Usted está aquí: martes 25 de abril de 2006 Política Balinazos con resorteras repelieron el ataque policiaco en la planta de Sicartsa

Con los primeros uniformados heridos se desató la balacera, narran testigos

Balinazos con resorteras repelieron el ataque policiaco en la planta de Sicartsa

Parecía un operativo fácil, pero la gente del puerto acudió en auxilio de los trabajadores

FABIOLA MARTINEZ Y ERNESTO MARTINEZ ELORRIAGA ENVIADA Y CORRESPONSAL

Lázaro Cárdenas, Mich., 24 de abril. El día empezaba a clarear. Faltaban exactamente diez minutos para las siete de la mañana del jueves pasado cuando varias camionetas de la policía estatal pasaron junto a los obreros en paro.

Nada más avanzaron a toda velocidad y se perdieron entre las calles de la colonia contigua, pero ahí estaba ya el amago de desalojo, anunciado diez horas atrás.

Casi de inmediato, los trabajadores de Servicios Siderúrgica Lázaro Cárdenas-Las Truchas (Sicartsa) -razón social del productor de alambre más importante de América Latina- fueron sorprendidos por cientos de uniformados que llegaron provenientes del muelle a la puerta dos de la planta.

Quien no conoce la zona fácilmente podría perderse en los predios de esta enorme factoría; por eso los testigos de la represión están convencidos de que los supervisores de la empresa condujeron a los policías desde la playa. En ese recorrido los integrantes de ese grupo debieron haber caminado al menos dos kilómetros.

La táctica de las corporaciones policiacas de los gobiernos estatal y federal fue clara: actuar con rapidez para retomar el control de la acerera, que se halla en paro desde el pasado 2 de abril. En unos segundos descendieron de las unidades para formar una valla y sellar con sus cuerpos el área de la entrada.

La formación era perfecta, todos vestían uniforme negro. Eran del Grupo de Operaciones Especiales de la Secretaría de Seguridad Pública, el sector de choque de la policía michoacana.

Los Goes, como se les identifica aquí, iban por delante. ''Atrás, mezclados unos con otros avanzaban también los que vinieron de la ciudad de México, los que usan overol gris, los de la federal'', cuentan obreros, algunos todavía lesionados en el choque de la semana pasada.

A cinco días del desalojo, los paristas pueden contar a la perfección los detalles del suceso. Sorprende la precisión y la memoria en los relatos, pero sobre todo la forma en que protegen sus recuerdos de ese día en que defendieron ''los derechos y la autonomía sindical''. Los testimonios se empalman perfectamente también con el video de una televisora local, al que tuvo acceso ayer La Jornada.

Corrió la voz de alarma 24 horas antes

Un día antes, el miércoles, entre ocho y nueve de la noche se empezó a correr la voz de que la orden de desalojo se iba a ejecutar en cualquier momento. Los que tenían guardia en ese momento se irían a su casa a las siete de la mañana.

Pasaron varias horas en vilo. La vigilia obligada; nadie se movió de su lugar, nadie pudo dormir. Luego, pasadas las seis de la mañana del jueves, creyeron que la alarma de la víspera había sido falsa, como tantas otras. Vino entonces el cambio de turno de los paristas. Muchos se fueron a sus casas.

Por eso cuando llegó la policía, formó su valla y empezó a lanzar la primera tanda de gas lacrimógeno, no estaban todos los obreros que se necesitaban para repeler el ataque policiaco. Tal vez sólo había unos 600, tal vez un poco más, dicen testigos.

Con las primeras catapultas de los oficiales para lanzar sus ''bombas de gas'', los trabajadores se replegaron. Muchos corrieron para protegerse y otros se dispersaron por calles aledañas. Algunos se quedaron ahí y se rociaron con Cocacola los ojos para calmar el ardor del gas blanco.

Entonces la policía tomó el control momentáneo en Sicartsa. Parecía un operativo fácil; el cumplimiento rápido del objetivo estaba a la vista, como lo ordenaron sus superiores.

Los paristas ya estaban a 200 metros de la valla policiaca. Los gases habían provocado que el contingente de paristas se partiera en dos grupos, que buscaban una salida en las calles que conectan a Sicartsa con la avenida principal de esta ciudad.

Pero empezaron también a correr entre las calles a buscar ayuda. Varios sacaron sus tarjetas para hacer llamadas desde los teléfonos públicos y, en especial, de dos que están justo en la entrada del andén, por el que pasan los obreros a la planta.

Otros llamaron a los suyos desde el celular, a los del turno anterior, a quienes ya iban rumbo a su casa, a los dirigentes sindicales y a los otros compañeros de la 271, los de Mittal Steel, fábrica vecina ubicada a un par de cuadras de la puerta dos. La gente respondió de inmediato. Sacaron las provisiones de defensa: resorteras, piedras y balines de acero que guardaron precavidamente en la panza de los enormes trascabos, que sirven para mover la producción de la acerera.

Los obreros se empezaron a defender. Contestaron a pedradas la agresión y la gaseada. Los uniformados, tal vez después de los primeros descalabrados con los potentes balines de acero, empezaron a disparar las balas de goma y a soltar proyectiles al aire.

Enseguida arreció la lucha, una y otra. Para esa hora hombres y mujeres, familiares y amigos, ya estaban ahí haciendo montoncitos de piedras y corriendo de un lado a otro junto con los de Sicartsa.

Los relatos van de la mano con el video referido. El sol ya estaba en esplendor y los trabajadores se agachaban una y otra vez en busca de los balines, mientras algunos policías se movían de su contingente para formar pequeños grupos de tres o cuatro elementos. Los uniformados empezaron a retroceder algunos metros y, quizá al ver la furia de los mineros, fue lanzado el primer disparo de arma de fuego.

Como a cien metros de la entrada del improvisado estacionamiento de la puerta dos, donde los empleados dejaban sus carros, cayó muerto Héctor Alvarez, el joven que dejó huérfana a una pequeña de cuatro años.

Y aun más rápido que cuando se corrió la voz de la llegada de los Goes, la gente comenzó a gritar por aquí y por allá que los policías estaban ''matando a los mineros''. Eso, agregan, ''nos hizo tomar fuerzas, aun cuando nos tiraron más balazos al aire y otros cuantos se separaban para buscar a su presa. Traían sus escopetas R15 y las pistolas 9 milímetros en la cintura. Otros portaban unos fierros, como espadas. Aquí recogimos muchísimos casquillos. Tal vez todos eran de los Goes, porque ellos siempre estuvieron adelante''.

La cámara incómoda de Héctor Ulises Tapia

La cámara de Héctor Ulises Tapia, de la televisora Nuestra Visión. La imagen de la costa, logró captar cuando dos antimotines de la policía estatal avanzan con sus escudos casi empalmados. Los de esta corporación se distinguen de los federales porque van con uniforme negro, a diferencia de los de la Policía Federal Preventiva, de overol gris.

Se acercan donde están los obreros lanzando piedras con las resorteras y, de repente, abren un pequeño espacio entre sus escudos de plástico para dar paso a otro antimotín que levanta un arma y apunta exactamente adonde está el camarógrafo; éste se resguarda en un muro. La imagen se distorsiona, pero se alcanzan a escuchar varias detonaciones. Enseguida, a lo lejos, se ve cómo empiezan a quemar los vehículos, algunos de los propios trabajadores. Ahí se acaba la imagen de Tapia.

De hecho, los obreros repudian la versión de que fueron ellos quienes prendieron fuego a los automóviles, en particular los que estaban al costado derecho de la puerta dos, donde estaban los automóviles de su propiedad.

Dicen los trabajadores acereros que el enfrentamiento duró casi cinco horas. Fue intenso. Los testigos consultados coinciden también en que un helicóptero sobrevoló la zona y ''tiró a matar, porque desde arriba se veían los chispazos y se oía la ráfaga''.

Tras el ataque y el desalojo fallido, los policías emprendieron la retirada. Los mineros no pudieron ni quisieron correr a recuperar sus puestos; estaban más ocupados llevando a sus compañeros heridos a las ambulancias de la Cruz Roja, colocadas casi desde el inicio de la refriega a una cuadra de distancia de donde ocurrió el enfrentamiento.

Cinco días después, los mineros siguen en guardia en el lugar desde donde vieron pasar las camionetas de los Goes. Ahí está Oscar Ríos, mecánico lubricador, con la herida del balazo que recibió en el antebrazo, y su compañero Juan Miranda, con el brazo herido por un proyectil de goma. También aguardan en la puerta dos decenas de trabajadores de laminación, horno, fuerza motriz, maquinaria pesada, tráfico interno, peletizadora y horno oxicúpula, entre muchos más. Todos recuerdan los detalles, desde el momento en que clareaba, desde la hora en que los sorprendieron los policías.

 
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