Usted está aquí: miércoles 26 de abril de 2006 Opinión México, Gilberto Bosques y los refugiados

Friedrich Katz/ II y última

México, Gilberto Bosques y los refugiados

Cuando Gilberto Bosques pidió ser enviado a Francia, Cárdenas lo nombró cónsul general. Tras la ocupación alemana de París, Bosques transfirió la sede del consulado al puerto de Marsella. Fue allí donde miles de refugiados se congregaron con esperanza de encontrar la manera de salir de Francia. La situación que halló Bosques era enormemente difícil. Cada vez más refugiados estaban siendo deportados a los campos de concentración de Alemania, mientras los que permanecían en Francia eran cada vez más hostigados por las autoridades. Además, el apoyo que Bosques tenía en México se había debilitado tras la salida de Cárdenas. Su sucesor, Manuel Avila Camacho, hermano del antiguo rival de Bosques, estaba mucho menos comprometido con la causa de los refugiados españoles, aunque nunca revocó la disposición del gobierno mexicano para dar asilo a quienes llegaran a sus costas. Por añadidura, el nuevo secretario de Gobernación, Miguel Alemán, era todavía más conservador que el Presidente, odiaba a los radicales y en ello era estimulado por su amante, una hermosa condesa alemana, Hilda Krueger, que era también agente de la inteligencia militar alemana.

A pesar de todos estos obstáculos, Bosques siguió adelante en su tarea de ayudar a los refugiados por todos los medios a su alcance. Su primer problema fue sacar al mayor número posible de los campos de internamiento franceses. Los franceses eran muy estrictos en ese internamiento, excepto si un refugiado internado podía probar que tenía visa de otro país. Bosques envió por tanto miles de cartas a las autoridades francesas diciendo que todos los españoles eran ahora residentes en México, y miles fueron liberados de los campos. Algunos pasaron de inmediato a la clandestinidad, mientras otros acudían al consulado mexicano. Desde allí, Bosques los enviaba a dos castillos que había rentado, donde miles de españoles recibían alimento, apoyo e incluso entrenamiento financiados por el gobierno mexicano.

Bosques no se limitó a dar asilo a quienes habían sido oficialmente liberados de los campos. En Marsella, masas de refugiados llevaban una precaria vida clandestina. Muchos de ellos habían escapado al internamiento, no tenían papeles y, si eran descubiertos por las autoridades francesas, podían ser devueltos a los campos -donde sufrirían un trato especialmente duro por haber huido-, o encarcelados. Bosques les dio asilo en sus castillos y si la policía francesa venía a buscarlos, el director del refugio negaba que tal o cual persona se encontrara allí.

Otro problema para Bosques era cómo tratar a los antiguos miembros de las Brigadas Internacionales, que habían peleado por la causa de la República española y muchos de los cuales se encontraban ahora escondidos o varados en campos de internamiento del sur de Francia. Ningún país los quería. Muchos eran comunistas y la mayoría eran radicales. Estados Unidos se negó a darles asilo. Incluso Varian Fry, que representaba al comité de auxilio estadunidense para los refugiados y que salvó a miles de éstos, se negó a prestar ayuda a los comunistas. A pesar de que muchos de ellos eran en efecto comunistas, Stalin tampoco quería saber de ellos. En su paranoia, había empezado a considerar a los antiguos miembros de las Brigadas Internacionales como posibles disidentes. Muchos de los soviéticos que habían participado en las Brigadas fueron encarcelados por Stalin en el gulag al regresar a su país. Los gobiernos latinoamericanos más conservadores no los querían. Y así, pusieron sus esperanzas en México.

El gobierno de Cárdenas había estado dispuesto a aceptarlos, y existía una base legal para ello: el gobierno republicano español, al que Cárdenas aún reconocía, les había dado a todos la ciudadanía española, por lo que quedaban dentro de los parámetros de la normativa de asilo mexicana. Sin embargo, al finalizar el gobierno de Cárdenas, las autoridades mexicanas se volvieron mucho más reticentes, y fue necesario que los refugiados que vivían en México dirigieran peticiones personales al ex presidente, quien aún ejercía considerable influencia, para convencer al gobierno de permitir la entrada de los internacionalistas al país. Quienes estaban más inmediatamente amenazados eran los austriacos y los alemanes, porque el gobierno francés, de acuerdo con el armisticio que había firmado con Hitler, estaba a punto de entregarlos a los nazis.

Trasladar a los refugiados a México fue una empresa mucho más ardua. El gobierno mexicano no tenía barcos y disponía de poco dinero para rentarlos. Bosques sin embargo buscó la forma de sacar de Francia a varios miles de personas. Algunos fueron enviados a las colonias francesas del norte de Africa, en especial a Casablanca, y desde allí tomaron barcos franceses para la isla francesa de Martinica, desde donde salían algunos barcos para México. La mayoría fueron enviados en los barcos que aún viajaban entre Francia y Estados Unidos, pero aquí encontró Bosques un obstáculo importante: el gobierno de Estados Unidos no estaba dispuesto a otorgar visas de tránsito a conocidos radicales. Sólo con las mayores dificultades y tras larga insistencia logró Bosques convencer al poco amistoso cónsul estadunidense en Marsella de otorgar algunas visas de tránsito.

También afectaba profundamente a Bosques la situación de los refugiados judíos en Francia, que se habían concentrado en Marsella como último lugar seguro del que tal vez podrían emigrar. Aunque Cárdenas finalmente accedió a otorgar varios cientos de visas para judíos, el secretario de Gobernación de su sucesor, Miguel Alemán, retornó a las políticas restrictivas de Calles.

Entonces Bosques decidió excederse ampliamente de sus instrucciones. Cualquier refugiado que se le acercaba obtenía una carta del consulado mexicano en la que se declaraba que él o ella tenía una visa mexicana, con la cual podía escapar de los campos de internamiento franceses antes de que la Gestapo llegara para deportarlo de regreso a Alemania. Bosques no sólo les procuraba la libertad, sino también dinero. Hizo un acuerdo con una organización radical estadunidense, el Joint Anti-Fascist Refugee Committee, encabezado por el doctor Edward K. Arsky, que había sido director médico de las Brigadas Internacionales. Esta organización proporcionaba dinero al consulado mexicano de Nueva York, y Bosques lo distribuía entre los refugiados.

Nadie ha descrito mejor la atmósfera que reinaba en el consulado mexicano y el papel que Bosques desempeñó que una gran escritora alemana, Anna Seghers, salvada gracias a él. ''Me llevaron a la cancillería del consulado mexicano y tras una mesa enorme estaba sentado mi cónsul, un hombre bajo con los ojos más vivaces del mundo (...) En cualquier consulado uno tenía la impresión de no ser nadie, aquí ocurría lo contrario.''

Mario Montagnana, un miembro italiano de las Brigadas Internacionales, acudió primero al consulado estadunidense a obtener una visa de tránsito sin la cual el gobierno de Vichy no permitía a nadie salir de territorio francés, ya que no existía transporte directo entre México y Francia. ''En ese consulado, tuve que responder a infinidad de preguntas: ¿A qué partidos había pertenecido y a cuál pertenecía todavía?, etcétera, etcétera. Y finalmente me dijeron que les sería muy difícil darme una visa de tránsito y que en todo caso de ninguna manera la recibiría antes de un lapso de varias semanas. En realidad me trataron como a una molestia a pesar de que había sido internado por mis ideas antifascistas.

''Teniendo en cuenta este precedente, yo me esperaba un interrogatorio mucho más severo y mucho más detallado en el consulado mexicano, ya que no estaba pidiendo una visa de tránsito sino un permiso de residencia permanente. Quedé más que sorprendido y feliz al percibir que no sólo el personal del consulado, desde el más modesto empleado hasta el cónsul Bosques, nos trataban con extrema cortesía a mí y a todos los refugiados que llenábamos las oficinas, sino que recibíamos nuestros papeles y la visa de entrada en México sin ninguna formalidad previa, excepto demostrar que era un refugiado político.''

Muchos de los refugiados que no lograron llegar a México pasaron a la clandestinidad y desempeñaron un importante papel en la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial.

Cuando los alemanes ocuparon toda Francia, penetraron en los dos castillos en que Bosques había concentrado a sus refugiados, se negaron a honrar su acuerdo con Francia y enviaron a sus presos a campos de concentración en Alemania. Bosques mismo, cuando México declaró la guerra a Alemania, fue internado en ese país en Bad Godesberg, y sólo fue devuelto a su patria en 1944, gracias a un intercambio por algunos agentes alemanes en México.

Cuando se extendió la noticia de su liberación entre la comunidad de los refugiados en México, miles de los que le debían ayuda y otros que lo respetaban por lo que había hecho, como mis padres, decidieron acudir a darle la bienvenida a la estación de Buenavista, en la ciudad de México. En esa ocasión, mis padres me llevaron con ellos, y recuerdo haber esperado durante tres horas en una noche mexicana más bien fresca. El tren se retrasó varias horas pero ninguno de los miles de refugiados que esperaban allí de pie se fue a su casa. Cuando Bosques llegó, hubo vítores y abrazos, y miles de personas lo sacaron en triunfo de la estación de ferrocarril.

No terminó ahí el trabajo de Bosques en favor de los refugiados españoles. En 1945 fue nombrado embajador mexicano en Portugal y desde allí ayudó a quienes escapaban de la España de Franco a venir a México. Tuvo una distinguida carrera diplomática; fue embajador en Cuba y vivió hasta la madura edad de cien años, honrado por las miles de personas a quienes salvó. Como dijo un refugiado español, ''la República española tiene una deuda de honor con Gilberto Bosques, el nuevo Don Quijote con sangre mexicana y alma española''.

 
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