Usted está aquí: jueves 27 de abril de 2006 Gastronomía ANTROBIOTICA

ANTROBIOTICA

Alonso Ruvalcaba

Comida corrida

Ampliar la imagen La cabeza de mármol de Dionisio, dios griego del vino, fue devuelta al consulado italiano en Nueva York, luego de que la polícia de esa ciudad determinó que había sido robada de un museo de Italia dos décadas atrás Foto: Ap

I. La primera gran comilona

HALLADA EN EL canto primo del alucinante hiperbarroco Poema heroico de las necedades y locuras de Orlando (Quevedo, Obra poética, Parte II, vol. III, pp. 419, 421). Obviamente el jefe Quevedo está siendo paródico y feroz a más no poder, pero, la neta, en este pasaje de una tragazón multinacional sucedida en París se deja llevar por la enumeración calenturienta de platos y chupes, de jamones y tocinos, por el tamaño de las salchichas, por todo... Va: "Como corito en piernas, el tocino / azuza todo honrado tragadero; / cocos le hace, desde el plato, al vino / el pernil, en figura de romero; / y aquel ante, vilísimo mezquino, / de las pasas y almendras, que primero / se usó con martingalas y con gorras, / junto a los orejones hechos zorras. // De natas mil barreños y artesones, / tan hondos, que las sacan con calderos, / con sogas de tejidos salchichones; / los brindis, con el parte de los cueros, / llevan, con su corneta y postillones, / correos diligentes y ligeros; / resuenan juntos en París mezclados / los chasquidos del sorbo y los bocados. // Las damas, a pellizcos, repelaban / y resquicio de bocas sólo abrían; / los barbados las jetas desgarraban, / y a cachetes los antes embutían; / los moros las narices se tapaban / de miedo del tocino y engullían, / en higo y pasa y en almendra tiesa, / solamente los tantos de la mesa. // Dábanse muy aprisa en los broqueles / los torreznos y los jarros; tan espesos / fueron estos combates y crueles / que el tocino dejaron en los güesos; / ochocientas hornadas de pasteles / soltaron, de pechugas de sabuesos, / tan colmados de moscas, que fue llano / que no dejaron moscas al verano."

AQUI ENTRA UN espacio para recuperar el aliento, imaginarse las pechugas de sabuesos, recordar que los antes, según dice el diccionario de Autoridades, que en su ejemplo da también a Quevedo, son "los platos de frutas y otras cosas con que se comienza à servir la comida, ò cena" (es decir: etimológica y gastronómicamente el contrario exacto de los postres); para pasar un secreto: hay una sabrosa lectura de este texto en Lo cómico y lo grotesco en el "Orlando", de Celina Sabor, que se puede leer gratis en Cervantes Virtual -pero no lo andes repitiendo-, y para por fin acabar con esta estrofa de plano en una altura apoteósica, una estrofa que habría de filmar un nuevo y más enfermo Marco Ferreri: "Echaban las conteras al banquete / los platos de aceitunas y los quesos; / los tragos se asomaban al gollete; / las damas a los jarros piden besos; / muchos están heridos del luquete; / el sorbo al retortero trae los sesos; / la comida, que huye del buchorno, / en los gómitos vuelve de retorno!" Ya hace hambrita, ¿no?

II. Lamento por el Gillow

UN AÑO Y algo más nos duró el Gillow (Isabel 17, esquina Cinco de Mayo, mero Centro). Desde ahí oímos -ruido de fondo indiferente- discursos, arengas priístas, panistas, perredistas, partidos de futbol, debates inútiles que olvidamos en cuanto las teles se apagaron; en esas mesas (en realidad casi siempre la misma: segunda fila en el extremo occidental del comedor) leímos a Larkin, a Cuenca, a Villena, a Catulo ("vivamus atque amemus!"), a Safo, al viejo Shakespeare, a Sangüichito Góngora, a Sor Juana ("deténte, sombra de mi bien esquivo"), a Darío muertos de risa y de encanto, al pobre Manuelito Acuña ("y en medio de nosotros... ¡mi madre como un dios!"); ahí discutimos, peleamos, jugamos, acariciamos, fajamos; bebimos muchas botellas de vino y centenas de vodkas; invitamos a nuestros amigos: a Gabriel, a Lubinka, a Isabel, a Adrián; nos atendieron de todas las formas: con seriedad, con amabilidad, con algo que parecía amistad o ternura, con jetas. Hicimos de todo y también, curiosamente, comimos: hamburguesas muy bien servidas de tocino, que después desaparecieron de la carta; enchiladas de mole; calamares con limón y aderezo color naranja Pantone 156PC; club sándwich crujientito, mediasnoches servidas como hace siglos (¿1980?) nos las daba mi mamá, sabor fiestinfantil, apenas untadas de mayonesa, jamón y queso amarillo; chistorras con queso al tequila acompañadas de salsa mexicana; pasta con jitomate picante; chocomiles helados anticrudas en que sopéabamos conchas blancas...

EL DOMINGO PASADO, en la tarde, recién llegados a ese querido lugar se nos acercó un mesero: "Lo sentimos pero ya no les podemos dar servicio". ¿Nunca? "No, ya no." Después de un año y algo más, la lista anterior -nosotros, el sexo, el escándalo, los amigos, tanto alcohol, tanto delirio- logró colmarlos. Ni modo. En el principio del Aleph Borges escribe: "La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita". Así, más o menos, nos sentimos el domingo pasado después de oír la noticia: el pequeño universo que ocupamos empieza a alejarse de nosotros, y esta pérdida es apenas la primera de una serie larguísima. Un día de éstos, un día cualquiera, sencillamente, ya no vamos a tener a dónde ir. Y tampoco una razón para quedarnos.

http://antrobiotics.blogspot.com / [email protected]

 
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