Usted está aquí: lunes 22 de mayo de 2006 Opinión Lazos de hostilidad

Ana María Aragonés

Lazos de hostilidad

Véase como se vea, enviar 6 mil efectivos de la Guardia Nacional a la frontera con México, así sea de manera temporal es, por supuesto, militarizar la frontera, cosa que no debe sorprender, pues si recordamos lo que ha pasado a lo largo de la última década del siglo pasado, los diferentes programas que se han aplicado en la frontera han sido una forma de militarización, disfrazada de seguridad nacional.

Con su propuesta, el presidente Bush, tratando de recuperar algo de su popularidad perdida, ha querido darle gusto a la parte más conservadora de su partido y, al mismo tiempo, ofrecer a los menos duros del Congreso su anuencia para una reforma migratoria de trabajadores temporales para que éstos puedan entrar por los caminos legales.

Una cuestión clave del discurso es la negativa absoluta para que los 12 millones de trabajadores indocumentados que se encuentran laborando en ese país alcancen la amnistía. Por otro lado, un problema es la reiterada tendencia a criminalizar a los trabajadores indocumentados, ya que se les trata exactamente igual que a los narcotraficantes, a los terroristas y a los tratantes de personas. Esto no es lo que esperan ni los migrantes ni las agrupaciones que trabajan en su defensa, ni los organismos de derechos humanos, que ahora tendrán que luchar en contra de mayores violaciones en la frontera.

El presidente Bush maneja un doble lenguaje, pues simultáneamente señala que los migrantes son personas honestas que trabajan duro en Estados Unidos y que merecen respeto, situación que, sin embargo, se aleja muchísimo de su discurso.

La migración no se detiene con militares ni por la fuerza, y esto se ha podido comprobar a lo largo de esta historia de confrontaciones y agresiones. Recordemos que desde los años 90 se ha tratado de sellar la frontera y el resultado ha sido una afluencia extraordinaria de trabajadores indocumentados, tantos como nunca se había visto. Si en 1986 se hablaba de 4 millones de trabajadores irregulares, de los cuales fueron amnistiados cerca de 2 millones, a partir de entonces la cantidad se ha triplicado y todo ello debido a la profunda contradicción entre las necesidades de la economía de Estados Unidos y una política migratoria que no corresponde a esas exigencias. A esto se añade el hecho de que el proceso de amnistía no se complementó con un programa migratorio integral que hubiera permitido mantener flujos ordenados. Por el contrario, la estrategia fue el intento de cerrar la frontera, y las consecuencias las conocemos todos: violaciones a los derechos humanos, muertes, explotación infame y abusos de todo tipo.

Ahora estamos ante un escenario parecido, pues se puede llevar a cabo un programa de trabajadores temporales sin resolver de forma total el problema interno de los indocumentados a los cuales, si acaso, se les regularizaría de manera discriminada.

El factor atracción se mantiene, les guste o no les guste. Hasta ahora no se ha podido probar que las labores que realizan los indocumentados desplazan a los nativos, y esto tiene diversas explicaciones; no sólo son los bajos salarios que perciben estos trabajadores y las precarias condiciones laborales que los hacen muy poco atractivos, sino porque los nativos gozan de un seguro de desempleo al cual muchos de ellos prefieren acogerse antes de realizar esos trabajos. Y no se puede dejar de lado que estos bajos salarios suponen para la sociedad estadunidense la posibilidad de tener mejores condiciones de vida.

Pero lamentablemente para México supone una pérdida extraordinaria que lastima a la sociedad, a las comunidades y a las familias. Tan es así que mujeres de una alejada comunidad de Guerrero piden que se cierre la frontera, ya que el alejamiento de los hombres está logrando terminar con la vida de las familias.

México debe dejar de subvencionar a Estados Unidos mediante la migración y pensar en un cambio de rumbo que permita la absorción de su bien más importante: su gente.

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