Usted está aquí: domingo 28 de mayo de 2006 Opinión Leer, qué placer

Angeles González Gamio

Leer, qué placer

Ya hemos hablado en estas páginas del placer que brinda la lectura, y la compañía perfecta que constituye un libro, que nos informa, entretiene, ilustra, consuela, nos puede entristecer o hacernos reír, según nuestra elección; no discute, no reclama, no molesta, no es entrometido, ni se ofende cuando lo hacemos a un lado sin mayor explicación. Aquel que tiene el gusto por la lectura nunca estará solo, ni podrá estar aburrido; la circunstancia más ingrata se alivia si se tiene la posibilidad de leer: una larga espera, una enfermedad que nos ate a la cama, un viaje de muchas horas, y tantas otras que forzosamente padece uno en la vida.

Todos los que gozamos de ese placer, solemos tener más libros de los que seguramente vamos a leer en nuestra existencia, pero hay los que materialmente viven entre ese querido objeto de papel. Hay muchas personas en cuyas casas el único sitio que no tiene libros es la cocina, y... ¡siguen comprando! Lo que suele faltar es tiempo, o un espacio propicio para leer a placer, sin interrupciones y en un entorno agradable.

Gracias al Instituto Nacional de Bellas Artes, por medio de la Coordinación Nacional de Literatura, ya existe tal espacio, que lleva por nombre Centro de Lectura Condesa. El director del INBA, el poeta Saúl Juárez, autor de la idea, la materializó en una simpática casa estilo colonial californiano, situada en el corazón de la colonia Condesa, en Nuevo León 91, que alojaba oficinas del instituto. La escritora Silvia Molina, titular de la coordinación, fue la encargada de acondicionar el lugar, tornándolo en un delicioso espacio, con varias salas ajuareadas con mullidos sillones, soleadas terracitas con sillas y mesas, cafetería y un amplio vestíbulo con sus graciosos balcones de cantera labrada y barandales de hierro forjado, donde muchos de nuestros mejores escritores comparten sus experiencias como lectores. Una módica cuota permite hacer uso de las instalaciones, que incluyen las salas de lectura, un acervo bibliográfico que abarca todos los géneros literarios, sala de cómputo para navegar por el mundo de la literatura y el acceso a cursos, talleres y diplomados y, desde luego, al cafetín.

La oferta es irresistible, pues la obligación principal es disfrutar de leer, ya que no es librería ni biblioteca, sólo un sitio agradable para la lectura, que trae a la memoria la frase de Jorge Luis Borges: "que otros se jacten de las páginas que han escrito, a mí me enorgullecen las que he leído".

En junio van a dar charlas Felipe Garrido y Alberto Chimal, y en julio, Pablo Boullosa, Federico Campbell, Eduardo Casar, Beatriz Espejo y Rafael Ramírez Heredia, entre otros. Los seminarios de literatura mexicana los van a impartir David Huerta, Pablo Soler Frost, Antonio Saborit, Bertha Hiriart y Lauro Zavala.

Si quiere llevar su propio material, antes puede pasar a la nueva librería del Fondo de Cultura Económica, Rosario Castellanos, que ocupa el espacio del que fue el cine Lido, ubicado en la esquina de Tamaulipas y Benjamín Hill, edificio art-decó de los años cuarenta del siglo XX, ahora magníficamente remodelado por el arquitecto Teodoro González de León, conservando elementos significativos de la construcción original, como la torre tipo faro, que fue el símbolo del viejo cine Lido, y del Bella Epoca, que ocupó años más tarde el inmueble. Otro atractivo es un cielo de cristal decorado con una sugerente escritura vegetal, que realizó el artista holandés Jan Hendrix. En el vasto y luminoso espacio ofrece 250 mil títulos de distintas editoriales y cerca de 15 mil discos y videos; también tiene cafetería y auditorio.

Otra ventaja de ambos recintos librescos, es que están rodeados de restaurantes para todos los gustos y presupuestos. Entre muchas novedades, hoy optamos por el tradicional Seps, situado en Michoacán 81, que brinda un viaje por el túnel del tiempo, ya que conserva la misma decoración y comida de hace décadas y continúa recibiéndolo con su tabla de hogazas de pan de distintos tipos, paté y mantequilla a un lado y vegetales crudos. Después de tanta botaneada ya se puede entrar directo a la comida. Muy recomendable, la sopa de cola de res, o si no tiene plan romántico, la de ajo. De plato fuerte hay dos imprescindibles: el prime rib, que se lo presentan en un elegante carrito, cubierto con una tapa plateada que levantan parsimoniosamente, para que se le haga agua la boca al ver el jugoso trozo de carne suave y rosada, que le sirven acompañada con papa al vapor y verduras; o la especialidad, que es el plato alsaciano con chamorro y salchichas. Los pasteles y el flan son hechos en casa

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