Usted está aquí: jueves 27 de abril de 2006 Política Hispanics

Miguel Marín Bosch*

Hispanics

El senado de Estados Unidos reanuda hoy su examen de las distintas propuestas de reforma de las leyes sobre inmigrantes indocumentados. Se trata de los llamados illegal immigrants o illegal aliens. Suman unos 12 millones de personas, cuya gran mayoría es de origen hispano (o hispanic para los oídos estadunidenses). Los mexicanos constituyen la mayoría de esa mayoría.

La palabra alien significa, entre otras cosas, forastero o extranjero o extraterrestre. Esta última acepción sin duda será la preferida de Samuel Huntington. Y no le falta razón. Para algunos White Anglo-saxon Protestants (WASP), los hispanos son extraterrestres. No es que vengan de otra galaxia o planeta. Sencillamente han roto el patrón de conducta de los recién llegados al país que por antonomasia es la nación de inmigrantes. Cuando en Estados Unidos se habla de inmigrantes no se piensa en los que llegaron procedentes de Asia para convertirse en las poblaciones indígenas. Tampoco se toman en cuenta los millones de esclavos que fueron traídos de Africa.

Para los estadunidenses la inmigración empezó a principios del siglo XVII, cuando desembarcaron los primeros indocumentados europeos. Los pasajeros del Mayflower no pasaron por una oficina de migración para mostrar su pasaporte debidamente visado por las autoridades de lo que se convirtió en Plymouth, Massachussets. Otros europeos también fueron indocumentados.

En el siglo XIX se intensificó la inmigración a Estados Unidos. Por ejemplo, a partir de 1840 llegaron muchos suecos, arriba de un millón, y no todos con sus papeles en regla. Fue tal la migración sueca que hacia 1910 la quinta parte de todos los suecos en el mundo residía en Estados Unidos.

El 1° de mayo se podría armar la gorda. Por cierto, esa fecha no es feriada en Estados Unidos, ya que, en la tierra de los mártires de Chicago, el Día del Trabajo se celebra el primer lunes de septiembre.

El próximo lunes los hispanics van a tratar de demostrar su peso específico en la vida de Estados Unidos al llevar a cabo un boicot en el que no irán a su trabajo, dejarán de hacer compras y sus hijos no asistirán a la escuela. Algunos organizadores lo llaman The Great Boycott of 2006. Otras emplean una variante del título de la película de Sergio Arau, Un día sin latinos.

Ese boicot es producto del éxito de las recientes manifestaciones de los hispanos a lo largo y ancho de Estados Unidos. El número de manifestaciones y sobre todo su tamaño sorprendió a muchos estadunidenses, incluyendo a no pocos organizadores de las mismas. Su propósito fue incidir en los debates en el Congreso en Washington en torno a una reforma a las leyes de inmigración. El mensaje político también fue claro: hoy en las calles, mañana en las urnas.

Hay dirigentes de grupos hispanos que se oponen al boicot. Abogan, en cambio, por una intensa campaña para empadronar a muchos hispanos y que así puedan votar en las próximas elecciones. También temen que crezca la oposición a los indocumentados. Las manifestaciones han producido algunos efectos negativos. El estado de Georgia, por ejemplo, ha aprobado leyes muy duras contra los indocumentados y sus empleadores. A nivel federal también se han tomado medidas para penalizar a ciertas compañías que han hecho caso omiso de la situación legal de algunos de sus trabajadores. Hay quienes también creen que dejar de ir a su trabajo o sacar a los hijos de la escuela podría acarrear represalias. Unos empleadores ya han despedido a más de un hispano que dejó de trabajar para asistir a una manifestación.

Algunos ultraconservadores tienen ideas bastante radicales. Hay quienes opinan que habría que echar del país a todos los indocumentados. Insisten en que debe levantarse un muro a lo largo de la frontera y que lo deberían construir los propios indocumentados. Dicen que las manifestaciones de los hispanos son ideales para atrapar y deportar a decenas de miles de indocumentados. Desde luego que también piensan que la amnistía de 1986 fue un grave error.

En efecto, hace 20 años Ronald Reagan concedió la primera amnistía a indocumentados en la historia de Estados Unidos. Se regularizó la condición migratoria de casi 3 millones de personas. Entre 1994 y 2000 hubo otras seis amnistías, algunas con dedicatoria, como en los casos de los nicaragüenses y otros centroamericanos en 1997 y de los haitianos un año después. Veremos en qué termina el actual debate en el Congreso de Estados Unidos. Por cierto, la gestión realizada sobre este asunto por nuestro Congreso parece haber tenido cierto impacto positivo en los legisladores en Washington.

A la postre, el debate sobre los hispanics, indocumentados o no, podría girar en torno a lo que decíamos al principio de este artículo: se trata de un grupo de inmigrantes que no se ha asimilado a la sociedad estadunidense como hicieron los demás. En efecto, cuando los inmigrantes europeos llegaron a Nueva York a finales del siglo XIX y principios del XX, muy pronto se olvidaron de sus costumbres y dejaron atrás su cultura y hasta su idioma. Es más, a muchos las autoridades migratorias les cambiaron hasta el apellido, para que no desentonara con los de los anglosajones. Esos inmigrantes se apresuraron a adoptar los usos y costumbres de su nuevo país. Sus hijos ya no hablarían más que inglés.

Los inmigrantes hispanos en general, y los mexicanos en particular, llegaron con todo su bagaje cultural, mismo que han insistido en preservar. Hay hispanics en Estados Unidos que no hablan inglés, pero ello no es óbice para que puedan trabajar y funcionar en ese país. Aquí es muy importante el papel de las radiodifusoras y televisoras cuya programación es en español. He ahí lo que irrita a muchos anglosajones, empezando por Huntington.

* Director del Instituto Matías Romero y ex subsecretario de Relaciones Exteriores

 
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