La Jornada Semanal,   domingo 7 de mayo  de 2006        núm. 583

Norma Ávila Jiménez

Mozart: de la fosa común a la universalidad

"Cierra tu ojo corporal a fin de ver tu cuadro con el ojo del espíritu y haz surgir a la luz del día lo que has visto en las tinieblas", afirmaba el pintor romántico alemán del siglo xix, Caspar Friedrich, palabras que podrían aplicarse a la forma de hacer música de Wolfgang Amadeus Mozart (Salzburgo, 27/i/ 1756-Viena, 5/xii/1791). Porque dentro de ese hombre de complexión delgada, rostro paliducho y ojos un poco saltones, amante de las bromas y los juegos de palabras, intérprete de imaginarios pianos que tocaba en cualquier superficie plana, y que trepaba a las mesas para hacer muecas, estaba el creador de pensamiento claro y profundo que cerraba su mirada exterior para sumergirse en el universo sonoro. Su prolífica obra —óperas, conciertos, sinfonías, quintetos, cuartetos, música coral, etcétera— aunada a su genialidad compositiva, lo condujo a desarrollar formas consideradas por el pintor ruso Vasily Kandisnky como "un bienvenido descanso en medio de las tormentas de nuestra vida interior, una visión de consuelo y esperanza".

Este año se celebra el 250 aniversario de su natalicio, se rinde homenaje a un artista testigo del cambio de pensamiento ocurrido en la sociedad europea como consecuencia del iluminismo, filosofía basada en el razonamiento que detonó la revolución francesa en 1789. Mozart no escapó a ese sentimiento de búsqueda de la libertad y rechazo al autoritarismo y por ello se rebeló ante quien quería coartar su capacidad creativa. En 1781 renunció al empleo como organista y maestro de concierto que realizaba bajo las órdenes del arzobispo de Salzburgo, Hieronymus Colloredo. Aquél que de niño maravilló a cortes de diferentes países por tocar con las teclas cubiertas por un trapo, que a los cinco años compuso su primera obra —una minueto y trío para piano—, y a los ocho su primera sinfonía, fue despedido con un puntapié por parte del conde Arco.

"El haberse independizado le costó que Colloredo le hiciera mala reputación, lo que se reflejó cuando buscó empleo en la corte de José ii en Viena", asegura Juan José Lara, investigador del Centro Nacional de Información, Documentación e Investigación Musical (cenidim). Impresionó a los vieneses por su capacidad para improvisar y construir obras en la mente que después vaciaba en el papel como si se las dictaran, por detectar cuándo un instrumento estaba afinado un octavo de tono más bajo, así como por su gran inventiva. Sin embargo, después de varios años, sólo pudo conseguir un sueldo miserable para componer la música para las danzas de la corte.

Hasta antes del año en que murió, eso causó poca mella en su ritmo de trabajo casi febril y no opacó su constante buen humor. Según el maestro Lara, en Viena Mozart demostró que había alcanzado la madurez creativa: "Su obra es el equilibrio entre la estructura musical racional y hasta matemática heredada del barroco, y la emocionalidad que se iba a desbordar después, durante el movimiento romántico del siglo xix." El compositor y también investigador del cenidim, Arturo Márquez, subraya la importancia de las sonatas mozartianas desarrolladas en esa época: "En el Taller de Composición fundado por Carlos Chávez, nos tocó analizar su estructura como un modelo perfecto del cual partimos para estructurar una partitura. La obra clásica de Mozart es como un puente que llega hasta el apasionado Beethoven en su primera etapa."

Las primeras creaciones de Wolfgang Amadeus pueden compararse con las pinturas que Goya hacía para la corte española, influidas por el preciosismo de principios del siglo xviii. Pero el espíritu nada común de ambos los hizo imbuirse de las ideas revolucionarias que se esparcían en Europa, planteamientos que los llevaron a buscar formas que conmocionaran los sentidos hasta llegar a la fuerza de un Don Giovanni o del Requiem, y en el caso de Goya, a un Saturno devorando a sus hijos.

En la penúltima escena de Don Giovanni, Mozart logra transmitir el terror que siente el protagonista al ser arrastrado al infierno por el fantasma del Comendador y los demonios; las notas propagadas por los alientos y las cuerdas, conjugadas con las bajas vibraciones de las voces, erizan la piel y sacuden al espíritu hasta el éxtasis. Por ello Gustav Mahler eliminó la última escena —poco dramática en comparación con la anterior— cuando dirigió esta ópera en 1905, y Teodoro Adorno le reprochó a Klemperer no haberla quitado cuando condujo la grabación discográfica.

En su última obra, el Requiem, incluyó un texto compuesto por Tomasso di Celano, un monje franciscano del siglo xiii, que es "una descripción terrorífica de lo que le espera al hombre después de la muerte; es el cataclismo del fin del mundo y una súplica de perdón y piedad muy conmovedora", enfatiza Lara. El Requiem es la exhalación de un Mozart moribundo, el espejo de un alma angustiada, de allí su semejanza con un mar tormentoso que no se apaciguó aun cuando la partitura la haya concluido su alumno Süssmayr.

La prematura muerte de Mozart ha sido motivo de ficciones literarias, como el drama Mozart y Salieri, escrita por Pushkin, o la obra de teatro de Schaffer —en la cual se basa la película Amadeus—, que llevan la envidia de Salieri al extremo de urdir un plan para asesinar a Wolfgang (por cierto, quien le encargó el Requiem fue el conde Walsegg-Stuppach). Asimismo, ha generado que especialistas hayan vertido hipótesis sobre las causas de su fallecimiento. El doctor Adolfo Martínez Palomo, coordinador general del Consejo Consultivo de Ciencias, enfatiza que la hipótesis del envenenamiento ocasionado por Salieri quedó descartada al conocer la carta escrita en 1824 por el doctor Eduardo Guidener, en la cual se señala como posible causa consecuencias de reumatismo y fiebre reumática.

A fines del siglo xx se publicaron diversos artículos científicos, informa el doctor Martínez Palomo, entre éstos, los de Karhausen y Guillery, quienes favorecen el diagnóstico de insuficiencia renal, mientras que para Jenkins el deceso llegó debido a una infección epidémica, y Drake, por su parte, plantea una anomalía craneana congénita que le produjo problemas que se agravaron por las sangrías aplicadas por los médicos de esa época.

En 2001 Hirshman señaló como causante de su muerte a la enfermedad parasitaria triquinosis, y en enero de este año ya se han hecho estudios de adn del supuesto cráneo del compositor, identificado porque el enterrador marcó el cuerpo con un alambre grueso. "Los análisis de adn no coincidieron con el de dos parientes cercanos, por lo que la duda continúa", subraya.

El doctor Martínez Palomo retoma una cita de Bernard Shaw, quien se refirió al desolado y lluvioso entierro de Mozart: "Tan pronto como dejaron sus paraguas y se protegieron en el primer refugio, él se levantó, sacudió sus huesos en la fosa común e irrumpió en la universalidad." Gracias, Wolfgang Amadeus Mozart.