Usted está aquí: miércoles 26 de abril de 2006 Opinión Pobres y además pentecostales

Carlos Martínez García

Pobres y además pentecostales

Los 58 muertos en Cumbres de Maltrata, Veracruz, pertenecían al México marginal, eran pobres, algunos de ello y ellas indígenas, y eran congregantes de iglesias pentecostales. Su trágica muerte debe trascender las páginas rojas, porque se quiere dar al caso un giro de irresponsabilidad atribuible únicamente al dueño del autobús y que el desenlace fatal fue debido a la impericia del conductor. En el caso coinciden muchas más responsabilidades, que se eluden con explicaciones torpes e insensibles.

Entre los millones de paseantes que se movilizan en Semana Santa, un porcentaje importante lo hace por razones religiosas. En el caso de quienes son parte de iglesias protestantes/evangélicas, particularmente pentecostales, la semana de asueto es aprovechada para organizar retiros, campamentos, congresos y campañas evangelísticas. La única posibilidad para hacer algo de "turismo" para decenas de miles de jóvenes, como los que viajaban en el autobús desbarrancado, está representada por la infinidad de congregaciones pentecostales que se extienden por las zonas más pobres de nuestro país, ya que entre sus actividades anuales está la salida para participar en algún evento a realizarse en otra parte de la geografía nacional. Para los candidatos a realizar el viaje la espera de su realización levanta emociones y expectativas nunca experimentadas, ya que objetiva la ocasión para trascender los estrechos límites en los que se desenvuelve su vida cotidiana.

Como el anhelado viaje es costoso para cubrirlo con los casi inexistentes ingresos personales y los magros familiares, en las iglesias, desde varios meses antes, organizan toda clase de actividades para recaudar fondos. Estas actividades contribuyen a crear un sentido de unidad entre los beneficiados y benefactores, porque aunque solamente harán el viaje aquéllos, éstos sienten que forman parte de la delegación gracias a las aportaciones hechas, ya sean en efectivo o en especie. Este "turismo solidario" pasa desapercibido para la gran mayoría de la sociedad, pero es otra forma de viajar por el país y sirve para estrechar lazos entre personas de distintas regiones de México. En el caso que tratamos, los viajeros eran de Tabasco y Chiapas; su destino: Tequila, Jalisco. Para la gran mayoría era, fue, su primera salida por varios días y hacia una zona muy distinta a la que habitaban.

El autobús, nos dicen las autoridades de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, viajaba de manera irregular al no tener todos los documentos en regla; la unidad era vieja y en mal estado mecánico. Además iban 60 pasajeros, cuando el cupo es de 40 asientos. En fin, argumentan, todo iba en contra de los viajeros que alegres retornaban de las cercanías de Guadalajara. Pero esas mismas autoridades no explican cómo fue posible que el autobús pudiera transitar por carreteras federales, de cuota, en la época del año cuando más vigilancia hay en los caminos del país. ¿Cómo fue posible que el vehículo haya podido recorrer tantos kilómetros, de Tabasco a Jalisco y casi de regreso al lugar de su salida, sin que ninguna autoridad haya intervenido deteniendo su marcha? ¿Por qué de los miles de agentes que la propaganda oficial nos informaba que estarían atentos para vigilar las carreteras de México ni siquiera alguno inspeccionó el autobús y evitó que continuara su viaje en las condiciones que guardaba? Y en las casetas de peaje, ¿por qué nadie se percató del exceso de pasajeros?

El ir y venir del transporte sin que alguna autoridad detuviera su paso terminó cuando el autobús se quedó sin frenos, a una velocidad de entre 110 y 115 kilómetros por hora, y su conductor tomó la rampa de emergencia equivocada. El chofer Gustavo Hernández Izquierdo siguió por un kilómetro la flecha roja pintada en la carretera, que le indicaba la salida hacia el carril diseñado para detener el transitar de vehículos en problemas, como el padecido por el viejo autobús que manejaba. Pero resulta que de repente tuvo ante sí dos rampas: una de grava roja compactada y otra de grava gris blanda. Imaginemos el momento de tomar la decisión, cuando con un autobús atestado, en el que la gente lanza gritos desesperados, a gran velocidad, el conductor ve ante sí una rampa del mismo color de la ancha flecha que le ha indicado seguirla para poder frenar de emergencia. El creyó que tomaba la decisión correcta, pero no fue así. El autobús entró a la rampa mortal, sin obstáculos llegó a su fin y se desbarrancó 150 metros.

Solamente los torpes o cínicos, o las dos cosas, pueden declarar sin pudor que todo se debió al desconocimiento del conductor. Mientras en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y/o en Caminos y Puentes Federales nadie explica convincentemente por qué en una zona de suma emergencia hay dos rampas contiguas. ¿Cuál es la razón de poner a los conductores en dilemas mortales? ¿Por qué diseñar rampas de emergencia que dan lugar a confusiones, cuando solamente debiera haber una y sin dar lugar a desorientaciones trágicas? ¿Por qué jugar estúpida y criminalmente con la vida de los viajeros? ¿Cuántas rampas similares hay en las carreteras del país? El asunto se va diluyendo y queda en las páginas rojas sin que levante mayores sobresaltos en las autoridades correspondientes. Al fin que eran pobres y además pentecostales; ¿a quiénes puede interesar su fatídica muerte?

 
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