Usted está aquí: jueves 11 de mayo de 2006 Opinión Desmesura de la violencia

Adolfo Sánchez Rebolledo

Desmesura de la violencia

Los hechos de Texcoco-Atenco destacan por la desmesura, la falta de proporciones entre los medios y los fines puestos a prueba. A la exacerbada violencia de los seguidores del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra se responde con la brutalidad sin excusas de las policías estatales y federales, cuya ferocidad no la explica la impericia de sus mandos, sino el temor y el desprecio a la vida humana presente en estas situaciones. Nada que se parezca al estado de derecho. Represión pura y dura, como en los viejos tiempos. Quien tiene la obligación legal de imponer el orden actúa como si no fuera exigible el debido proceso judicial y ataca bajo las sombras, con todas las agravantes: violaciones y toda suerte de abusos sexuales durante los traslados; humillaciones indiscriminadas a gente indefensa, exceso de fuerza para someter a familias enteras o a jóvenes que ya no podían resistirse ante la superioridad de las fuerzas del orden. El Ministerio Público, como en el 68, ejecuta la órdenes del Ejecutivo y hace acusaciones genéricas a los detenidos. La imagen del estudiante encadenado a la cama del hospital, donde convalece detenido, es un mensaje de horror para un país que se dice democrático.

Desmesura, igualmente, en el lado opuesto, que insiste en un ejercicio calculado de la violencia potencial del pueblo para lograr determinados objetivos (en este caso tan "mínimos" como impedir la reubicación de ocho comerciantes de flores), cuya eficacia depende, se ha visto, de la ausencia de respuesta de la autoridad y su legitimidad sufre al aceptar como normales, entre otras tácticas moral y políticamente inadmisibles, la toma de rehenes para negociar con el gobierno o la agresión sin límite al adversario herido. Lo de Atenco podría ser la excepción, pero no son los únicos que creen en esas formas de actuación. Una visión semejante de la lucha político-popular al filo de la legalidad es compartida por infinidad de grupos con mayor o menor representación social, que se niegan a ser incluidos en la "clase política" y la rechazan en bloque en busca de una alternativa revolucionaria que no pase por la acción partidista o electoral y, en cambio, sí reconozca el derecho a la "autodefensa", aunque formalmente no acepte la vía armada como tal. En cuanto desconocen la legitimidad de la autoridad y sus representantes, pretenden convertirse en una especie de contrapoder que fija sus propias reglas, al margen de los procesos políticos institucionales del país.

Hace tiempo, un dirigente del Frente Popular Francisco Villa Independiente decía a La Jornada: "La experiencia muestra que cuando las organizaciones se han incorporado a la vida política y sus cuadros dirigentes tienen un cargo público o de representación se rompe ese vínculo, se desligan las bases. Nosotros tratamos de no repetir los mismos errores, el riesgo lo tenemos, pero intentamos construir desde abajo una organización nacional, a partir de la red de alianzas, y en esa etapa estamos. Sí tenemos idea de cómo debe ser esa fuerza política: un partido que englobe a todos los sectores y represente a toda la gente, pero que no se desligue de sus bases". (Daniela Pastrana, "Mitos y realidades", Masiosare, 2000.)

Hay, en efecto, un mundo popular que vive y muere al margen de la vida política tal como ayer la entendían los viejos corporativistas y ahora la prescriben los liberales del centro y la derecha. Pero tal desinterés por la "política" no es tampoco el fruto del desencanto democrático, sino el resultado, más bien, de las condiciones de manipulación autoritaria, de exclusión social y cultura en que se han mantenido franjas importantes de la población urbana y rural tras la modernización salvaje del país, con su cauda de polarización y desigualdades.

El verdadero reto democrático consiste, más que en evitar la ruptura de los dirigentes con sus bases autónomas, en crear mecanismos políticos para que las amplias masas hoy marginadas tengan representación real, influencia en el Estado y las instituciones. La crítica a los partidos actuales y al régimen legal que los sustenta es absolutamente necesaria para abrir las compuertas a esa ciudadanía que hoy tiene, si acaso, un papel pasivo en la elección de los gobernantes. Pero eso no es excusa para meter en el mismo saco a todos los políticos y a todos los candidatos, como si diera exactamente igual uno que otro, desconociendo la historia y los sacrificios de muchos ciudadanos anónimos militantes de la izquierda.

 
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