Usted está aquí: sábado 6 de mayo de 2006 Política Son priístas y panistas quienes acusan y entregaron al pueblo: Trinidad Ramírez

Afirma que "el gobierno no rescató Atenco, porque no estaba secuestrado"

Son priístas y panistas quienes acusan y entregaron al pueblo: Trinidad Ramírez

La policía llegó a agredir, disparando a matar, sostiene la esposa de Ignacio del Valle

BLANCHE PETRICH

Ampliar la imagen La gente ya sabe que el enemigo es el gobierno, dice Trinidad Ramírez Foto: José Antonio López

La red policiaca está tendida sobre todos los integrantes de la familia Del Valle-Ramírez. Fugitiva, Trinidad Ramírez, esposa de Ignacio del Valle, se crispa con el oído pegado a la radio. Los locutores hablan de su marido, preso en Almoloya, como el villano mayor, como alguien que merece, dicen, 100 años de prisión. Lo ha visto ensangrentado, sometido por los granaderos, en las pantallas de la televisión.

Informan que su hija América, de 25 años, puede ser aprehendida en cualquier momento. Rumoran que sobre su hijo mayor y ella podrían pesar también órdenes de arresto. Pero no dicen que el menor, César, de 18 años, estudiante del CCH Naucalpan, fue detenido la tarde del 4 de mayo en uno de los muchos cateos ilegales que ejecutó la policía en San Salvador Atenco. Tampoco dicen que desde entonces él y otro joven, Saúl Ríos Romero, no han sido presentados ante ninguna autoridad judicial. Ya circulan acciones urgentes de los organismos humanitarios internacionales, que exigen la presentación con vida de los dos muchachos desaparecidos.

Hay fotos de prensa y tomas que han pasado por televisión en las que se ve a César del Valle entre un cerrado grupo de granaderos, con su chamarra de mezclilla azul sobre la cabeza. Su nombre, hasta ahora, no figura en la lista de detenidos que ha elaborado la Comisión Nacional de Derechos Humanos con las autoridades judiciales mexiquenses.

Todo hecho trizas

"Yo oí cuando se lo llevaron. Nos habíamos refugiado en casa de un familiar. Es un muchacho que acostumbra que yo le dé la bendición. Se la di, me abrazó y me dijo que me quería, que siempre se iba a quedar cerca de mí. No pasaron ni dos minutos cuando oímos el helicóptero sobrevolando la casa. Empezaron los disparos por todos lados, los vidrios de las ventanas volando en astillas, los golpes en la puerta, los gritos por los altavoces: '¡pinches revoltosos, ya se los llevó la chingada!'

"Alguien me empujó y me escondió en un lugar. Lo oí todo: cuando rompieron los muebles, cuando empezaron a patear a César, cuando se llevaron a él y a mis sobrinas; sus gritos. Tuve que morder mi suéter para no suplicarles que no se lo llevaran, que no le pegaran. Tres veces se fueron y regresaron. Me buscaban. Querían detenerme a toda costa. Echaron bombas o no sé qué. Me caían pedazos de vidrio y yeso en la cabeza, pero nunca me encontraron. Todavía no me lo explico. Cuando sentí que se habían retirado, definitivamente salí y pude huir. Aquí estoy de milagro, pero no sé nada de mi familia, de mi hijo César."

Es un colmenar de pequeños departamentos de interés social, en algún barrio popular. Ahí ofrecen albergue a Trini, como le dicen a María Antonia Trinidad. Se esfuerza por mostrarse fuerte, "con más rabia que dolor", pese a los ojos hinchados. Ha llenado varias hojas de una libreta con todas las cosas que quisiera decir en la entrevista, aunque a la hora de hacer su recuento de daños sólo estruja el papel sin leer una línea.

De su casa, en la zona céntrica de Atenco, le han dicho que no queda ni un plato sin romper. Todo está hecho trizas. Igual ocurrió en muchas otras viviendas cateadas por las fuerzas estatales y federales, sin la orden correspondiente; domicilios de dirigentes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, de sus familias y amigos.

La familia entera como rehén

-¿Por qué se ha centrado la persecución en contra de la familia Del Valle?

-Por el hecho de ser la esposa y los hijos de Ignacio. Ni ellos ni yo somos dirigentes, pero siempre participamos como ciudadanos en la resistencia. Somos adherentes a la Sexta declaración de la selva Lacandona, del EZLN, como miles de mexicanos. No somos nada más. Pero nos quieren para doblegar a Ignacio. De hecho, ya tienen a nuestro hijo menor, César, aunque no lo presenten.

A pesar del abrumador cerco y del abrupto fin de su vida familiar, la prófuga Trini decidió hablar. "Es que no podemos permitir esa injusticia. No puedo callarme, a pesar de que mi esposo puede ser que ya no salga, a pesar de que mis hijos puedan caer en prisión, a pesar de que mi otro hijo no aparece. ¿Qué más puedo perder? Me duele mucho, pero es mayor mi rabia, porque tengo un ejemplo muy grande de mi esposo, quien nos ha enseñado a no someternos al poderoso."

Clama: "Pido al pueblo de México su solidaridad para presionar al gobierno y obligarlo a que libere a todos los detenidos, incluyendo a mi esposo, y la aparición de mi hijo, la libertad de todos".

Y responde a la satanización que se abate sobre los suyos: "Quien desestabilizó mi comunidad fue el gobierno, desde el momento en que entró en nuestra casa con su maldita fuerza represora. Es mentira eso de que llegó a rescatar Atenco, porque Atenco no estaba secuestrado por el grupo que dicen. Algunos pobladores afirman que ya querían que sucediera eso. Esos pobladores son priístas y panistas, gente entreguista que jamás se preocupó por el bienestar de su pueblo, gente que ocupó puestos políticos y que cuando estuvo arriba jamás miró hacia abajo. No fuimos nosotros quienes violentamos el estado de derecho. Fueron las autoridades, que no tuvieron capacidad para solucionar ese conflicto cuando había una mesa de diálogo. Aun después, cuando ya habían entrado y matado a un niño, aun cuando ya habían cateado nuestras casas y se habían llevado a nuestra gente, dijimos: queremos negociar. Y tratamos bien a los policías que nosotros hospitalizamos. Yo le dije a uno: ustedes entraron, ya mataron a un niño. Pero reconocemos que ustedes también son humanos y no los vamos a maltratar. Ese granadero lloró. Me dijo: tiene razón, señora, pero nosotros obedecemos órdenes".

-Autoridades y líderes de opinión acusan a su esposo de muchos delitos, de haber llevado la crisis de Atenco a esos extremos, de haber dividido a la población...

-Me siento orgullosa de Ignacio, de su capacidad de decir hasta el último momento 'no odien'. Déjeme contarle algo. Cuando él se dio cuenta de que ya iban por él, de que ya lo iban a bajar de donde estaba, me llamó. Me dijo: 'sé que hay cosas muy graves, pero no odies'. Pero yo tengo que decir que siento mucha rabia contra esa gente, que es gente de nuestro pueblo y que son unas mierdas, que nos pusieron el dedo, que nos echaron encima la represión.

-¿A quién señala usted?

-A Teodoro Martínez y Alejandro Santiago. A él, que es nuestro vecino, le pagaba el gobierno para pasar información sobre nuestras actividades. Ellos sembraron la división, fomentaron el odio, porque perdieron el dinero que les habían ofrecido si lograban ganar lo del aeropuerto. Ellos son del PRI. Y uno de ellos, encapuchado, voló en un helicóptero de la policía señalando una por una las casas de los dirigentes y las familias del frente. Nos entregaron.

-Alejandro Santiago, a quien usted señala como priísta, es tío del joven que murió, Javier Cortés Santiago. El está acusando a la gente de Ignacio del Valle.

-Ha hecho declaraciones contradictorias, pero está utilizando la muerte del niño para crear confusión. Yo, como madre, puedo entender el dolor de la mamá de Javier. No tengo palabras para expresarlo, pero sí le digo que no fuimos los culpables, nosotros no provocamos la violencia. Fue la policía la que llegó a agredir, la que entró disparando a matar. Y mató. La gente reaccionó para defenderse. A pesar de ello, nosotros insistimos en el diálogo hasta el último momento.

-La opinión pública parece no haber entendido bien eso de la autodefensa.

-Hay una razón muy grande para reaccionar como reaccionamos. La gente agredió, porque no le dejaron otra alternativa. Jamás fue nuestra intención que en Atenco hubiera sangre.

-Sobre la división del pueblo de Atenco...

-Dicen que no éramos más que un grupo de 80 personas cuando empezamos la resistencia en contra del aeropuerto. Pregunto: si hubiéramos sido sólo 80, ¿no hubieran podido derrotarnos, quitado de en medio? No pudieron porque no éramos 80. Fue el pueblo, todo, el que dijo no. Y ahorita el pueblo sigue unido. Están callados, están encerrados en sus casas, porque tienen el cañón de una pistola apuntándoles a la sien. No pueden hablar, no pueden moverse. Y sólo hablan los priístas, los que nos señalan y acusan. Pero los conozco. Mi pueblo debe estar tomando sus previsiones.

-¿Quiere decir que la lucha de San Salvador Atenco va a continuar?

-Más que decir que va a seguir la lucha, el pueblo ya sabe quién es su enemigo. Puede parecer que las cosas se calmaron, pero jamás volverá a ser lo mismo. Ya tiene muy claro quién es el enemigo. No somos nosotros. El enemigo es el gobierno.

 
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