Usted está aquí: lunes 22 de mayo de 2006 Opinión JAZZ

JAZZ

Antonio Malacara

Contemporánea en Vivo, dos noches de contrastes

Ampliar la imagen Antonio Sánchez Foto: María Luisa Severiano

DOS NOCHES DE Contemporánea en Vivo dedicadas a los bateristas. Dos noches de contrastes. El viernes, media hora antes de iniciar el concierto, el teatro Metropólitan lucía semivacío. Era increíble. Nos fuimos al bar en busca de las respuestas que, lo sabíamos, no estaban ahí. Pero no terminábamos todavía con el primer vaso de cerveza cuando, de la nada, fue apareciendo la gente. En el escenario se habían instalado dos baterías: una se desbordaba a manera de enorme locomotora y la otra portaba apenas los toms y los platillos de rigor.

YOSHIDA TATSUYA SE sentó en la locomotora y la encendió con el pie hasta el fondo del acelerador. Saltó al abismo entre acelerados y explosivos riffs de hard-core. Una densa oleada golpeó de frente a todo lo que se le atravesó. La onda expansiva atravesó los muros del teatro. El japonés, impávido, siguió arremetiendo con una torrencial lluvia de baquetazos y entrecortados cánticos cuasi guturales.

SE HABIA ANUNCIADO en plan solista, pero Tatsuya estuvo acompañado, de principio a fin, por una reproductora de pistas con teclados y cuerdas, que del hard-core vanguardista de un inicio llegó a instalarse sin reparos en el rock progresivo de los años 70; se escucharon insinuaciones de Emerson, Lake & Palmer y remató con un evidente estruendo alrededor de Yes. Cincuenta minutos después puso fin a la tormenta, y el público, complacido y exhausto, lo dejó ir mientras recobraba la respiración.

LLEGO ENTONCES ANTONIO Sánchez, quien a pesar del confeso nerviosismo que lo invadió, mostró a plenitud esa conmovedora y contundente caligrafía, ese cauteloso pero contundente roce entre piel y madera; las baquetas y las felpas y las escobas se diluyeron en sí mismas para reinventarse una y otra y otra vez. De hecho, pareciera que Antonio nunca tocó físicamente la batería... se aproximó apenas a ella, con un poderoso y sui generis aletear en el pulso, y ésta le respondió con un infinito de voces y colores. De buenas a primeras, un golpe seco nos "rescató" del estupor.

PERO HABIA (HAY) más. A Antonio Sánchez lo acompañaban dos verdaderos maestros: Chris Potter en el sax, líder de su propio proyecto, con un sorprendente caudal de imágenes y que después de dictar cátedra del bop a la balada, nos estremeció con un poderosísimo sentido del boggie; y Scott Colley en el contrabajo, el músico con quien Antonio más ha tocado en los últimos dos años, y con el que logra una especie de relación síquica que se establece en los dúos y las plataformas.

LO MEJOR, NO obstante, llegó con El reto, tema de Sánchez en el que apareció la vitalidad, la fortaleza y la expresividad del jazz del siglo XXI. Ritmos cruzados, complejos y contrastantes; danzantes concheros con sangre bebopera que entretejieron una rola ritual, épica, enorme. Por supuesto, el trío tuvo que regresar, y lo hicieron en plena apoteosis con un tema de Colley, Take it and like it, en el que Antonio seguía alternando el pie izquierdo entre contratiempos y pequeñas percusiones a ras de suelo. Haciendo magia, pues.

EL SABADO FUE el turno de Peter Erskine. Llegó más gente. Todos querían ver a la leyenda, quien a pesar de entrar un tanto frío, no perdió un solo instante su toque sobrio y delicado, ortodoxo, de agua que fluye con firmeza por un cauce ene veces recorrido. Dueño y señor del oficio, no podía hacerse acompañar sino por instrumentistas del nivel de Bob Sheppard, que casi no soltó el sax tenor, a pesar de que con el soprano lo escuchábamos mucho mejor; y el exquisito bajo de seis cuerdas de Dave Carpenter, quien hizo sonar su instrumento como guitarra, contrabajo y bajo eléctrico cuando se le daba la gana, armando armonías a discreción y pulsándolo como mandolina (a pesar de unos dos atorones de dedos).

LOS ACENTOS, LA pulcritud de Erskine, no requirió de aspavientos. El señor estaba sentado tranquilo, contento. Después de How deep is the ocean, el clásico de Irving Berlin, el trío siguió con piezas de Sheppard y los medios tiempos, hasta que el baterista anunció un tema de su cosecha, Some reason to believe, y el beat bop hizo acto de presencia. La gente se emocionó al clímax, pidió otra, pero nadie regresó.

UN NUEVO CONTRASTE cayó de tajo con la llegada de Dave Werckl y su cuarteto. El funk jazz retumbó en el teatro y la gente empezó a moverse y a bailar en sus asientos. Algunos habían emprendido ya la retirada, pero los que permanecieron vibraron, aplaudieron y gritaron ante el poderío de la banda.

WECKL, SABEDOR DE los cartuchos que portaba, sonrió con satisfacción ante su público. Los teclados eléctricos, los saxos, el bajo y su bien nutrida batería presentaron el material de su más reciente álbum, Multiolicity, en el que las dinámicas se intercalan sin renunciar en momento alguno a la espesura del concepto. El tercer ciclo de Contemporánea en Vivo terminó a tambor batiente. Salud.

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