Usted está aquí: domingo 30 de abril de 2006 Opinión La Casa Xochiquetzal

Elena Poniatowska

La Casa Xochiquetzal

Ampliar la imagen Elena Poniatowska y trabajadoras sexuales de la tercera edad en la inauguración de la Casa Xochiquetzal Foto: Guillermo Sologuren

Doce camas bien tendiditas con sus almohadas aguardan doce cuerpos de mujeres de 70 años para arriba. Cada cama tiene un nombre de mujer porque cada una lo ha pegado en la cabecera. "Hoy voy a dormir muy bien", "voy a dormir bajo techo", "tengo mi almohada bordada", "me traje mis peluches, mi pantera rosa, mi ratón y mi pato y ya los colgué de la pared". "Todavía no puedo venir aquí porque no he podido vender mi cama y mi tele", se lamenta una. "Pues tráetelos". "¿Y cómo?" "Yo te consigo una camioneta". La que consigue obviamente es Luz Rosales Esteva que todo lo logra con la sola generosidad de su presencia. También en el dormitorio se entronizan los altares, las veladoras, la Virgen de Guadalupe y San Martín de Porres, los Angeles de la Guarda, las dulces compañías, la protección a las más desvalidas.

Un suceso insólito

¿Podría creerse que un gobierno no sólo se preocupa por las trabajadoras sexuales ancianas sino que escoge para ellas una casa en el Centro Histórico y se las brinda? ¡Increíble pero cierto! ¿Podría creerse que un gobierno no sólo no cae en los cartabones de siempre sino que brinda apoyo? ¿Podría creerse que un concierto de Eugenia León, otro de la Orquesta Sinfónica de Mujeres del Nuevo Milenio y donaciones de Naciones Unidas y de Semillas y de Seduvi han logrado rehabilitar esta casa pintada de amarillo? ¿Podría creerse que en 2004, Luz Rosales, Raquel Sosa, Cristina Laurell, la doctora Guadalupe Márquez, Jesusa Rodríguez, Marta Lamas, Chaneca Maldonado, propiciaron el encuentro de las trabajadoras sexuales con el jefe de Gobierno, que las escuchó a todas?

Enrique Provencio Durazo, secretario de Desarrollo Social del Gobierno del Distrito Federal, que no es un funcionario solemne y acartonado, les habló con afecto. Por lo general por ser mujeres, por su edad, su oficio, las trabajadoras sexuales ancianas son discriminadas.

Los paliacates zapatistas

La casa en la calle de Torres Quintero 14 con sus balcones a la Plaza de San Sebastián Mártir, en el Centro Histórico (todos lo llaman Tepito) es amplia, asoleada, hermosa y la corona un domo de puro cristal. Adentro uno se siente como en un invernadero de plantas exóticas, pero las plantas son mujeres, todas ellas zapatistas. Las trabajadoras sexuales viejitas llevan paliacates de colores azul, rosa, blanco, rojo, cada quién su color para esconder su rostro "de la prensa" y seguramente le gustaría al subcomandante Marcos saber que ahora les va a ir mejor. Sentadas en sillas metálicas alrededor del patio pegadas a la pared tal parece que esperan que las vengan a sacar a bailar, Mientras tanto aplauden con sus manos arrugadas como las mías y sus ojos sonríen bonito bajo la cachucha que las protege del sol. Hervimos pero de felicidad. El gran abrazo de Luz Rosales Esteva, directora del Instituto de las Mujeres del Distrito Federal, nos protege. La verdad, quisiera pasarme el resto de la vida abrazada a Luz Rosales Esteva. Luz dice que este es un gran día que todos hemos esperado desde 2004, cuando fuimos a ver al entonces jefe de Gobierno y las mismas trabajadoras le plantearon sus problemas. Marta Lamas, la feminista, llora. "Si no fuera por el Gobierno de la ciudad de México esto no habría sido posible" -y Jesusa Rodríguez se cubre la cabeza con su rebozo blanco que dobla como charolita sobre su cabello negro. Emilienne de León Aulina, la directora ejecutiva de Semillas, la de los trámites, también ha establecido una relación de afecto con ellas y esto es lo principal, conocerlas para poderles brindar asesoría legal, atención médica y sicológica, cariño y ahora este hogar.

Seguramente a Andrés Manuel López Obrador le sorprendió lo bien que hablaban, lo estructurado de su discurso, la justeza de sus peticiones. AMLO las apoyó desde un principio y tomó el tema a pecho, en su dimensión humana aunque políticamente no le resultara redituable.

El taller de Metepec

Jesusa Rodríguez, en 2004, llevó a 50 trabajadoras sexuales durante cinco días a un taller al Centro Vacacional del IMSS en Metepec apoyadas por el doctor Javier Cabral Soto. Era la primera vez que tomaban cinco días para ellas mismas. "Qué bueno que estoy tan lejos de la calle", exclamó Marilú. En el taller trabajaron, no sólo Jesusa, sino Regina Orozco, Marta Lamas, Liliana Felipe y las Reinas Chulas.

En la mañana hacían ejercicio, al mediodía hablaban de su vida y de sí mismas y lloraban, en la tarde construían instrumentos musicales (tambores, palos de trueno, flautas) y en la noche, Jesusa les ponía un tema (los mitos prehispánicos, por ejemplo) y elaboraban vestuarios y escenografía para subirse al entarimado a actuar. Cuenta Jesusa que la noche en que representaron el mito náhuatl del origen del universo, Chelito, de 74 años, que tiene una cara fuera de serie, se vistió de sirena, su pelo blanco hasta las rodillas, a la hora en que el universo se parte en dos para construir el cielo y la tierra, estalló en una cumbia jacarandosa tan llamativa que las demás, contagiadas por su entusiasmo, subieron al escenario a bailar.

A partir de ese momento todo fueron carcajadas. Jesusa nunca había visto que se desensolemnizara un mito en esa forma. "¡Cómo es posible que mujeres que han vivido una vida llena de amarguras pueden ofrecer tanta dulzura!", repitió ayer en su intervención en la Casa Xochiquetzal. En el taller de Metepec le impactó su afabilidad y también ¿por qué no? Su alegría. A dos años del taller, Marilú, de 72 años (que es muy buena para contar chistes), le pide a Jesusa: "Vayan planeando un segundo taller porque yo ya necesito otro rélax".

La Casa Xochiquetzal (diosa de las "ahuianime", mujeres alegres) es ya un hecho y los vecinos que atiborran estas calles populosas y llenas de vida las han acogido. Incluso algunos han colaborado porque todavía faltan trabajos de electricidad, plomería, instalación de estufa y refrigerador, lavaderos, etcétera y han traído sábanas, cobijas, almohadas, colchones. "Es el apoyo de la sociedad", proclaman. Pero este centro ya irradia una fuerza que tendrá que incluir al país entero. Allí también, los rostros luminosos y sonrientes de Mali Hadad, Carmen Gaitán y Maya Goded, cuya obra fotográfica de años gira en torno a los avatares de una vida antigua de toda la eternidad.

Las trabajadoras sexuales jóvenes y ancianas merecen una política de estado que las incluya como ciudadanas con derechos y obligaciones. La Casa Xochiquetzal es un puntal de esta obra inusitada y esperanzadora.

 
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