Usted está aquí: martes 16 de mayo de 2006 Opinión El tren ha partido sin nosotros

José Blanco

El tren ha partido sin nosotros

En enero pasado en el Foro de Davos se dijo de México que "parece tener la última llamada del 'tren de la modernidad', por lo que su próximo gobierno tendrá la encrucijada de colocar al país con los desarrollados o profundizar sus problemas".

A gran número de los asistentes a esa reunión le era transparente que "los candidatos presidenciales en México deben poner el interés nacional por encima de los partidistas y personales, pues el costo de no hacerlo sería muy alto (obviedad realmente risible: el provincianismo mexicano es un obstáculo inexpugnable a esta evidente necesidad)".

"Pareciera que es la última llamada para México", dijo Laura Tyson, jefa de asesores económicos en la administración del ex presidente de Estados Unidos William Clinton, y actual decana de la London Business School. Hemos visto -agregó- cómo China, India, Rusia, "con todos sus problemas", y Brasil avanzan, y México da la impresión de estar conforme con ser "espectador".

Marc Tuotai, de Natexis Banques Populaires, fue directo: "El tren de la modernización está pasando ahora, y los mexicanos no quieren darse cuenta de que el tren quizá no vuelva a parar en décadas".

Un alto funcionario brasileño, que no quiso identificarse, manifestó que "las divisiones políticas e ideológicas en México parecen tener un peso desmedido. Los brasileños no estamos desprovistos de éstos y otros problemas peores, pero creo que primero ponemos la bandera nacional", aseguró. Quien tome el relevo en el gobierno mexicano tras las elecciones presidenciales de julio próximo -insistió- debe tener una "visión amplia y de largo plazo" sobre lo que es el país y su potencial, que es algo que no queda claro cuando uno mira desde fuera. "Es un reto no sólo para quien gane, sino para los que pierdan y sus partidos", concluyó.

Desde esa fecha, los reportes más diversos sobre México hablan de la pérdida o el retroceso del país en numerosa cantidad de temas: en la inverosímil desigualdad socioeconómica; en productividad, tema crucial cuya amplitud abarca al conjunto de las relaciones sociales, económicas y políticas del país; en competitividad, transparencia, corrupción, ingobernabilidad, narcotráfico, inseguridad pública, críticas deficiencias de gobierno y de impartición de justicia, contaminación de aguas, suelo y aire, raquítica infraestructura, bajísima escolaridad de la población, inadecuadas reglas del juego en la esfera política, déficits acentuados de institucionalidad, imposibilidad política para crear acuerdos entre los partidos políticos, divorcio profundo entre la sociedad civil y la sociedad política, pésimas reglas de la justa electoral (ahora la Tv pesa como nunca), guerra sucia interpartidaria, infantilismo de izquierda en la otra, un gobierno que se inicia timorato frente a la violación de la ley por los habitantes de Atenco termina, en el otro extremo, como el Trucutú de la política también en Atenco. En tanto, el orgullo de Vicente Fox y su gobierno consiste en la paz de los sepulcros que reina en la macroeconomía: el estancamiento estabilizador (Silva Herzog dixit), al tiempo que el propio Fox insta a la población a continuar en la misma vía, porque por el camino que vamos ¡mañana México será mejor que hoy!

Buena cantidad de esos reportes provienen de instituciones u organismo internacionales; otros son obra de nuestras propias observaciones e investigaciones.

Para muchos políticos la formulación del conjunto de esos problemas es retórica, o preocupación "académica", dicen en afinado tono de rebuzno. En el espacio de la política muy pocos sudan y se acongojan por los graves problemas y su progresiva descomposición, al tiempo que casi todos sudan y se acongojan por si les tocó o no un hueso que roer.

Cada vez pareciera más claro que la llamada "clase política" no resolverá el desastre de país que estamos construyendo. Todo tendría que empezar por una drástica reforma del Estado. Pero la "clase política", que tendría que procesarla e instituir las reformas, todo cambio lo ve como maximalismo.

Las posibilidades de que la sociedad civil tenga canales diversos de intervención en el gobierno de la propia sociedad son muchas; pero las probabilidades, pocas. Gobierno semiparlamentario, relección de diputados, senadores, gobernadores, presidentes municipales; instituir la revocación de mandato, el referendo, el plebiscito, en una diversidad de temas, son cambios que contribui-rían sustantivamente a superar el divorcio entre la sociedad civil y la sociedad política.

El tren del desarrollo se ha ido (y no nos lo creemos por ningún motivo). Ello "sólo" significa que nos iremos rezagando cada vez más respecto a los demás y que cuando se creen las condiciones para reanudar la marcha, estaremos muy atrás de quienes sí van a bordo. Trepar a este tren en algún momento futuro probablemente es factible, pero los políticos no están construyendo el país, sino destruyendo al adversario.

 
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