Usted está aquí: martes 2 de mayo de 2006 Opinión 30 millones de mexicanos

Miguel León-Portilla

30 millones de mexicanos

País muy poco poblado era México al consumar su independencia en 1821. En su territorio de más de 4 millones de kilómetros cuadrados sólo vivían cerca de 6 millones de habitantes. Su vecino del norte, entonces con una extensión parecida, lo duplicaba en población. Ahora bien, gracias sobre todo a los informes que proporcionó el barón Alejandro de Humboldt al presidente Thomas Jefferson durante su estancia en Washington, se tuvo allí más amplia noticia de la situación prevalente en las provincias norteñas de la que fue Nueva España. Esos inmensos territorios, que abarcaban Texas, Nuevo México y California y llegaban por el norte hasta el paralelo 42, no obstante sus grandes riquezas naturales, estaban casi despoblados. Sólo vivían allí grupos indígenas y cerca de 40 mil descendientes de españoles y mestizos.

El primer enviado del vecino del norte a México recién independizado, Joel R. Poinsset, presentó una oferta de compra de esas regiones norteñas. La respuesta de quien era ministro de Relaciones, Lucas Alamán, fue que México no estaba en venta. Más aún obtuvo éste que Estados Unidos ratificara el Tratado de límites que habían suscrito con España en 1819. Ello se logró en 1833. Esto no frenó las ambiciones estadunidenses. Colonos anglosajones, no pocos que se habían establecido en Texas, intentaron separarse de México hasta lograr lo que en realidad buscaban: su anexión a Estados Unidos en 1845.

Dos años después dicho país emprendió una guerra de conquista en contra de México. Un nuevo tratado de límites siguió a esa guerra. México perdió entonces la mitad de su ser geográfico, una de las más grandes expoliaciones en la historia universal.

Cierto es que México no había podido poblar esos enormes territorios. Pero la historia da muchas veces grandes sorpresas. Lo que entonces no se había logrado, ocurrió más tarde. Como en otros países también en México a partir de los años cuarentas del siglo XX, se inició y fue en aumento una fuerte explosión demográfica. Desde antes, Estados Unidos, gracias a la inmigración de millones de europeos y, en menos grado, de asiáticos, habían ido poblando su enorme territorio. Pronto muchos miles de mexicanos se sintieron también atraídos a participar en el sueño americano. Con el paso del tiempo la atracción creció en forma incontenible.

A los millones de mexicanos que fueron ingresando, en su mayoría sin documentos, se sumaron luego gentes de otros países de Iberoamérica. Se afirma que en la actualidad los llamados hispanos en Estados Unidos sobrepasan los 40 millones de personas. De ellos más de 30 son de origen mexicano. Y probablemente estas cifras se queden cortas.

Algunos anglos, como el señor Samuel Huntigton, han puesto el grito en el cielo. Los mexicanos le resultan inasimilables: hablan español, son católicos en su mayoría y, para remate, parecen asemejarse más a los indios que a los europeos. Desde hace ya tiempo Estados Unidos ha tratado de impedir esa inmigración. Sin embargo, superando los obstáculos -construcción de muros, empleo de helicópteros e incremento en recursos de la patrulla fronteriza- el flujo no sólo continúa, sino que aumenta a pasos agigantados.

Los mexicanos, al igual que los otros hispanos, han tomado conciencia de la fuerza que les confieren su número y los servicios que prestan al país en el que se han asentado. Millones de participantes en marchas celebradas en decenas de grandes ciudades de Estados Unidos hacen oír hoy su voz. Son ellos la minoría más grande en ese país.

A los habitantes angloestadunidenses que viven hoy en California y Texas se han sumado los mexicanos que son ya más de 35 por ciento de la población en cada uno de esos estados. Además son casi la mitad de los que viven en Nuevo México y aproximadamente 30 por ciento en Arizona, es decir, en los estados fronterizos. Su presencia, y en general la de los hispanos, es también muy grande en Nevada, Colorado y Florida (por cierto tres nombres en español), así como en Illinois, sobre todo en Chicago, y en varios lugares del noreste como Nueva York y Nueva Jersey.

¿Se escucharán las demandas de estos millones? ¿Se les concederá la ciudadanía estadunidense? ¿Se reconocerá su muy grande aportación a la economía de ese país e incluso a su defensa, sobre todo por la participación de miles de hispanos en varias guerras?

¿Cuál es el destino, acaso también "manifiesto", de esos millones que viven y trabajan en Estados Unidos? Cabe notar que para los mexicanos estar allí les resulta en muchos aspectos cosa natural. En los territorios del llamado suroeste, que fueron parte de México, muchos nombres de lugar les recuerdan la historia: San Diego, Los Angeles, San Francisco, Santa Mónica, Fresno, Santa Fe, Albuquerque, San Antonio. Además los mexicanos tienen allí muchos parientes y su lengua, el español, se habla "de costa a costa", desde Florida hasta California.

¿Cuál es su destino y cuál el del país superpoderoso, que se ha embarcado en tantas guerras de conquista, todas ellas inicuas? Si responder es difícil, lo que no cabe duda es que muy pronto Estados Unidos será, después de México, el país con el mayor número de hablantes de español. Esos hablantes han levantado ya su voz. Y lo que es también muy significativo, con su voto influirán cada vez más en los procesos electorales. Hoy el alcalde de Los Angeles es de origen mexicano y también, por línea materna, el gobernador de Nuevo México.

 
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