La Jornada Semanal,   domingo 30 de abril  de 2006        núm. 582

Paginas de diario

Elena Poniatowska

JUEVES 26 DE ENERO 2006

Javier Aranda me conduce a "maquillaje". Es lo primero: "maquillaje". Allí me ponen ojos de oso panda y me hacen un crepé afro tan tupido y voluminoso que podría yo esconder a un amante, o a lo mejor hasta dos allá adentro. Luego grabo cuatro programas para el noticiero de Televisa y repito dos porque me pasé del minuto quince segundos estipulados. Javier ofrece acompañarme al hotel Camino Real para ver a Joan Manuel Serrat. Me gusta este hotel, su minimalismo cálido. Recorremos largos pasillos hacia una suite y recuerdo que Octavio Paz vivió en una de ellas en 1994 durante un año después de que se quemó su departamento. ¡Un año en un hotel! Bueno, Sartre y Simone de Beauvoir vivieron siempre en hoteles y escribían en los cafés. También Darío Jaramillo vive en un hotel en Bogotá, pero ha colgado sus cuadros en los muros y muchos de sus muebles lo acompañan. Dice que está contento porque así no tiene que hacer la cama.

Aún no aparece Joan Manuel pero allí están los camarógrafos, los cables, una maquillista (¡qué obsesión!) cinco o seis hombres del Canal 22, una señorita que se ha parado junto al baño, un español gritón y brusco, Jesusa, Liliana Felipe y Paula Mónaco con su ombliguito de fuera como todas las chavas de hoy. Paula conoció a Joan Manuel en Buenos Aires porque ha cantado para hijos (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el silencio, o sea los hijos de desaparecidos en Argentina. A Paula le desaparecieron a su madre Ester Felipe y a su padre Luis Mónaco.)

Jesu me dice: "Te peinaron como esposa de senador del pri." Javier decide irse. Eugenia León, quien va a hacer la entrevista, no llega. Entra primero Joan Manuel. Nos sonríe, nos abraza, afirma que siempre ha querido conocer a Liliana, le encanta su música. "A ti te conozco por La noche de Tlatelolco" y sonríe y todo el peinado Televisa se derrite. Los cinco hablamos de medicina alternativa y él cuenta acerca de los remedios y las recetas que le han enviado con los que podría llenar un cuarto: "No creo en la homeopatía pero mi mujer y mis hijas sí." Todas afirmamos que se ve muy bien. Su cara redonda sonríe como su boca. No está flaco, al contrario, es nalgoncito.

De regreso, Jesu me lleva a la casa. "¿Tomaste la medicina? Ya es hora de que te cuides. ¿Por qué no tomas el antibiótico? ¿Quieres seguir con gripa otro mes? Ya es hora de que cambies. ¿Para qué haces tantas cosas, qué necedad la tuya de correr de un lado a otro? Tienes que cambiar de vida, vas a ver, te vamos a organizar, tienes que seguir la ley del menor esfuerzo."

En la casa, como sola.

SÁBADO 28 DE ENERO

¡Qué frío¡ Esta casa es una nevera, soy pingüino, se me congelan las piernas. ¡Once a comer! Mis sobrinos Haro me invitan, después a ver La marcha de los pingüinos, consejo de Mane. Me dice que Lucien Jacquet convivió durante ocho años con los pingüinos, con un frío de cuarenta grados bajo cero. Los paisajes, los glaciares, el hielo, la blancura deslumbrante, la nieve, el frío y el caminar de los pingüinos se nos vienen encima. Caminan todo el tiempo, se balancean de una pata a la otra, sólo de vez en cuando se arrastran sobre su estómago blanco y entonces descanso. Es un deleite ver cómo resbalan del hielo al gran líquido amniótico y lo felices que son en el agua salada después de tanta hambre. ¡Qué bien nadan! ¿Por qué insisten en caminar si nadan mejor? Se acoplan, línea de oro amarillo en su blancura, línea fugaz en sus ojitos apagados, después la pingüino pone un huevo enorme y feo y, por cuidarlo, no come. Tampoco el pingüino que al igual que ella, empolla. ¡Cuatro meses sin comer parados en el hielo¡ Jesu, que la vio antes, me contó que durante su largo ayuno la madre guardó en su boca una última migajita para alimentar a su cría. Tanto el padre y la madre abren sus picos para que el hijo se meta hasta lo más profundo a sacar el trozo de pescado.

LUNES 30 DE ENERO

La pequeña serenada, Eine klein Nachtmusic, de Mozart y la Cuarta sinfonía, de Shostakovich, en la sala Ollin Yolitzin. Como el público la conoce, lleva el ritmo con el pie, con la mano, con la cabeza que mece de un lado a otro. El teatro es un inmenso metrónomo. Supongo que también así llevaba la medida Mozart, niño de 1.52 metros de estatura. La noche anterior vi un momento un programa de tv sobre Mozart y descubrí que los médicos lo habían matado con sangrías y purgantes a los treinta y cinco años ¡Pinches médicos! No hay que frecuentarlos. Tal parece que estuvo consciente hasta el ultimo momento. ¡Cómo puede estar alguien tan vivo después de más de doscientos años! El teatro lleno a reventar, el público nada pretencioso. Sentada entre Lili y Jesu, soy feliz. Recuerdo a "Don Giovanni" que ellas montaron.

MARTES 31 DE ENERO

Día triste, el frío cala los huesos, ¿puede escribirse a máquina con guantes? Tiemblo, ¿será de frío o del frío que tengo adentro? Dice Leonora Carrington que no es fácil vivir con uno mismo. Tiene razón. Es duro cargarse y arrancar todas las mañanas, abrocharse tantísimos botones. ¿Cómo le harán los demás?

MIÉRCOLES 1 DE FEBRERO

Juan Soriano está muy grave en el Hospital de Nutrición, cuarto 4002, en el último piso, amarrado a la cama para que no se quite tubos y máscara de oxígeno. Por lo menos tiene la fuerza de debatirse. No puede hablar por el tubo que le metieron en la garganta. También le hicieron lo mismo a Guillermo, que sobrevivió. A Mamá no le metieron tubo alguno pero murió y me dejo atrás. Me dice Marek que pregunte por Juan Rodríguez Montaño, no por Juan Soriano.

Afuera el Hospital de Nutrición es una romería. Bajo el sol se acomodan los puestos de tortas y tacos de chorizo y de moronga. Los taqueros se lavan las manos en una cubeta de agua gris. Es la antesala del hospital. "Deme uno de maciza, uno de nenepile, por favor, uno de buche." "Páseme la salsita." Sufrir da hambre.

SÁBADO 4 DE FEBRERO

Juan tiembla todo el tiempo, suda frío, empapa las sábanas. Hay que cambiarlo una y otra vez. Los médicos dicen que ya no tiene conciencia. Marek le ordena en voz fuerte: "Juan, abre tus ojitos." Los abre. Luego escurren dos lágrimas.

DOMINGO 5 DE FEBRERO

Paula me llamó de Mérida anoche para contarme que ella y sus hijos esperaron al candidato López Obrador tres horas bajo el sol y, al ver que se iba, gritó tras de la valla de seguridad: "Aquí, aquí, aquí, los niños, los niños." Un guarura la empujó pero siguió gritando: "Los niños, los niños, aquí los niños", porque no iba a decepcionar a su hijos, y López Obrador por fin se acercó y tomó la manita de Lucas, lo miró con curiosidad y también saludó a Cristóbal con la misma curiosidad. "Lucas está orgullosísimo", confirma. Cuando lo vea, le diré a López Obrador que tiene que saludar hasta el último de sus seguidores, al más pequeño, al niño más alejado, al que ni sabe. Jesusa Palancares me contaba que una vez vio a Cárdenas en la calle, "de perfil, todo envuelto de colores", y atesoraba ese recuerdo.

Tengo mucho trabajo del que no me gusta.

LUNES 6 DE FEBRERO

"Ahora hago la lucha de vivir conmigo misma, que no es muy fácil", dijo textualmente Leonora Carrington.

MARTES 7 DE FEBRERO

Leo de China para estar lista para volar el 6 de febrero. Largo es el viaje, La larga marcha, escribió Simone de Beauvoir. De los invitados al Festival de Hong Kong sólo conozco a Seamus Heaney pero él, seguro, no me conoce aunque cené con él y con los Xirau y Marie Jo Paz cuando vino a México. Felipe va a ser un gran apoyo, pero quisiera quedarme más tiempo y no volar a Sevilla el 23. Pregunta Marta Acevedo que qué le hago a mi cuerpo, por qué tanta tensión, el cuerpo no aguanta, te va a reclamar, a tu edad y luego añade para suavizarlo "a nuestras edades".

JUEVES 9 DE FEBRERO

Ahora que me ayudan los estudiantes Teresa, Javier, Irlanda y Moisés a ordenar papeles y hacen aparecer en la computadora listas de artículos publicados desde 1953, me pregunto, desolada: "¿Y esto para qué lo escribí?" Veo entrevistas con gente a quien no puedo ponerle rostro, que publiqué simplemente porque me daba pena que tuvieran que pedirme: "Tómeme en cuenta, hágame una entrevista.". "Yo soy pintor", "yo soy novelista", "yo soy modista", "yo soy ferrocarrilero", "mi obra…" ¿Qué les sucedió? ¿En donde están ahora? ¿En dónde estoy yo? El papel amarillento se me quiebra entre las manos. Día tras día llené de signitos negros los periódicos. Puedo consolarme diciendo que entre toda esta inutilidad hay algo que vale la pena, algo que quedará, que de la cantidad, un buen día de tanto afanarse sale la calidad, que fue un excelente entrenamiento, pero sigo sintiendo que me tragó la gente cuando el único deber habría sido tirarle a algo más grande.

VIERNES 10 DE FEBRERO

Hoy a las cinco y diez de la mañana murió Juan Soriano. Anteayer pasó todo el día en un sillón para evitar las escaras, aunque le habían puesto un colchón de agua. Respiraba mejor. No hacía tantos ruidos aterradores. Los médicos (que entraron en masa al cuarto, por lo menos cinco o seis) dijeron que dentro de tres días le conectarían una sonda directamente al estómago para no seguir lastimándole la garganta y que volverían a sentarlo.

Los seis médicos me dieron la mano al despedirse. Y sonrieron.

Una vez más compruebo que los médicos no saben nada. Lo mismo hicieron con mi madre. Uno de ellos, cuyo nombre no quiero ni recordar, me dijo la noche anterior que para Semana Santa estaría totalmente recuperada. Me aferré a esta idea y nunca, nunca entendí que Mamá estaba muriéndose. Claro, no quería entender. Hoy tampoco entiendo nada.

LUNES 13 DE FEBRERO

Juan se veía bien en Bellas Artes en su ensimismamiento dentro del ataúd de madera sobre una gran alfombra roja, gigantescos ramos de gladiolas y alcatraces en las cuatro esquinas, dos cuadros suyos suspendidos en el aire, encima de nuestras cabezas, Apolo y las musas y María Asúnsolo. Marek hace bien las cosas. Toda la vida quiere que las cosas salgan bien: la pintura y la escultura de Juan, las cenas, los viajes, las exposiciones, la relación con los compradores, los sacos de alpaca de Juan, sus mocasines. Ese culto a la belleza de Marek le facilitó la vida a Juan. La casa bonita, la comida bonita, la gente bonita. (Bueno, desconfío de la gente bonita, de los dos besos perfumados en cada mejilla, de la bolsa de cocodrilo. Mamá decía que tenía yo el snobismo al revés, pura gente de plan quinquenal.)

Mozart es el que le va mejor a Juan. Bajo la bóveda de grandes nervaduras resonaron Mozart, Bach, Pachebel, la soprano arriba de la gran escalera de mármol dejaba caer una cascada de sollozos.

Hoy tengo que preparar las conferencias para el viaje a China. Ese viaje es como ir a la Luna. Desde la Luna los astronautas dijeron que lo único que podían reconocer era la Muralla China. Qué bueno que va a venir Felipe para paliar mi fragilidad. El tiene ilusión, yo tengo más inquietud que ilusión. Recuerdo que Juan Soriano no quería ir. "¿Ya ves? —le decía Marek—. Regresaste encantado." Juan asentía con la cabeza.

MARTES 14 DE FEBRERO

Alguna vez me dijo Guillermo que cuando él y sus amigos científicos reían se sentían un poco dioses. A lo mejor es verdad y somos réplicas de dios, duplicamos su gesto; en nuestra voz hay algo de la suya. Dentro de su cajón de muerto, Juan Soriano era un pequeño dios. Hace un año esperaba la muerte. "Ese es mi destino pero no es el tuyo", sonrió. "¿Tienes miedo?" "No." Tampoco Mamá tuvo miedo. Al contrario. Iba a encontrarse con Jan, con papá, con su propia madre, con la tía Carito, con Manuel Pliego, con todos los perros que se le murieron y que según ella van al cielo. A Mamá le pido soñarla todas las noches desde 2001, pero sólo la he soñado tres veces. Paula sí dice que la ha visto sonreír, la ha escuchado reír.

DOMINGO 19 DE FEBRERO 2006

Concierto de Juan Manuel Serrat en el auditorio. El coche que maneja Lili no avanza. "¿Todos van a oírlo?", pregunto. "Si, todos. Somos diez mil.". "¿Diez mil?" "Sí, en Barcelona, cantó frente a treinta y cinco mil. Bájense, y caminen, si no no vamos a llegar." El concierto de Serrat desquicia el transito. ¡Qué caos el Paseo de la Reforma! "Yo las alcanzo". Tomo el brazo de doña Jesu, pero a sus ochenta y nueva años camina mejor que yo. Subimos asidas a un barandal de hierro. En el segundo piso Jesusa advierte: "Allá abajo costaba mil quinientos pesos el boleto. Aquí, quinientos."

"Se equivocó la paloma", de Rafael Alberti. Abajo, todos aplauden. En el escenario, muy lejos, en medio de la orquesta, veo a Serrat de traje negro. A los primeros acordes el público reconoce la canción. Se le adelanta y aplaude. Gritan. Algunos se ponen de pie. Veo sus cabezas, sus manos que aplauden en el aire. Desde el último piso, una voz de mujer grita: "Poeta, estás espléndido." Dice su manager, un español enojón, que el público viene por morbo, para ver cómo sobrevivió al cáncer. No lo creo, vienen porque están contentos de que no murió. Y lo alientan. Herido de amor, herido de muerte, al cabo es lo mismo.

Jesusa lo critica porque sólo dice que Franco era un personaje pequeño y gordo; bueno, ustedes ya saben, y no una porquería, un hijo de puta. "Es light, todo su concierto es light". Claro, está acostumbrada a la cólera soberbia de Liliana, que se prende fuego en el escenario y bonzo de sí misma, en medio de las llamas, clama por los desaparecidos. Ella sí que protesta. No, hoy en la noche, no hay protesta, sólo un público que se vuelca sobre el escenario para abrazar a Serrat, y le digo a Jesu en voz baja, al son de "Mediterráneo", que también soy mediterránea puesto que nací en París y viví de niña en el Midi y Palanque. El jardinero nos hacía a mi hermana y a mí unas grandes rebanadas de pan talladas con ajo y con jitomate, que extraño mucho porque sabían a felicidad.

LUNES 20 DE FEBRERO

X me sorprende invitándome a cenar. Hace cinco meses que no lo veo. Digo que sí, no quiero incomodarlo, la verdad, le tengo miedo. No me pregunta cómo he estado, ni un comentario sobre El tren pasa primero, nada, habla sólo de sí mismo, satisfecho, muy satisfecho. Pido un whisky y luego otro, yo que no bebo. Lo miro y pienso: "Todos esos meses de sufrimiento acaban en esto, en verlo comer una carne asada." Ya no voy a sufrir. Voy a obligarme a no sufrir, pero ¿cómo se le hará? Ya sé, con el trabajo y sobre todo con el tiempo. Por lo pronto, anoche no dormí. Me equivoqué, como la paloma de Alberti, pero no he ido a dar a un campo de trigo. Bueno, la paloma tampoco.