La Jornada Semanal,   domingo 7 de mayo  de 2006        núm. 583

Enrique López Aguilar

Mozart y la novela mozartiana

A Jelena, Mílitsa y Milena

No obstante ser uno de los compositores conspicuos del período ilustrado, Mozart está envuelto en leyendas que no dejan ver a la persona detrás de la obra ni a la obra dentro de la tradición donde se inscribe: la precocidad, su carácter alegre y desenfadado, el tumulto de las composiciones, la misteriosa persona vestida de gris que le pidió un réquiem, la enfermedad, la temprana muerte inexplicable y el entierro en una fosa común, sirvieron para que la personalidad de Mozart saliera de los trasfondos de una vida normal y se inscribiera en lo novelesco bajo el aura del genio.

Muchos dirán: "la vida de Mozart no fue normal"; si se piensa en su condición innata para la música, las calidades de su precocidad, inteligencia y talento, así como la rápida maduración de su expresividad como autor, es seguro que no, pero se trata de la vida de una persona dedicada a ejercer un oficio por el que buscaba prestigio, dinero y estabilidad; de alguien que quiso ser feliz, se casó, tuvo hijos, luchó contra las intrigas de los colegas, el desdén de los patrones y la figura autoritaria del padre; que padeció deudas desde su matrimonio con Constanze y pretendió consolidar su situación financiera obteniendo trabajo fijo, arriesgándose a colocar su obra en el mercado mediante la organización de "academias" (audiciones de obra personal que permitía a los compositores la casi total recaudación de la taquilla); que enfermó y murió.

Lo excepcional en Mozart es el valor y trascendencia de su obra, que convoca el deseo de mirar al autor e interpretar su biografía: caer en el error de que la vida de todo genio es apasionante, genera sobresaltos casi inexistentes en las de, por ejemplo, Stevenson, Cézanne y Shostakovich: las venturas y desventuras de muchos fueron intelectuales, pues no todos tuvieron historias cinematografiables como la de Wilde. ¿No se sublima una vida común desde el espejo del acto creativo, como con Kafka, cuya obra, igual que la de Mozart, nos hace revisitar la vida del autor?

Convocar a Antonio Salieri (Legnano, 1750-Viena, 1825), quien melancólicamente llega a nosotros desde las escasas grabaciones y las noticias biográficas, ayuda a mirar a Mozart. Cuando éste se instaló en Viena, en 1781, llegó precedido por una justa fama, después de haber roto su relación laboral con Colloredo, príncipe-arzobispo de Salzburgo; antes, infructuosamente, había buscado un puesto en algunas cortes europeas. Salieri, seis años mayor, intrigó contra Mozart, a quien consideraba un rival peligroso, pero esa conducta era usual entre competidores. Comparar lo que Mozart y Salieri produjeron en el terreno de la ópera durante la parte final de esa década, la última de Mozart, es constatar el olvido del autor de Legnano: mientras el salzburgués compuso sus óperas mayores con un dotadísimo instinto teatral, Le nozze di Figaro (1786), Don Giovanni (1787), Così fan tutte (1789), Die Zauberflöte (1791) y La Clemenza di Tito (1791), Salieri escribió las ya arrumbadas y herrumbrosas Prima le musica e poi le parole (1786), Les Horaces (1786), Tarare (1787) e Il pastor fido (1789).

Salieri se dedicó a la docencia, actividad que Mozart no tuvo mucho tiempo para cultivar, tal vez en el ejercicio del dictum goethiano: "el que sabe hacer una cosa, la hace; el que no sabe, la enseña". Entre los alumnos del primero se contaron Beethoven (1792), quien le dedicó las tres Sonatas para violín y piano, op. 12; Franz Schubert (1813) y Franz Liszt (1821). Treinta y dos años después de la muerte de Mozart, durante un ataque de locura, Salieri se declaró culpable del envenenamiento de su "adversario" y, a punto de morir, repitió la misma ocurrencia. Cuando comenzó el deterioro final, Mozart dijo que "alguien lo había envenenado", pero no se sabe que, antes de las dos declaraciones de Salieri, ni los vieneses ni Constanze hubieran sospechado de éste como asesino de su colega: la viuda del compositor se metió entre las sábanas donde murió Wolfgang para contagiarse, pues creía que la causa del fallecimiento había sido una enfermedad infecciosa; sin embargo, aunque Mozart y Salieri compartieron Viena durante diez años, la leyenda se había desatado: ante la inexplicable muerte del primero, las palabras de Salieri llegaron hasta el poeta ruso Alexander Pushkin, quien, sin saber mayor cosa de ambos compositores, escribió en 1830 el drama versificado Mozart y Salieri, parte de su ciclo de cuatro "pequeñas tragedias" (cuya tema central es el crimen de Caín), que luego inspiró la ópera homónima de Rimski-Kórsakov (1898).

Haydn inició una honda amistad con Mozart en 1781, marcada por la mutua admiración, pero no detestó particularmente a Salieri; en la correspondencia y obra de Mozart resulta más estimulante la figura del compositor de Rohrau que las posibles diferencias con el de Legnano, pues en una carta fechada en septiembre de 1785 le dedica los Cuartetos 14-19, conocidos como Haydn (que incluyen La caza y el De las disonancias), cuyo inicio es el siguiente: "Un padre, habiendo decidido enviar a sus hijos al gran mundo, estimó que debía confiarlos a la protección y conducta de un hombre muy célebre, el cual, por fortuna, además era su mejor amigo. He aquí, pues, igualmente hombre célebre y queridísimo amigo mío, a mis seis hijos…" Cuando Mozart murió, el 5 de diciembre de 1791, Haydn se encontraba en Londres, contratado por el empresario Johann Peter Salomon. En abril de 1791, Haydn ya había incluido en el Finale Vivace de la Sinfonía 95 un desarrollo temático basado en el último movimiento de la Sinfonía Júpiter (1788); cuando se enteró de la muerte de su amigo, compuso el Adagio de la Sinfonía 98, empleando como tema principal el Andante cantabile de la Sinfonía 41, con una alusión al himno inglés en el primer sujeto de la frase de apertura: "Dios salve al Rey", homenaje nada inconsciente para el difunto.

El 14 de diciembre de 1784, Mozart ingresó a la logia Zur Wohltätigkeit de Viena ("De la beneficencia"), con el grado de aprendiz. Fue introducido por el barón Otto von Gemminger-Hombag, a quien conoció en Mannheim. Mozart dijo en sus cartas que componía para ser querido y dar felicidad a sus amigos, que había encontrado en la masonería un remanso de paz y libertad no experimentados en la década anterior ni en su relación con los aristócratas. Las reuniones eran para él un lugar de opinión libre y encuentro con sus compañeros de logia, con quienes se sentía en un ambiente de igualdad y respeto; su entusiasmo fue tal que, en poco tiempo, llegó a ser maestro e invitó a su padre y a Haydn, a quien introdujo personalmente, si bien no estuvo presente en su iniciación por hallarse en la Mehlgrabe de Viena, estrenando su Concierto para piano 20, k 466, el que más apreciaba Beethoven y para el que éste compuso las cadencias del primero y tercer movimientos.

Aunque la vida le deparó ser masón durante sólo siete años, Mozart compuso un respetable corpus con ese signo, donde sobresale la Música funeral masónica, k 479; asimismo, la influencia de la simbología masona se refleja en algunos procesos estructurales que Mozart empleó con verdadero ingenio: en el k 479 aprovechó el tritono, que más tarde emplearía en el Requiem. Como en la masonería es significativo el número 3, Mozart lo usó en varias de sus obras: en Die Zauberflöte aparecen tres acordes mayores en la obertura, tres hadas, tres niños que conducen al protagonista por el bosque, tres instrumentos mágicos, tres pruebas, tres cualidades del protagonista, tres templos; igualmente, el empleo de los trombones es un guiño masónico en la citada Música funeral, en la Misa en do menor, k 417a y en la última escena de Don Giovanni.

Mozart fue admirado y respetado por la tradición posterior, pero eso no significó una cabal comprensión de su personalidad musical. El siglo xix, tan dado a modernizarlo todo, transcribió la música clavecinística de Bach al piano (innovación inevitablemente schumanniana), corrigió las orquestaciones de Mozart y eliminó repeticiones (tal vez, la música de cámara fue la que menos daño sufrió por causa de esos procedimientos). Las modernas interpretaciones filológicas son relecturas para acercarse a la fuente original y a un sonido cercano a lo que Mozart escuchó y concibió, lo cual se opone a los ímpetus arbitrarios de directores como Leonard Bernstein: una de sus versiones del Requiem es contraejemplo de lo que debe hacerse en música (el prolongado amen final en deminuendo más parece el final de una canción rocanrolera en fade out que una verdadera interpretación mozartiana).

Beethoven permite apreciar otras diferencias. Mozart incluía en sus obras operísticas acentos eróticos y compuso un canon al que tituló, citando a Goethe: Leck mich im Arsch ("Lámeme el culo"), en un alarde de desenfado y humorismo dieciochescos. Beethoven conoció a Mozart a los dieciséis años, durante el invierno de 1786. Fuentes no confirmadas (recuérdese que, desde Anton Schindler hasta Romain Rolland, se tuvo la costumbre de reinventar constantemente la biografía beethoveniana) dicen que Mozart, después de escuchar a Beethoven, exclamó: "Escuchen a este joven, que alguna vez hará ruido en el mundo." Si Beethoven hubiera muerto a la edad de Mozart, en 1805, sería un buen compositor de segunda línea, pues había escrito muy pocas de sus obras importantes: la Sinfonía 3, las Sonatas Pathétique, Claro de luna, Appassionata y Kreutzer, más los Cuartetos op. 18. Aunque Beethoven parece haber guardado un aprecio cariñoso hacia Mozart, nunca le perdonó haber dedicado su talento a componer música para un tema licencioso como el de Don Giovanni (la comparación entre los argumentos de ésta y Fidelio es elocuente). Si el juicio de Beethoven choca por moralizante, el de Wagner, expuesto en La poesía y la música en el drama del futuro, lo es por nacionalista: ni en Gluck, ni en Mozart, ni en Beethoven reconoce antecedentes de la ópera alemana, sino en Von Weber, autor prolífico e inocuo, salvo por Der Freischütz

Entre 1791 y 1831, Süssmayr concluyó el Requiem, k 626, bajo indicaciones especificadas por el compositor; Haydn murió en Viena en 1809; Constanze, atenta al legado musical de Wolfgang, convivió con Georg Nikolaus Nissen en 1798, se casó con él en 1809 y enviudó por segunda vez en 1826; Karl Thomas y Franz Xaver Wolfgang, los hijos de Mozart, se mostraron incompetentes para la música y murieron sin descendencia; Beethoven concluyó el período ilustrado en música, junto con Schubert, entre 1827-1828; el olvidado Salieri unió su nombre al del compositor salzburgués inventando la historia del envenenamiento, con bastante éxito: gracias a eso, muchos conocen el nombre de Salieri; Pushkin recogió el mensaje y lo plasmó en una pequeña obra de teatro; la crítica y los compositores posteriores reconocieron la grandeza de Mozart y, paralelamente, comenzó a escribirse la novela mozartiana…

Se quiere a Mozart porque la audición de su obra conduce a la biografía: dejemos la novela para viajar a la música, de la mano de Ludwig van: O Freunde! Nicht diese Töne…!