baratas, no de generar conciencia sobre la gravedad de los problemas ni de que se requiere el concurso de todos los mexicanos para resolverlos con democracia y justicia.

Hoy, el gran árbitro no será el IFE, sino la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión: el poder real, el que está por encima de la silla presidencial.

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