Usted está aquí: domingo 14 de mayo de 2006 Opinión Desayuno en Plutón

Carlos Bonfil

Desayuno en Plutón

Ampliar la imagen Fotograma de la cinta Desayuno en Plut�n

"Serio, serio, serio, todo mundo es demasiado serio". La queja de Patrick Kitten Braden (Cillian Murphy), es incesante. Huérfano abandonado en la puerta de una parroquia, educado en el seno de una familia católica, en un pueblo irlandés asolado por el terrorismo independentista, Patrick sólo busca un espacio donde vivir con libertad su disidencia de género, su gusto por la ropa femenina y por aquel príncipe azul que habrá de amarlo intensamente. Su estrategia de supervivencia en un medio hostil es la provocación, el desenfado y la fantasía delirante. Patrick Kitten (gatita) no toma nada en serio, y se desliza sensualmente en la frivolidad. En su itinerario, desde el triste poblado irlandés hasta la mágica capital glam londinense, ensaya las personalidades posibles: es cantante travesti en un grupo de rock, asistente en actos de magia, involuntaria terrorista transgénero y prostituta callejera, víctima de agresiones homofóbicas. Busca infatigablemente a su madre, una Dama Fantasma con parecido físico a Mitzi Gaynor, y se enamora y desencanta de un hombre recio incapaz de brindarle una felicidad doméstica; luego, sobrevive a un atentado en una discoteca, y es brutalmente interrogada por su supuesta complicidad con el ejército independentista irlandés, para terminar refugiándose, mimosa, en los brazos de sus torturadores británicos, y confundirlos y exasperarlos con sus relatos siderales de desayunos en Plutón, con escalas festivas en Marte, donde ella es la amazona con traje de cuero que infiltra una red terrorista para someterla con el rocío mortífero de su perfume Chanel número cinco.

En Desayuno en Plutón (Breakfast on Pluto), el realizador irlandés Neil Jordan (Juego de lágrimas/The crying game, Mona Lisa) adapta la novela homónima de su coterráneo Patrick McCabe, de quien anteriormente había filmado la estupenda El niño carnicero (The butcher boy, 1996), y construye un retrato a la vez lúdico y melancólico de un joven travesti obsesionado con encontrar a la madre que lo abandonó de niño, para construir en esta búsqueda una mitología delirante que combina la crónica del Londres de los años 70, las referencias a la lucha terrorista y a la opresiva moral católica, para culminar en un relato sobre la orfandad que semeja el encuentro fantasioso del Oliver Twist, de Charles Dickens, y el Velvet Goldmine, del cineasta queer Todd Haynes.

En esta nueva aproximación a la confusión de géneros, 14 años después de Juego de lágrimas, Neil Jordan abandona el tono sombrío y la parábola, para adoptar un tono regocijado en su descripción de la actitud rebelde del protagonista, niño precoz que asume una feminidad retadora, adulto ayuno de afecto que recorre el territorio británico mofándose de la solemnidad política y las certidumbres morales de quienes le rodean. La crónica intimista de este road movie, casi transgénero, incluye una pista sonora muy atractiva, con éxitos de época, Los molinos de tu mente, Feelings, El amor es una cosa esplendorosa, en celebración infatigable de lo camp, con alusiones a un cuento de hadas (fairy/gay tale) con pájaros petirrojos comentando la acción al principio y al final de la película. Una historia narrada de modo fragmentado, en 36 episodios de una picaresca urbana en la que un cándido travesti contempla maravillado Londres, centro del universo, donde está a punto de iniciar su educación sentimental. La cinta de Neil Jordan se estrena en una cartelera comercial que cada semana desecha con rapidez sus propuestas más interesantes, entre ellas, ese formidable documental autobiográfico de Jonathan Caouette, Tarnation (Condena eterna), versión muy oscura de este Desayuno en Plutón festivo.

Ambas películas aún pueden apreciarse en Cinépolis Diana, y la de Jordan, al menos por una semana más, en Cinemex Masaryk e Insurgentes, y en Lumiere Reforma.

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