Usted está aquí: sábado 29 de abril de 2006 Opinión Estabilidad y sus límites

León Bendesky

Estabilidad y sus límites

La estabilidad de la economía, que se entiende en esencia como la reducción del alza y de las fluctuaciones de los precios, los que se miden por: el gasto en consumo, las tasas de interés y el tipo de cambio del peso frente al dólar, es una condición de la que se hace gala hoy en México.

Dicha estabilidad se ha sostenido en la rígida gestión presupuestal impuesta por la Secretaría de Hacienda, que no es equivalente al ajuste fiscal de largo plazo y, también, en el control que ejerce el banco central en el mercado de dinero. Esto se apoya de modo decisivo en los abundantes ingresos petroleros y de las remesas de dinero de los trabajadores desde Estados Unidos.

Pero la estabilidad no ha sido la base para impulsar un mayor crecimiento de la producción y del empleo, cimentado en el incremento de la inversión y de la productividad. Sin embargo, sí ha estimulado de manera significativa la expansión del crédito y del endeudamiento de las familias por medio de hipotecas, compra de automóviles o el uso extensivo de tarjetas de crédito para el consumo.

Esta es una situación que no puede mantenerse por mucho tiempo, ni en el ámbito interno ni el externo. En el primer caso por las presiones que impone la insuficiente expansión de la actividad económica y la incapacidad de absorber a la fuerza de trabajo que queda desempleada, subempleada, ocupada en la informalidad o de plano se le expulsa fuera del país. En el segundo caso por la creciente competencia que se enfrenta en los mercados mundiales, donde se pierden mercados no sólo frente a gigantes como China o India, sino frente a una miríada de otras naciones.

Los límites de la estabilidad financiera, tal y como se ha forjado con la política económica que se aplica y en el marco de las condiciones externas que se enfrentan, son cada vez más evidentes. Así, en lugar de sentar las bases de un aumento del producto, tiende cada vez más a generar una situación de estancamiento crónico.

El costo de este estancamiento ya se advierte en el producto y el ingreso que se ha dejado de crear y las repercusiones sociales que provoca. Sería interesante contar con un ejercicio que se aproximara a una medición de la diferencia que hay entre el producto generado y el producto potencial de la economía mexicana. Eso nos daría una idea de la brecha que se ha ido creando durante más de dos décadas y ubicaría de manera más realista la evaluación que hace el gobierno de sus políticas y las propuestas de los candidatos a la presidencia, que no tienen una base sólida de sustento que vaya más allá de la retórica política ya muy desgastada.

El costo de rebasar la condición de estancamiento será cada vez más alto, en la medida que los rezagos de infraestructura física, de inversión productiva, de capacitación de la fuerza de trabajo y de desarrollo tecnológico, entre otros, se van acumulando. Como puede advertirse, entonces, el modo de funcionamiento actual de la economía mexicana no se va a modificar sensiblemente con las reformas que no se han aprobado en el Congreso y en las cuáles se escuda el gobierno para explicar las deficiencias de la administración.

Que la estabilidad no es ninguna panacea lo saben bien quienes diseñan y aplican la política económica, su responsabilidad es no haber provocado los ajustes fiscales y monetarios que se requieren para iniciar un arreglo de los problemas crónicos de las finanzas públicas. Ese debate debe abrirse para dejar de encubrir no solo una serie de cuentas que se han vuelto impagables (por ejemplo las pensiones), sino para colocar la gestión fiscal en el marco más amplio de los cambios institucionales que abarcan las leyes, normas y regulaciones que conforman la camisa de fuerza que se ha impuesto a esta economía.

La estabilidad tendrá también sus límites en el comportamiento de las variables denominadas como clave, en particular las tasas de interés y el tipo de cambio. En la reciente subasta semanal de los Cetes, las tasas para vencimientos a 28 días se situaron en 7.03 por ciento, con ello se va reduciendo la diferencia con las tasas de descuento en Estados Unidos y ello exigirá una mayor acumulación de reservas para sostener el tipo de cambio.

Hoy, parece lejano un rebote de las tasas de interés y hay aspirantes a la Presidencia que proponen bajarlas para financiar más vivienda para familias de bajos ingresos o acrecentar el consumo. Pronto se darán cuenta que las tasas no bajan por decreto y que su nivel depende, finalmente, de las condiciones del mercado de dinero y crédito que sólo se sostienen por incrementos de la productividad y de la capacidad competitiva del sistema económico en su conjunto, no de unas cuantas ramas da actividad ni de unas cuantas zonas geográficas.

Hay una cierta miopía en el énfasis que se pone en la estabilidad. Esta es, sin duda, una condición favorable en principio, útil para la expansión productiva y la elevación de los ingresos. Pero no es suficiente en un entorno de grandes contradicciones económicas y sociales como las que padece este país.

 
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